Soler ya tiene el Valencia que quería

Se compró una mansión de lujo, una de las más cotizadas del mercado, pero tras vivir dos años en ella llegó a la conclusión de que no estaba cómodo. Y como tiene el dinero por castigo y además es del gremio, decidió hacer reformas. Metió la piqueta y picó, y picó, y picó... Y cuando se dio cuenta no quedaba un muro intacto. Sólo podía ver una densa nube de polvo y los cimientos desnudos bajo sus pies.


El Valencia de hoy en nada se parece al que encontró Juan Soler cuando aterrizó en el club. Ni siquiera al de hace apenas un año. Bueno, sí en un aspecto. Quique continúa en el banquillo, aunque ahora ya en la primera línea de fuego y sin el parapeto que suponía el malo malísimo de Carboni. Tampoco tiene ya escudos el presidente, quien ha diseñado un organigrama a su imagen y semejanza, por lo que bajo las ruinas del viejo Valencia que él ha decidido demoler quedan también sepultadas todas las posibles excusas.


Con su revolución total, en la piel y en las entrañas, Soler ha dado un paso valiente, pero arriesgado. Tiene ante sí el desafío de evitar que le cuelguen el sambenito de que fue el presidente que lo cambió todo para que nada cambiara. En medio año ha despedido a una veintena de empleados, con un gasto de más de tres millones de euros en indemnizaciones. Ha tenido dos directores generales, que a su vez han dejado paso a otros cinco. En el plano deportivo ha relevado al máximo responsable de la parcela, Amedeo Carboni. Y en el social se ha deshecho de sus dos grandes azotes en el consejo: Vicente Soriano, al que mató de aburrimiento, y Juan Armiñana, sepultado bajo una montaña de billetes, los que corresponden a la venta de sus acciones al propio Soler.


El club se dispone a afrontar una etapa, la del nuevo estadio, llamada a reflotar una entidad asfixiada por la deuda. Ahora mismo ni siquiera el propio presidente es capaz de cuantificar los beneficios que reportará este macroproyecto urbanístico. Pero serán pingües, de eso no hay duda.


El futuro traslado de la Ciudad Deportiva a Ribarroja sirvió para saciar el hambre del club. Se esperaba más del plan Porchinos, pero al menos garantizó la supervivencia. Pan para hoy.... que no es poco. Sin embargo, el auténtico maná debe ser el nuevo estadio. Ahí se juega el Valencia su porvenir. Más allá de los cimientos de la avenida de las Cortes Valencianas se adivina un mundo de recursos por explotar. Márquetin, restaurantes... Es el tren del futuro. El que pasa una vez. El que no se puede escapar.


Y ante semejante reto, Juan Soler entendió que no le servían sus compañeros de viaje. En unos casos desconfiaba de ellos; en otros, simplemente los veía poco preparados para poner los raíles por los que debe circular el nuevo Valencia.


Al presidente no le salían las cuentas. Miraba el capítulo de ingresos y lo veía escuálido. Su empresa, porque como tal considera al club, era para él una torre de gelatina, que por un lado aspira a tocar la luna y por otro parece incapaz de tenerse en pie. Soler llegó a la conclusión de que los recursos económicos que ahora mismo hay al alcance del Valencia están desaprovechados, de que con otra gente podría obtener mayores ingresos. Y eso, que ahora es importante, puede marcar la historia del club cuando se llegue a la Tierra Prometida y el dinero brote debajo de las piedras.


Una palabra sacude su cabeza desde que vio la maqueta del futuro Mestalla: profesionalización. A ella ha consagrado la enérgica limpieza emprendida. Tal es su convencimiento, que el constructor considera una inversión de futuro el coste económico de estos despidos.


Manuel Llorente no esperó a que le echaran. El eterno director general sintió que estaba de más y su dignidad no tiene precio. Tras diez años de entrega al club, de desgastar las teclas de su calculadora en busca de un decimal milagroso que permitiera cuadrar las cuentas, cogió su maleta y tomó las de Villadiego.


Ocupó su plaza Juan Galiano. Hombre fiel al presidente, aceptó con abnegación el papel de bisagra. Con abnegación y con un suculento contrato que luego se tradujo en otra estratosférica indemnización. Un nuevo gasto necesario, a ojos de Soler, para evitar que su revolución estallase demasiado pronto, a mitad de temporada. Galiano proporcionó a su homónimo el tiempo necesario para definir en la sombra la nueva estructura del club y poner a cada cargo un nombre propio.


A la espera de que el tiempo juzgue su profunda remodelación, Soler presume de haber dado en el clavo. Se siente arropado por su incipiente organigrama de cinco directores generales y un consejo a su medida, más sumiso que nunca, donde al alzar los ojos ya no ve lo que para él era gente pasiva, disidentes o filtradores. Pero hay vida fuera del Valencia y los deportados comienzan a organizarse en lo que de momento, dado su escaso poder accionarial, no es más que una simple corriente crítica que apenas inquieta al constructor.


La convulsión ha agitado todos los estamentos de un club alérgico a la armonía. Doce meses después de que rodara la cabeza de Subirats, cayó la de Carboni. Con la ejecución del italiano, Soler asumió implícitamente su ingenuidad al nombrarlo. Vio en el ex futbolista a un hombre de la casa, voluntarioso y honrado, pero tenía demasiados enemigos dentro y fuera del club como para triunfar. El acoso al que Carboni fue sometido desde el primer día, unido a su irreconciliable relación con Quique, condujo al presidente a tomar su decisión más dolorosa.


Amedeo pudo quedarse como secretario técnico, a la sombra de Miguel Ángel Ruiz. De hecho, esos eran los planes que un año atrás había trazado Soler para el italiano, aunque entonces la marcha de Eduardo Maciá impulsó el precipitado ascenso del de Arezzo. El constructor le propuso ahora recorrer el camino inverso, pasar a un segundo plano para aprender de Ruiz, pero el orgullo condujo a Carboni a rechazar la propuesta.


Con el relevo en la dirección deportiva, Soler dio por terminadas las reformas. Ahora mira de nuevo su mansión y sí le gusta. Ya se siente cómodo. Más le vale haber acertado en la cimentación, porque en tres años ha podido comprobar que vive sobre una zona de gran actividad sísmica.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 17 de septiembre de 2007)

Fichajes de perfil bajo y no vender a las estrellas

"Son muy distintos". Juan Soler rehúye cualquier comparación entre Amedeo Carboni y Miguel Ángel Ruiz. Y se queda corto. Son diametralmente opuestos. El vedetismo del italiano contrasta con el discreto segundo plano en el que prefiere moverse el de Toledo. Sin embargo, el destino los ha unido. Los fichajes que ha hecho el Valencia responden al perfil bajo de su nuevo director deportivo, pero más de la mitad los cerró Carboni antes de ser destituido. El retraso de Juan Soler a la hora de tomar su decisión tiene ese precio.

Frente a la incontinencia del Real Madrid, que un año más ha reventado el verano balompédico con sus traspasos fuera de mercado, o el florentinismo del Barcelona, que añade el nombre de Henry a su peligrosa agenda de galácticos, la política de fichajes del Valencia puede dejar frío.

Sin embargo, la inversión blanquinegra va más allá de los casi 44 millones de euros gastados en nueve hombres de equipo. La ambición deportiva del club de Mestalla no sólo debe medirse por el dinero que destina a fichajes, sino sobre todo por los ingresos a los que renuncia al retener a sus jugadores franquicia.

A pesar de los rumores que han ido alimentado los representantes, al despacho de Juan Soler no llegó ninguna oferta por David Silva o David Villa. Sin embargo, parece evidente que no habría sido complicado encontrar un buen comprador para cualquiera de ellos, dos de las figuras más emergentes del fútbol continental. Fernando Torres, más mediático pero hasta ahora menos rentable que los valencianistas, dejó en las arcas del Atlético de Madrid un botín de 36 millones de euros procedentes del Liverpool.

Dando por buena una cantidad inferior, el Valencia podría haber ingresado por sus dos perlas en torno a los 60 millones. Ese dinero que se deja de cobrar también debe considerarse inversión en la plantilla, y sumado a los 44 millones gastados por el club se llega a una cifra de más de 100 millones, no tan lejos de los 119 del Real Madrid.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 17 de septiembre de 2007)