La diferencia está en el palco

Renovarse o morir. Pocos equipos de élite han prolongado su supremacía más allá de un lustro. No lo lograron el Madrid de la Quinta del Buitre, el Dream Team de Cruyff o el legendario Superdépor. La historia se repite ahora y el relevo generacional llama a la puerta del fútbol español.
Sin embargo, Valencia, Real Madrid y Deportivo, absolutos dominadores en este arranque de siglo, han reaccionado de forma muy distinta ante situaciones críticas. Mientras merengues y blanquiazules se descomponen, el club de Mestalla se ha regenerado sin perder potencial futbolístico.
Florentino Pérez y Jaime Ortí afrontaron la temporada en aparente igualdad de condiciones. Al primero no le servía Queiroz y al segundo le dio calabazas Benítez. El Madrid partió de cero porque quiso; el Valencia, porque no tuvo más remedio. Y ambos eligieron caminos similares para salir al paso, recurriendo a entrenadores de la casa cuyo carisma aplacara a las masas.
Pero hay una gran diferencia entre los dos clubes, y ésta no se sienta en el banquillo, sino en el palco. En Ranieri se creyó y en Camacho no. Al italiano lo escogieron para reconducir el titubeante rumbo del nuevo Valencia, mientras que el murciano sólo fue un recurso electoral. Y esto se refleja en el campo.
El consejo blanquinegro, entregado a los deseos de su técnico, aceptó que si apostaba por Ranieri debía estar dispuesto a morir con él y le trajo cuanto pidió. Por eso el Valencia conserva el aroma del doblete.
Justo lo contrario de cuanto sucede en la multinacional de Florentino, más empeñado en el proselitismo que en armar un equipo de fútbol. Camacho quería a Vieira y le impusieron a Owen. Cero en planificación deportiva y otro tanto en disciplina. Si Ranieri se exalta, nadie le tose. El de Cieza, por el contrario, ha sido fagocitado por una pléyade de endiosados figurines a los que se les pasó el arroz.
En todos los sentidos, el Valencia es un equipo joven y el Madrid viejo. Como el alicaído Dépor, asfixiado por las deudas y cuyo referente sigue siendo, a los 36 años, Mauro Silva.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 22 de septiembre de 2004)

El fútbol valenciano se cita con la historia

Sabe a historia, a espectáculo del bueno, a torrente de emociones desbordantes y a rivalidad sana. La historia llama a la puerta del fútbol valenciano en una temporada singular. Hacía 20 años que no coincidían en Primera División tres equipos de la Comunidad, y han pasado 40 desde la última vez que los dos grandes de la capital compartieron singladura en la cresta de la ola. Habrá tiempo de sufrir. Ahora toca disfrutar.
Valencia, Villarreal y Levante desafían la ley de la gravedad balompédica. Los tres apuntan muy alto, altísimo, tal vez más de lo que nunca lo han hecho. En Mestalla las celebraciones se solapan, después de que el equipo haya llenado del mejor oporto otra nueva copa, la tercera en un año embriagador. Además, Vila-real vuelve a aparecer en todos los mapas de carretera continentales y la grada de Orriols rezuma ilusión.
Convendría, en plena cuesta abajo, no perder de vista el freno de mano. Sobre todo blanquinegros y azulgrana, más habituados a nadar en aguas bravas que en la balsa de aceite actual.
Un buen ejemplo de ello fue el Valencia del doblete, máquina imperfecta que funcionó a las mil maravillas. En medio de la más absoluta inestabilidad accionarial, el entrenador no se hablaba con el secretario técnico y éste no podía ver ni en pintura al director general. Pero del caos surgió la grandeza. La plantilla se aisló de los problemas, hizo de ellos su hábitat natural y llovieron títulos en una memorable primavera.
El panorama actual es muy distinto. Cuando el valencianismo se había acostumbrado a tan explosivo cóctel, desaparecieron de un plumazo casi todos los referentes de las luchas intestinas en este club. Rafa Benítez, el quejicoso entrenador que acababa de escribir la página más gloriosa de la historia del Valencia, se marchó a Liverpool despotricando. Jesús García Pitarch, el técnico que confundía lámparas con sofás al amparo de una economía de guerra, perdió su descabellada batalla contra el director general Manuel Llorente y fue despedido de manera fulminante. Y Paco Roig, la amenaza fantasma del consejo, el hombre que estuvo a un paso de camelar a Bautista Soler para regresar al sillón presidencial, sustituyó el rol de comprador por el de vendedor y ahogó con un mareante puñado de millones sus delirios de grandeza.
El consejo decidió que había que cambiarlo todo para que nada cambiase. Tras el hartazgo de celebraciones, la afición se encuentra súbitamente ante un Valencia desconocido, sin Benítez, García Pitarch y Roig. ¿Funcionará igual la máquina? El tiempo lo dirá. En Mónaco se dio el primer paso.
También el Levante anda de revolución. El lavado de cara en su salto de fe ha sido integral. Pedro Villarroel hará de Antonio Blasco, Bernd Schuster de Manuel Preciado, el Ciudad de Valencia parece otro, nueve fichajes elevan el nivel de la plantilla e incluso las históricas barras azulgrana de su clásico jersey se han quedado en Segunda. El club no quiere estar de paso por la gloria. Nunca se ha escrito nada de un cobarde.
Lo mismo debió pensar Fernando Roig. El Villarreal está dispuesto a reeditar la que hasta ahora ha sido su mejor temporada. De nuevo ha entrado en la UEFA a través de la Intertoto, el equipo deslumbra por la magnificencia de su fútbol y cada vez se parece más a aquel Deportivo que despertó con los años noventa para reivindicar una plaza entre los grandes. Se permite soñar.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 6 de septiembre de 2004)