Exhibe engañosa sonrisa, pero no puede velar la evidencia. Atraviesa el peor verano de su vida. Lleno de bajones anímicos. Confiesa que el último fue el pasado domingo. El regreso de la competición le recuerda lo que trataba en vano de olvidar, que ya ni pincha ni corta en el Valencia pese a que la renovada plantilla de Emery es más suya que de nadie. La primera pregunta resulta obligada.
-Lo veo bajo de moral.
-El daño que Llorente me ha hecho es muy grande, a nivel mental, personal y profesional. Sé que cuando lea esto le va a gustar. Le va a gustar leer que estoy dolido. Las primeras semanas lo pasé francamente mal. Ahora sólo a ratos, cuando pienso que me apartaron de un cargo que era el sueño de mi vida.
-A punto de rodar el balón, parece lógico empezar hablando de fútbol. ¿Qué espera de un Valencia desprovisto de sus iconos?
-Los objetivos son los mismos. Desde que se creó la Champions, el Valencia siempre ha aspirado a jugarla. Y ahora no descuidemos la Copa, donde llegar lejos no es difícil.
-Como artífice de esta plantilla, ¿cuál es su talón de Aquiles?
-Puede ser más anímico que futbolístico. El equipo se ha fortalecido atrás, tiene mayor variedad en el centro del campo, conserva la profundidad en las bandas y arriba hemos contratado a los dos mejores delanteros españoles de la actualidad con un precio razonable.
-¿Comprende que si la mejora contractual de Mata está decidida no se haya resuelto ya?
-Sí. Se está haciendo demasiado largo. Estoy de acuerdo con Juan y su padre. Si es un asunto económico, el descenso del coste de plantilla ha sido tan grande que la situación debería estar arreglada ya.
-Hábleme del runrún del verano. ¿Se vendió barato a Villa?
-Teniendo en cuenta que el Barça ofreció 42 millones el año anterior, es una buena venta. Lo que no sé si se planteó, y habría estado bien, es incluir alguna cláusula vinculada a su rendimiento en el Mundial.
-¿Lo entiendo como autocrírica? Usted era director deportivo.
-Esa operación la llevaron absolutamente Llorente y Javier Gómez.
-¿Por qué desaconsejó a principio de año la continuidad de Emery y a la hora de la verdad rectificó?
-Si yo dudaba en enero, sé de una persona que aún lo hacía más: el presidente. Cambié de opinión porque en cuatro meses Unai demostró manejar mejor el grupo y logró buenos resultados, pero sobre todo la plantilla iba a cambiar tanto que entraríamos en un nuevo escenario donde el técnico debía sentirse muchísimo más cómodo.
-¿Porque es más manejable un vestuario sin vacas sagradas?
-La temporada pasada había menos confianza en las rotaciones. El club tenía necesidad de ir a la Champions y el entrenador usó mucho a los jugadores que más conocía, poniendo en riesgo su rendimiento. Había partidos en los que estaban realmente cansados. Ahora no tenemos 14 o 15 futbolistas que pueden jugar, sino 19 o 20.
-¿Por qué le está costando tanto al técnico ganarse a la grada?
-Pues no lo sé. Creo que es por su actitud en el banquillo, sus ruedas de prensa... Por aspectos ajenos a lo futbolístico y que influyen cuando una persona ve un partido y el resultado es malo. Pero normalmente los onces que saca son lógicos. Ojalá acaben las críticas.
-¿Cuántas veces ha rumiado las acusaciones que le regaló el club?
-No demasiadas, porque fueron cuestiones muy subjetivas y difícilmente valorables. Cómo se mide la implicación, la mentira, la actitud. Escuché sentado en el coche el comunicado que leyó Javier Gómez. No me gustó, pero salí euforico. Ni aportaron ningún dato ni tumbaron mis afirmaciones.
-Cita a Javier Gómez. ¿Le dolió que alguien tan próximo a usted pusiera voz a ese comunicado?
-Nuestra relación era estrechísima. Él sabía muchas cosas que me pasaban a mí en la época de Soriano y que sólo debía saber yo. Confianza total. Pero su cambio de actitud con la llegada de Llorente fue absoluto. No entiendo que alguien que puede decir «me voy y cobro lo mismo que si me echas» acepte leer ese comunicado. La expresión de su rostro y cómo lo leyó hace hasta pensar que estaba de acuerdo. Pero no, creo que interpretaba un papel.
-¿No lo esperaba?
-Es verdad que un día me avisó: «Fernando, ten cuidado, intenta hacer esto o lo otro». Pero yo entiendo otra manera de hacer las cosas. Aquí no actuamos como se debe hacer, sino como quiere Llorente que se haga. ¿Y quién corrige a Llorente si lo que opina está mal?
-¿El suyo fue un despido maquiavélico? ¿No lo tiraron hasta que dejó clarita la lista de la compra?
-Llorente me echó en el momento justo en que era imposible encontrar ya otro sitio donde trabajar, sin tiempo para planificar, y cuando menos tenía que pagarme de indemnización. Sí. Estaba todo muy bien pensado y planificado.
-¿Se siente traicionado al pensar que alguna de las acusaciones del club se sustenta en informaciones que sólo Braulio poseía?
-Eso es lo más duro. Yo hablé varias veces con él de lo que podía pasar y le dije que, aunque me echaran, el siguiera en el club. Es un amigo, era un amigo, al que traje de La Coruña. Vendió su casa allí, compró una aquí, vino con su mujer y sus dos hijos. Debía aprovechar esta oportunidad. Pero hay cosas mías que ellos han hecho públicas y yo no he hecho públicas cosas que también sé de ellos. No veo bien que una persona a la que yo traje aporte datos para ser utilizados en contra mía. Yo nunca he hablado mal de Vicente Soriano. Esperaba cierta fidelidad y agradecimiento.
-¿A qué atribuye el recelo que Llorente sintió hacia usted desde el primer momento?
-Lo reconozco. Ni a mí me gustó que lo eligiesen presidente ni a él que yo fuera su director deportivo.
-Lo tiraron para ahorrarse un sueldo. ¿Se ha bajado ya Llorente el suyo como prometió?
-Creo que no.
-Usted es consejero. ¿Se lo recordará en la próxima reunión?
-No. Es algo tan metido en la mente de los aficionados que ya hará lo que le dé la gana. Me da igual. Que se baje el sueldo un 10 o un 15 por ciento lo veo una chorrada.
(Entrevista publicada en LAS PROVINCIAS el 27 de agosto de 2010)