Los sueños rotos

Felinos y (casi) cuarentones, Palop y César han encontrado la felicidad en el bulevar de los sueños rotos que dibujó Sabina. Cuando Andrés pateaba latas por las calles de l’Alcúdia, abrazaba una obsesión infantil: reinar bajo los palos de Mestalla. Mereció culminar aquella fantasía, pero topó con Cañizares, una pantera en el campo y un lince a la hora de explorar los límites del «o tú o yo». Paralelamente, en Coria, César se imaginaba haciendo historia con la camiseta de un grande. Aunque el trabajo lo llevó a ser titular con el Madrid en una final de Champions, una lesión y la irrupción del insolente genio Casillas le robaron las portadas.

El presente sería muy distinto para ellos de haber coincidido bajo un mismo escudo. Palop echó en falta en su día a un compañero honesto como César. Y éste habría preferido jugársela con un veterano en vez de un niño prodigio.

Sus vidas discurrieron paralelas. Rebasados los treinta, gozaban de un sólido puesto de trabajo y un sueldo indecente en la empresa donde siempre anhelaron perpetuarse. Pero en realidad eran dos parados con empleo fijo. El gusanillo escarbaba en su orgullo profesional. Criados en la época en que los maestros de escuela pasaban hambre y sólo los padres comían huevos, ni Andrés ni César querían acomodarse en su jaula dorada.

Como hacen tantos colegas suyos cuando los años pesan más que la ambición, pudieron mirar al fútbol como quien escruta las cláusulas de un plan de pensiones. Vencieron a esa tentación. Al igual que el buen aficionado al cine paladea hasta los títulos de crédito, ellos decidieron convertir su otoño deportivo en primavera.

De la mano sin saberlo, se fueron de casa para triunfar. Palop es emblema del mejor Sevilla de la historia y César, que llegó con la humildad de un becario, seis meses a prueba, se ha ganado dos renovaciones contra pronóstico en Mestalla. Los viejos zorros de vidas simétricas miden hoy sus fuerzas. Estaremos con el cacereño, pero los paradones del valenciano dolerán menos. Aunque pace lejos de casa, es también uno de los nuestros.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 31 de enero de 2010)


El legado de Lugosi

Bela Lugosi dio vida a Drácula y éste se lo pagó con un mordisco en el cuello. Cuenta la leyenda que el icono del cine de terror de los años 30 acabó tan chiflado que adoptó la identidad de su más célebre recreación, el vampiro surgido del imaginario de Bram Stoker. En el ocaso de su vida, un decrépito Lugosi dormía en ataúdes, lucía capas negras y bebía sangre. Cría cuervos y te sacarán los ojos, que diría el refranero español. Algo así susurrará Soler a la menina de Valdés que preside su despacho, porque él también tuvo su particular Nosferatu.

La ominosa huella de Valencia Experience va a sentar en el banquillo al ex presidente. Otra vez, y ahora a cuerpo descubierto, sin el caparazón que hace dos años le proporcionó la corriente antialbeldista. Más que el juicio por un presunto pufo que hizo perder seis millones al Valencia, será el proceso a la indecorosa recta final de la era Soler. Una decadencia que arrancó el día en que a éste lo engatusó Jesús Wollstein.

La candidez del empresario, impropia de un avezado hombre de negocios, hizo de él presa fácil. La pomposa presentación de la maqueta del estadio que le montó el entonces director de Ràdio 9 lo dejó embelesado, a falta de un golpe de gracia que Wollstein dio con maestría. «Este club es un desastre organizativo. Yo lo arreglaría», le murmuró subrepticiamente. Acción y reacción. Wollstein entró por una puerta y el diligente Jordi Bruixola, anónimo apagafuegos de Soler durante años, salió por la otra.

La historia es conocida. Mientras el recién llegado trepaba del área de comunicación al sillón de consejero delegado, la imagen del ex presidente se desmoronaba. Recluido en su casa de muñecas, Soler siguió sin abrir los ojos. Como Lugosi, no supo desembarazarse de una sombra que lo dejaba exánime, anémico. Sus allegados le imploraron que relevara a Wollstein, aunque recibieron una desazonadora respuesta: «Si queréis nombro a otro director de comunicación, pero él se queda como asesor personal mío». Quizá ahora, cuando compartan banquillo en la Ciudad de la Justicia, lo vea claro. Será ya tarde.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 24 de enero de 2010)

El humo de la Copa

Víctor Espárrago temía más a la prensa que a cualquier avispado ariete rival. En una de sus cíclicas crisis con el gremio de la información, definió a los periodistas como un mal necesario. No pensó en que esa misma etiqueta puede colgar de la americana de los técnicos. También de la taquilla de los futbolistas. Como mínimo son unos aguafiestas.

Pasará tiempo hasta que el olvido sepulte la vergonzosa manera en que el Valencia arrojó al retrete la Copa más asequible en muchos años. La obsesión por el reparto de esfuerzos físicos acabará inmolando el espíritu del fútbol. Renegar de las rotaciones sería de locos si se quiere llegar con fuelle a mayo. Pero convertir un centenario torneo en banco de pruebas para la revolución permanente es despreciarlo.

Emery demostró no querer la Copa desde el minuto uno de la eliminatoria con el Deportivo. No contento con el fallido experimento táctico de Mestalla, atiborró de potingues los tubos de ensayo en Riazor. Del mejunje surgió la más inimaginable de las alineaciones. Remató la faena con una empanada mental en los cambios. Por mucho menos, Guardiola pidió perdón. El vasco, lejos de entonar el mea culpa, deslizó una velada crítica a sus pupilos. Actitud cobarde, pero no injusta, ya que alguno de los tristes protagonistas de esta afrenta debería pagar por jugar en el Valencia. La relajación de la segunda parte ante un equipo zaherido por las bajas roza lo indecente.

Si la Copa no interesa, que nos lo digan a todos. A los 25.000 ingenuos que cambiaron el calor familiar del día de Reyes por el frío de Mestalla para regresar a casa abochornados y con cara de lelos. A los del mal necesario, que compramos el humo que emanaba de la sala de prensa de Paterna y lo revendimos inoculando en la afición el virus de una ficticia ansia de remontada. Y también a quienes en el descanso de la chapuza de Riazor hacían la ola y terminaron sin ganas de cenar. Mejor haber ido al cine. Era el día del espectador y en toda la cartelera no hay película tan patética como la que rodaron en La Coruña los comicastros blanquinegros.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 17 de enero de 2010)

La culpa es de la tele

El Valencia necesita contratar a otro argentino. No a un futbolista como el Chori, que puede debutar hoy en Jerez, sino a un psicólogo. Un profesional que monte su chiringuito a las puertas de Mestalla y esté dispuesto a echar horas y horas (gratis, por supuesto) después de cada partido. Un especialista capaz de atemperar los tórridos ánimos antes de que algún currito de a pie aporree su televisor, preguntándose por qué ese Valencia visitante multicolor y estéreo que proyecta la caja tonta pierde imagen y sonido cuando comparece ante su afición.

Trabajo no le faltaría al psicológico blanquinegro. Esta semana por ejemplo tendría que devanarse los sesos para explicar lo inexplicable, que Emery figure en la lista de los mejores entrenadores del mundo justo cuando a su libro de reclamaciones le faltan hojas.

Los doctos analistas de la impronunciable IFFHS sabrán más de aritmética que nadie, pero difícilmente cuadran las cuentas cuando se piensa que esta temporada el Valencia sólo ha ganado cinco de los doce partidos disputados en su estadio, el último de ellos gracias a un milagro de Zigic.

Sobran los motivos para renovar a Emery. El crecimiento profesional es indudable y presenta además un perfil idóneo para la austeridad que se avecina. Pero haría bien el vasco en no fiarse de su apasionado idilio con las matemáticas. El fútbol es el imperio de los tópicos y uno de los más socorridos dicta que en este mundillo dos y dos pocas veces suman cuatro. Si sus notas en el Valencia son excelentes (1,7 puntos por partido de Liga), mejores eran las de Quique (1,8) y probó la hiel de la destitución como regalo de fin de curso.

El exigente paladar de Mestalla no acepta que la imagen del equipo continúe desmadejándose en casa. Aunque las estadísticas alienten a Emery, ese intangible que son las sensaciones enmaraña su futuro. El runrún de la calle puede pasarle factura. Pero si se le retira la confianza también habrá que explicarlo, ya que son sus jefes los que han decidido supeditar la hipotética renovación a los resultados... justo el punto fuerte del entrenador.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 10 de enero de 2010)

Diez años en 365 días

La felicidad, como todo estado de ánimo, es subjetiva. El más afortunado puede sentirse desgraciado mientras un paria disfruta con deleite de su austera existencia. Sin embargo, hay momentos en los que uno debe ser objetivamente feliz. Sí o sí. Es el caso del Valencia en el arranque de 2010.

Basta con remontar doce páginas en el calendario para comprenderlo. Ha pasado un año, pero parecen diez. La fotografía del 3 de enero de 2009 es desoladora. El Valencia ultima la documentación para convocar el concurso de acreedores. La plantilla no cobra. En los despachos se barrunta la paralización del nuevo estadio. El imperio de Juan Soler se resquebraja y amenaza con sepultar al club bajo sus ruinas.

Si se hurga en los pequeños detalles de esta envejecida imagen, la penumbra deja entrever la silueta de un presidente acorralado, cuyo rostro refleja el descrédito por las promesas incumplidas y el orgullo herido. Unos meses antes se sentía el rey del mundo, cual Di Caprio en la proa del Titanic. Ahora permanece postrado ante un benefactor que ni hace ni deja hacer. Enemigos íntimos en el fondo, guardan las formas. Soriano masculla por su infortunio mientras agradece que Soler le mantenga la respiración artificial.

Por suerte el Valencia de 2010 es más fotogénico. Cuestión de credibilidad. La guadaña concursal sigue blandiendo sobre su cabeza, pero ya nadie la teme. El estadio está paralizado, si bien pronto se retomarán las obras. El suelo de Mestalla no se ha vendido, aunque al fin comandan la operación profesionales. Y se ha recomprado a Soler su parcela para no tener que agradecerle nada.

Hay argumentos para estar felices... sin caer en la autocomplacencia. Lo advirtió Benedetti. Defendamos la alegría de la propia alegría, porque Llorente lo ha tenido más fácil que sus antecesores. Si ellos contaron con ayuda política y financiera, lo de ahora es una intervención en toda regla. Y queda lo más duro, las medidas impopulares. Habrá que afrontarlas con la misma firmeza. Una vez asido el salvavidas, no es cuestión de soltarlo para arreglarse el pelo.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 3 de enero de 2010)