El Valencia duplica su deuda desde la llegada de Soler pese al plan Porchinos

Al Valencia le aguarda una dura travesía por el desierto. La decisión de poner a la venta a la totalidad de la plantilla tiñe de pesimismo el futuro deportivo del club y responde a una situación económica límite, que incluso amenaza a las obras del nuevo estadio. Cuando Juan Soler tomó las riendas de la entidad prometió sanear las cuentas y multiplicar por diez el patrimonio que heredó. El plan Porchinos disparó el optimismo, aunque de momento lo único que se ha duplicado es la deuda blanquinegra, que según las cuentas oficiales asciende a 260 millones de euros, por los 130 que encontró Soler hace tres años y medio. El club, además, hace frente a un crédito de 200 millones concedido por Bancaja, lo que obliga a pagar un millón mensual en concepto de intereses.
Pero no sólo la deuda atenaza a este Valencia. Al lastre acumulado se suma la crisis del ladrillo, que ahoga todas las expectativas de recuperación y crecimiento. El club ha tenido que congelar la venta del suelo del viejo Mestalla, su tabla de salvación para hacer caja, después de que la caída de la demanda obligara a Soler a asumir por 90 millones la compra del primer lote. No es esta una cuestión baladí: los 360 millones que preveía ingresar el Valencia por el suelo de su actual campo continúan en el aire y ese era el dinero que se pensaba destinar a la construcción del futuro estadio, lo que provoca una profunda preocupación.
Finalmente, a todo ello se añade el fracaso deportivo de la presente temporada. La ausencia en la próxima Liga de Campeones mermará en 15 millones los ingresos de la próxima campaña, cantidad que es inferior si se tiene en cuenta el ahorro en primas.
Todos estos lastres conducen a la situación actual. A medida que el futuro económico se ennegrece, el Valencia debe elegir entre mantener el nivel de la plantilla o garantizar las obras del nuevo estadio, que algunos días han obligado a desembolsar 600.000 euros a tocateja. El coste final del nuevo Mestalla se situará en torno a los 350 millones.
Por todo ello, el Valencia prevé cerrar el ejercicio con una desviación negativa de cerca de 10 millones, en lo que tiene mucho que ver el peso económico de la plantilla, que actualmente se come el 75% del presupuesto entre sueldos, fichas y amortizaciones. Reducir este gasto resulta complicado, debido a que hay contratos por medio, y la única fórmula es el traspaso de los futbolistas más caros.
Los jugadores se han convertido en el único recurso del Valencia a la hora de obtener liquidez. De hecho, el club ya recurrió a su plantilla para avalar el aplazamiento de los pagos pendientes con el Ayuntamiento de Ribarroja a raíz de la aprobación del PAI de Porchinos. A aquella decisión se suma ahora la de escuchar ofertas por todos los jugadores, entre ellos los hasta ahora intocables Villa, Silva o Joaquín.
No es, en cualquier caso, una cuestión de falta de patrimonio. El proyecto del nuevo Mestalla hace que hoy por hoy el Valencia tenga un activo muy superior al pasivo. Pero ahora mismo se da la peor coyuntura posible para convertir ese patrimonio en dinero líquido con el que sufragar los gastos. Esta situación, unida a los 90 millones comprometidos por el suelo de Mestalla, el aval del fichaje de Joaquín, los problemas de salud o la impopularidad derivada de la caída libre del equipo, es lo que conduce a Soler a buscar desesperadamente un comprador para sus acciones.
La cúpula del club ha tenido que entrar en escena para calmar la desazón que se extiende entre los aficionados. Agustín Morera, presidente blanquinegro, recordó ayer que el Valencia "siempre ha contado con un equipo competitivo para aspirar a lo máximo", mientras que Juan Sánchez, secretario técnico, ve excesivo el revuelo: "Siempre hay que estar dispuestos a escuchar ofertas pero eso es normal en el fútbol. Hay una gran plantilla."
Sin embargo, dichas palabras contrastan con la presumible marcha de los cracks del equipo. El actual planteamiento de la próxima temporada difiere mucho de lo previsto hace escasos meses. Entonces se pensaba en armar un bloque fuerte de cara a la despedida del viejo Mestalla, rompiendo incluso el tope salarial. Se asumía la dificultad de luchar con Real Madrid y Barcelona por el título de Liga, pero sí era un objetivo coherente aspirar a la tercera plaza en pugna con el Atlético de Madrid. Eso el año próximo, porque una vez inaugurado el nuevo estadio el Valencia debería estar en condiciones de dar el salto y engullir a los dos grandes. Debían venir dos laterales, un centrocampista defensivo y un delantero. Ahora todo puede cambiar, en función de las salidas.
Mientras la entidad redefine sus aspiraciones deportivas, continúa tratando de atar cabos. Pase lo que pase, la línea más desguarnecida es la portería, donde Cañizares y Mora causarán baja segura, mientras que Hildebrand coquetea con el Bayern. Kameni y Moyà son los mejor situados, y según Canal 9 este último gana terreno, sobre todo si el Valencia ficha a Gregorio Manzano y Dani Güiza para el banquillo y la delantera, respectivamente.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 2 de mayo de 2008)

Los 'miniporchinos' se diluyen

Abril de 2005. Día 12. Juan Soler por fin descubre sus cartas y, en un almuerzo con la prensa, confirma sin tapujos que los terrenos adquiridos en Ribarroja se destinarán a la construcción de una nueva Ciudad Deportiva. La pregunta es obligada: ¿Qué pasará ahora con Paterna? El entonces presidente garantiza sin titubeos que las actuales instalaciones del club en el municipio de l"Horta no serán desmanteladas. Al contrario, pasarán a formar parte de una red destinada a potenciar el fútbol base blanquinegro por toda la Comunitat.
El máximo accionista evitó dar datos, porque en aquel momento no le interesaba, pero el proyecto que traía entre manos iba mucho más allá de una iniciativa de promoción de la cantera. Convencido de que el plan de Ribarroja permitiría dejar a cero la deuda del Valencia el 30 de junio de 2005 (nada que ver con la realidad), Soler comenzaba a tejer una nueva actuación urbanística. El constructor, instalado en sus mejores días como presidente, quería promover seis miniporchinos que reportarían al club entre 108 y 144 millones de euros, según el optimismo con que se realizara los cálculos.
El plan debía ser un éxito garantizado. En pleno auge de la construcción, Soler planeaba crear media docena de escuelas de fútbol en la Comunitat, dos por provincia. En el caso de Valencia, una de ellas sería la de Paterna, en los terrenos de la actual Ciudad Deportiva.
Para ello necesitaba de nuevo apoyarse en la Administración. El primer paso era conseguir la recalificación de los terrenos contiguos a esas instalaciones. El segundo, construir urbanizaciones de lujo. Y el negocio ya estaba hecho. Bajo el delicioso reclamo de "venga usted a vivir junto a la escuela de fútbol del Valencia", el presidente calculaba que el club ingresaría por cada uno de esos seis proyectos entre 18 y 24 millones de euros.
Soler no comunicó, por desconfianza, sus planes al consejo de administración. Sin embargo, su proyecto era algo más que un boceto. Había perfilado hasta los pequeños detalles. Al frente de estas seis escuelas de fútbol se situarían ex jugadores del club que atravesaran problemas económicos. Además, el club ya manejaba el ofrecimiento de algunos alcaldes deseosos de que el Valencia aterrizase en sus municipios.
En octubre de ese mismo 2005, al cumplir un año en la presidencia, Soler afirmaba con la tranquilidad de quien cree tener todo bajo control: "Trabajamos en otras operaciones que, aparte de la de Porchinos, sirvan para generar ingresos." Esta era la más sólida.
El Valencia, sin embargo, prefirió posponer su actuación por una cuestión de imagen y también debido a un error de cálculo. Las críticas por el pelotazo en Ribarroja eran tan agrias que Soler optó por esperar a que vinieran tiempos mejores. La llegada de nuevas recalificaciones habría sido una medida demasiado impopular. Pero además el constructor no pronosticaba en esos momentos una crisis como la que aguardaba a su sector. Por tanto, entendió que siempre habría tiempo para poner en marcha sus miniporchinos. Era dinero seguro y fácil, que estaría al alcance de la mano cuando fuera necesario.
Dos años y medio después, nada se parece al escenario que dibujó Soler. La deuda del club se ha disparado y el entonces presidente ha añadido un ex a su cargo mientras busca comprador para sus acciones. Pero sobre todo en la coyuntura económica actual es impensable afrontar un proyecto como el de la red de escuelas de fútbol, al menos sin reconsiderar el optimismo económico con que se ideó.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 2 de mayo de 2010)