Aunque a nadie amarga un dulce, la afición del Valencia no vive pendiente del videomarcador. Las formas pesan tanto como el fondo. Lo más importante es la victoria, pero también cuenta el camino elegido hasta llegar a ella. El buen juego y sobre todo la ambición son inexcusables atributos para el aventurero que quiera conquistar el exigente paladar blanquinegro.
La filosofía de Emery armoniza con este mensaje. El discurso monocorde del técnico y su habitual afabilidad se alteran cuando alguien se atreve a insinuar, incluso en la intimidad de un vis a vis, que a su fútbol le falta codicia. La comparecencia previa al partido ante el Valladolid tuvo mucho de golpe en la mesa. El vasco se aflojó al fin la mordaza. Adiós a la conservadora tesis del «partido a partido». El Valencia está obligado a ser tercero en la Liga y es favorito para conquistar el sucedáneo continental.
Pero ahora queda pasar de las palabras a los hechos. En el fútbol no existen los postulados. Hay que demostrar lo que se piensa, y ese espíritu ganador que anida en los genes del entrenador blanquinegro está reñido con algunas de sus recientes decisiones. Cambiar a Banega por Marchena en Tenerife, cuando queda un cuarto de hora y se está empatando, no es ambicioso. Presentarse en Sevilla con mucho músculo y poco cerebro, menos aún.
El triunfo ante el Valladolid marca el camino. El Valencia ganó, pero lo más loable es que encaró el partido como un grande. Unai debe pensar en Cúper o Quique y no consultar la clasificación hasta el lunes.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 7 de febrero de 2010)
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