Un sueño preciado

La frontera entre el sueño y la pesadilla puede llegar a ser muy tenue, casi imperceptible. El Levante ha pasado cuatro décadas en tinieblas, preso del anhelo de retornar a la élite del fútbol español. Y a medida que estas aspiraciones topaban con el infranqueable muro de la racionalidad, daban paso a la frustración, la desesperación y la obsesión.

La travesía del desierto ha durado demasiados años. Hace falta ser ya cuarentón para recordar al equipo de Orriols, al icono de los Poblados Marítimos de Valencia, en Primera División. Pero hasta la más nigérrima de las noches tiene su amanecer. El Levante vuelve a ocupar un asiento entre los grandes de España.

Misión cumplida. El valor de cualquier logro depende en gran medida de cuánto se ha deseado, de la sucesión de sinsabores, lágrimas o decepciones que han jalonado el tortuoso camino que conduce hacia él. Y en el caso del equipo azulgrana, han sido tantos y tan duros los azotes de la adversidad que la euforia está más que justificada.

El ascenso granota completa el año más brillante de la historia del fútbol valenciano. No hubiera sido justo que, en medio del festín deportivo, el Levante quedara huérfano de gloria.Muchos nombres propios afloran a la hora de analizar el renacimiento de este club casi secular. Sin embargo, vale la pena detenerse en dos, el del presidente, Antonio Blasco, y sobre todo el del entrenador, Manuel Preciado.

El uno ha sabido dar estabilidad a la entidad, sofocando cualquier deseo de protagonismo en pos de un bien común, y el otro ha cambiado la mentalidad del equipo, ahora ya incuestionablemente ganadora.Para el técnico ha sido una temporada muy difícil. Ha tenido que torear con el sino de un club donde el ascenso estaba más próximo a la vehemencia que a lo onírico. Tuvo que ver cómo, pese a su inmaculada trayectoria, era cuestionado de forma casi permanente, y aprendió a convivir con la falta de confianza de quienes ya le redactaban el finiquito antes incluso de saber si alcanzaría, como lo ha hecho, los objetivos para los que fue contratado.

Conviene, sea como fuere, mirar al futuro con ilusión. Cerrar los ojos y soñar, otra vez soñar, ahora con la permanencia. Tras un gran desafío, llega otro aún mayor, aunque el tránsito por la Primera División, más o menos largo, más o menos exitoso, debe ser una fiesta al margen de los resultados.

La ambición y la dignidad que invitan a perpetuarse en la cima del fútbol nacional no están reñidas con la sensatez de disfrutar del momento. El Murcia puede ser un buen ejemplo de lo que ocurre cuando no se tiene los pies en el suelo. Es también la hora de pasear con orgullo las enseñas azul y grana. Sociológicamente, la devoción por un club de fútbol imprime carácter. Y los granotas, por lo general susceptibles a fuerza de agravios, injustamente faltos de cariño y habituados a nadar contracorriente, a vivir al margen del sistema y a reprimir los sentimientos muchas veces eclipsados por el irreductible Valencia, deben ahora sacar pecho, porque éste es también su año. El año del Levante.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 11 de junio de 2004)