Esto ya no es una anécdota

Es tan humano como todos los defectos. Los futboleros somos ciclotímicos redomados. Hace sólo tres meses augurábamos al Valencia una caída libre similar a la del Deportivo, que pasó de súper a sin plomo sepultado por los números rojos. Han bastado cinco excelentes resultados para ahogar aquellos negros presagios y dibujar un insospechado interrogante en el ambiente. Ya no nos preguntamos si el Valencia meterá la cabeza en Europa, sino hasta qué punto puede codearse con Barcelona y Real Madrid.

Como todo en la vida, los hay optimistas y cenizos. Estos últimos, los aguafiestas vocacionales, tiran de excepticismo para exponer con deleite que el Valencia no ha jugado contra nadie. Como si el Hércules que profanó el Camp Nou, el Racing que dinamitó el Pizjuán, el 'petromálaga' de las exhibiciones a domicilio o el Sporting que asustó con su equipo B al Barça jugaran ligas de empresas. En el culmen del masoquismo dialéctico, se desliza la fatal apostilla que adivina en el empate con el Atlético las flaquezas de un Valencia que se diluirá ante los grandes.

No hay argumentos para tal desazón, como tampoco ayudaría tras el triunfo en Gijón mirar cara a cara con insolencia a los dos expresos económicos del fútbol español. Craso error trazar planes de futuro. Más que nunca el Valencia debe competir consigo mismo, explorar sus límites olvidando a Barcelona y Real Madrid, que juegan otra Liga al amparo de exclusivas prebendas audiovisuales y de todo tipo.

Pero sensatez no es sinónimo de sumisión. Porque si se da la conjunción astral adecuada surgirá un resquicio para la esperanza. El mismo por el que se coló dos veces el Valencia de Benítez. No hace falta analizar la aromática orina de Guardiola para concluir que si llegan las lesiones el Barcelona sufrirá con tan corta plantilla. Y el Real Madrid se disparó en el pie al regalar su banquillo a un chulo cuyo menosprecio a propios y extraños boicotea el proselitismo merengue alimentado desde la época de Santiago Bernabéu. La cizaña está sembrada y como germine nos vamos a reír.


(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 26 de septiembre de 2010)

La mentira del fútbol

A David Villa lo indujeron al exilio sus ansias de títulos. Seguramente los conseguirá, pero de momento lo que le garantiza el Barcelona es un ‘reality show’ donde el siempre discreto asturiano se erige en permanente protagonista.
No importa que el debut con su nuevo club haya tenido poco de rutilante. Ese inframundo llamado prensa rosa nos metió en la sobremesa el verano ibicenco del Guaje y señora. También la llamada de la solidaridad ha encontrado en el internacional un impagable altavoz. Sus camisetas volaron a Chile para insuflar vida a los mineros engullidos por la tierra. Sombra aquí, sombra allá, lo hemos visto cantar con Ana Torroja en un proyecto de apoyo a Mali. Al mismo tiempo acaba de llegar a las librerías su biografía y seguramente se dejará ver en las pomposas votaciones del Balón de Oro.
El balance no está nada mal para tres lánguidos meses en los que únicamente ha aportado vagas pinceladas del talento que derrochó en Valencia. Sus cinco mágicos años en Mestalla nos dejaron 107 goles sólo en la Liga y mostraron a un deportista sideral, comprometido, capaz de arrimar el hombro en primavera para evitar un descenso y de convertirse ese mismo verano en máximo artillero de la Eurocopa. Tanta gloria, sin embargo, apenas le dio para anunciar natillas, probablemente cuando los colmillos de los publicistas intuyeron que el Valencia, exánime, tendría que dejar escapar a su icono. Del Balón de Oro, mejor no hablar.
Cualquier sociólogo aludiría a la envoltura mediática que abraza a Real Madrid y Barcelona. Un amigo mío que no entiende ni papa de sociología, pero que de esto sabe un rato, atribuiría sin embargo el fenómeno a lo que él define como la mentira del fútbol, desnudando así a este apasionante juego que aspira a la consideración de deporte pero que la mayoría de veces no es más que un circo.
Algo similar puede pensar Emery. Hace un año le llovían chuzos por el mismo régimen severo de rotaciones que ahora le reporta elogios. Los vaivenes no acaban ahí. Las lágrimas estivales que vertió la venta de las estrellas han dado repentinamente paso a un torrente de optimismo en torno a este Valencia con menos plantilla pero más equipo. Si esto sigue así, sus críticos impenitentes no tardarán en salir a la calle, pancarta en mano, para pedir a Llorente la renovación del vasco.
Un sesudo analista concluirá que este año hay banquillo para rotar, un equipo recompuesto con cabeza... Alguien más pragmático subrayará lo que todos sabemos, que los resultados marcan los biorritmos balompédicos. Pero mi amigo, erre que erre, se aferrará a su inapelable sentencia: somos unos veletas que alimentan día día la mentira del fútbol.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 19 de septiembre de 2010)

Cambio de ciclo

Llegó la hora de creer, recita el grupo valenciano 'Despeinados' en el que ya es uno de los himnos no oficiales del Mundial de Sudáfrica. La letra bien podría habérsela escrito Manuel Llorente en el supuesto de que su agenda dejara resquicios para la lírica. Porque si algo necesita ahora mismo el Valencia es un ejercicio de fe. Para comprar el pase en un contexto económico que invita a no levantarse de la cama. Para olvidar a los que ya no están. Para creer.

Los prebostes blanquinegros pasaron meses mirando recelosos a su particular caja de Pandora, aunque siempre encontraban un argumento con el que retrasar la apertura. El primero fue la ampliación de capital sui géneris que extrajo de la manga Javier Gómez para ahuyentar varios fantasmas: el de la ley concursal, esa especie de desfibrilador económico capaz de resucitar a un muerto, y sobre todo el del advenimiento de Dalport y su heraldo Soriano. Mas la maldita caja seguía ahí, aguardando paciente su momento. Llorente le dio postrero esquinazo al retener a sus cotizadas estrellas fugaces. Había que regresar sí o sí a la meca del fútbol. Pero no se huye hacia delante sin correr el riesgo de descalabrarse. Por eso, ya aposentado el Valencia entre los nobles de Europa, el presidente se armó de valor. Abrió la caja y esperó a que brotaran de ella todos los males.

Si aplicamos a este deporte una lógica matemática, da para echarse a temblar. La realidad dicta que el Valencia ha sufrido una descapitalización deportiva escandalosa. Inevitable pero brutal. Partiendo según la clasificación de la última Liga a 28 y 24 puntos de distancia de las dos potencias económicas, el tiro de gracia era perder a Villa y Silva, las dos bajas realmente insustituibles en este verano de cambalaches.

Pero el fútbol es una ciencia demasiado inexacta. Y aun a riesgo de que esto pueda parecer un capítulo más de esos libros de autoayuda que gozan de tanto predicamento entre los peloteros, la teoría dice que se ha fichado bien. O al menos lo mejor que se podía, dadas las estrecheces económicas de un club que no ha vendido por hacer negocio, sino para sobrevivir.

El análisis por líneas ejerce un efecto analgésico. La portería se ha reforzado, aunque sólo sea desde una perspectiva numérica. Guaita eleva la competencia. En defensa, más de lo mismo. Dos por uno, habida cuenta de que Marchena nunca fue para Emery un central. La baja del inadaptado Alexis, el último de la fila en la retaguardia, queda más que compensada con los fichajes de un presunto titular, Ricardo Costa, y de un versátil comodín, Marius Stankevicius.

El meollo del fútbol, el centro del campo, tampoco ha salido malparado de este lifting. Se van dos históricos y ocupan su plaza sendas promesas. Al calor de Albelda y Banega, Topal y Tino Costa tienen tiempo para adquirir el nivel exigible en quienes están llamados a heredar los aplausos de Marchena y sobre todo Baraja. Lo de Feghouli es de momento una esperanzadora apuesta.

La disección de la delantera debe hacerse desde un prisma conservador. Si la venta de Villa y Silva era inevitable, el Valencia ha fichado los mejores delanteros a los que podía aspirar. Soldado tiene madera de ídolo y Aduriz aportaría hasta cojo mucho más que Zigic.En un deporte tan mercantilizado como el fútbol querer no es sinónimo de poder, pero al menos hay que intentarlo. Levantarse, coger la bufanda y pronunciar dos palabras que resumen un estado de ánimo. «Yo creo».

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de septiembre de 2010)

Emery tiene equipo y el apoyo presidencial; ha llegado su hora

A la pregunta de si Llorente tiene paciencia, un mordaz analista podría responder: «Menos que Soler». Y las cifras respaldarían su aserto, ya que Fernando le duró 360 días como director deportivo, mientras que el voluble constructor tardó 398 en retirar la confianza a Carboni. Al menos el actual presidente sí puede presumir de superar a su antecesor en estabilidad emocional. Mientras la relación entre Soler y sus responsables deportivos degeneraba desde el amor absoluto a la frialdad extrema, Llorente nunca tragó a Fernando. Confió profesionalmente en él, como demuestra el hecho de que la nueva plantilla lleve su sello de pe a pa, pero en cuanto todo estuvo claro lo largó. En contra de lo que se respiraba en los despachos de Pintor Monleón durante muchos meses, Llorente apostó por Unai Emery y esa es la gran responsabilidad que recae ahora sobre los hombros del joven técnico vasco. Maneja una plantilla de esas que gustan a cualquier teórico del fútbol, sólida y sobre todo con un amplio margen de mejora. Emery tiene ante sí la posibilidad de convertir el defecto en virtud. La ausencia de vacas sagradas abre las puertas a un Valencia más solidario, donde el bloque prima sobre lo individual. Pero necesita ayuda. Nadie puede esconderse ya a la sombra de las estrellas, porque no las hay. Llegó la hora de los eternos secundarios. Vicente y Joaquín dieron el paso. Ahora toca por ejemplo el turno de Fernandes y el Chori, de momento simples promesas.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de septiembre de 2010)

El maná de la Champions

Quien no está en la Champions League no existe. La UEFA ha sabido revestir a su competición estrella de una aureola especial, una ingeniosa liturgia que comienza con el pegadizo himno y concluye con el suculento reparto de dividendos. Gloria y dinero. Justo lo que necesita el Valencia para recuperar el color. Bajo ningún concepto puede un club como el de Mestalla vivir fuera de la Champions, caer de nuevo en las garras de esa patraña llamada Europa League. Por galones, pero sobre todo desde una perspectiva económica. Siete millones sólo por comparecer en el campo, más de 20 para la clase media continental y hasta la frontera de los 50 en el caso del
campeón. Llorente duerme con la calculadora bajo la almohada. Emery comprobó el año pasado cómo se las gasta el presidente, capaz de no renovar a un técnico con cuyos métodos comulga si una brizna de infortunio lo aleja de los objetivos. Este año será igual. Pese a la venta de las estrellas, el listón está en la Champions. El hábitat del Valencia.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de septiembre de 2010)

El cubo de Rubik de Moyà

Me pongo en la piel de Moyà y comienza a picarme todo. El mallorquín no entiende nada de lo que le ocurre en Valencia. Su cabeza debe de ser un cubo de Rubik. Llegó envuelto en papel de regalo. Lo tenía todo para triunfar: juventud, excelentes credenciales como portero y ese toque chic que le proporcionaban sus escarceos por la moda. Pero adjuntaba además el mejor de los salvoconductos. Era petición expresa de un entrenador que en aquel momento ya contaba más que el director deportivo para el presidente.

Un año después, el sueño del adonis balear es una pesadilla en toda regla. No sólo lo encadenan al banquillo las descomunales actuaciones de César, el veterano de guerra a quien en teoría vino a retirar. Lo peor del caso es que el coloso extremeño tiene 39 años y cada vez parece menos claro que Moyà sea el mejor posicionado en la carrera sucesoria. Sólo las dudas de Emery en torno al joven arquero justifican la presencia de Guaita en el equipo. La convocatoria ante el Racing afianza esta teoría.

Partir en igualdad de condiciones con el torrentino ya representa una derrota moral. Y la espiral en la que ha entrado el de Binissalem es muy peligrosa, irreversible salvo que logre reinventarse. Cuando un portero deja de creer en sí mismo se convierte en bomba de relojería bajo los palos. Emery debe meditar antes de tomar una decisión como la de ayer. Si su apuesta es Guaita, correcto. Pero en caso de que aún confíe en Moyà, enviarlo al psicoanalista entraña riesgos.

Las dudas en torno al mallorquín pueden estar justificadas a tenor de sus errores, si bien el técnico tendría ahora que hacer acto de contrición. Él decidió, ya con César en el banquillo, que el Valencia necesitaba sí o sí un portero. Renan no servía ni siquiera para suplente, en contra de la opinión de un Fernando que se tragó aquel sapo. Pagar cinco millones por carne de banquillo fue una locura. Y aún pudo resultar peor, porque aquel verano la primera opción de Emery era el chileno Claudio Bravo, uno de los mayores cantautores del fútbol mundial.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 12 de septiembre de 2010)

Este equipo da para soñar

Si en este verano que agoniza nos llega a dar por somatizar, más de un aficionado blanquinegro habría acabado con síntomas de hipotermia. El bochorno canicular contrastaba con unos estados de ánimo al borde de la glaciación, que contraían hasta el último poro del valencianismo tras los dolorosos traspasos. Todo ello acentuado por un Villa entregado a la causa de ofrendar nuevas glorias a España, ajeno a que cada uno de sus goles sudafricanos era una amenaza de bomba en Mestalla.
Inmersos en este proceloso tiovivo emocional, una mañana de junio se encerraron de forma casi clandestina en el cuartito de Emery en Paterna las tres patas del banco: el propio entrenador, Manuel Llorente y Braulio Vázquez. Aunque todavía no estaba completa la plantilla, el presidente quería saber qué equipo se troquelaba en el horizonte. Cuentan aquellas cuatro modestas paredes que abandonó la reunión henchido de optimismo. Las explicaciones de sus técnicos lo convencieron. Sobre la verde pizarra de Emery, Llorente visionó el estreno goleador del recién llegado Soldado o la primera ovación para un Aduriz que en aquel momento aún era jugador del Mallorca.
La ilusión presidencial estaba justificada. El mercadeo ha reportado en dos años al Valencia más de cien millones de euros, un nuevo Porchinos. Y pese al traumático éxodo, sobre el campo no hay peor equipo. El adiós de Marchena es un negocio, el de Baraja un doloroso trámite, el de Zigic un milagro... Y para los de Silva y Villa cobra vigencia aquello de que cuando un problema no tiene solución deja de serlo.
Fernando lo ató todo bien antes de su ejecución y cada baja ha hallado la réplica de un esperanzador fichaje. La ansiedad que se respiraba durante la pretemporada sólo era atribuible a una alucinación fruto del calor. A la hipotermia. Al fin ha vuelto todo a su sitio. Emery ha sobrevivido al brote cainita y su ilusionante Valencia inquieta a los rivales. Incluso a Mourinho, quien cada vez que abre la boca (ahora sí lo has conseguido, Floren) demuestra que ha nacido para entrenar al Real Madrid.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 6 de septiembre de 2010)