La revolución tranquila

¿Es Vicente Soriano Edmundo Dantés? Al igual que el conde de Montecristo, el empresario de Puzol se vio forzado a renunciar al sueño de toda una vida por una maniobra despiadada y fría del poder. Fue acusado de traición al régimen, del mismo modo que el héroe surgido de la fértil pluma de Alejandro Dumas. Y, como él, terminó en un presidio delimitado por los frígidos barrotes del olvido.

Soriano resistió a la espera de que llegara su momento. Igualito que Dantés. Aguantó el embate de quien trató de borrarle del mapa comprándole sus acciones. Articuló una plataforma opositora cuando todo plan para erosionar la figura del omnipotente Juan Soler entraba de lleno en el terreno de lo onírico. Entabló una negociación de compraventa que desembocó en fatigadora y cruel partida de póquer, donde nadie dijo toda la verdad y más de uno jugó de farol. Hizo oídos sordos mientras la parte vendedora y su corte mediática se obstinaban en negar la mayor, tachándole de forma velada de embaucador. Y resistió ante la sorprendente estratagema de su compañero de viaje, Juan Villalonga, quien jugaba con las cartas marcadas y a media partida se cambió de bando. Sin saberlo, el exitoso empresario madrileño apostó por el caballo perdedor.

Pero no. Soriano no es Dantés. Al contrario que éste, no ha querido hacer de la venganza el leitmotiv de su gestión. Una vez lograda la victoria en la que sólo él creyó, conseguida contra viento y marea, el nuevo presidente renunció a tirar de la manta, lo que incluso le granjeó las primeras críticas de sus compañeros de resistencia. Decidió que la suya será una revolución tranquila. Porque eso es lo que más necesita ahora mismo el Valencia. Ya hubo bastante jarana en el tempestuoso mes de julio. Por encima de los éxitos deportivos, del dinero incluso, el club anhela serenidad. Sosiego para olvidar a Soler. Templanza para borrar de la memoria a Koeman y Villalonga.

También mucha cordura. Por eso la primera decisión de los nuevos gobernantes fue apostar por Unai Emery y Juan Sánchez, a pesar de que ni el uno ni el otro figuraban en la agenda de Soriano y Villalonga cuando, en el frío invierno londinense, ambos se reunieron con Jose Mourinho para empezar a preparar un aterrizaje en el Valencia muy diferente del que les depararía el destino. El hombre fuerte del proyecto deportivo era ya en aquel momento Fernando Gómez y el portugués, su apuesta para el banquillo.

Pero el paso de los meses obligó a activar un plan B. Y Soriano tuvo cintura. Cuando vio que el verano se echaba encima, cuando comprendió que toda su planificación se iba al garete por la indefinición de Soler y los bandazos de Villalonga, cuando Mourinho se había comprometido con el Inter..., el entonces aspirante a la vara de mando blanquinegra ejerció anticipadamente de presidente y mandó un SMS a un Emery receloso de fichar por el Valencia. El vasco veía en el club un avispero por la esquizofrénica realidad que brotaba de todos sus poros.

"Eres un gran entrenador y confío en ti", le escribió Soriano. Tal vez en aquel momento todavía no sentía como propias esas palabras. Tal vez fuera una huida hacia delante, porque el de Puzol había imaginado un Valencia muy distinto del que heredaría. Pero el empresario miró el calendario y comprendió que no tendría unos meses para trabajar, para planificar, para pensar... Que los despachos le habían robado el derecho a innovar. De ahí su apuesta por Unai en aras de una dulce transición. Ahora, acomodado en su sillón presidencial, Soriano no alberga la menor duda. Aquel lejano mensaje ya es totalmente suyo. Lo repetiría a pies juntillas. Ve en Unai un gran entrenador. Y confía en él. Como entonces le dijo sin pensarlo. Como ahora piensa sin decirlo.

Unai es un tipo afortunado. Al margen de sus dotes como técnico y psicólogo, el vasco tuvo la suerte que le faltó a Juan Sánchez, su mentor. Los cuatro gestores que desfilaron por el club en un mes de pesadilla respetaron al entrenador. Soler lo contrató. Morera lo presentó. Villalonga lo acató, aunque sólo fuera porque le falló Aragonés. Y Soriano lo ratificó. Sánchez no puede decir lo mismo. Durante su breve interregno, el ex presidente de Telefónica ninguneó al entonces secretario técnico, poniéndole por encima al refinado Xabier Azkargorta. El valenciano sufrió tal erosión en dos semanas que de nada sirvió ya el mensaje conciliador con el que Fernando trató de restañar sus heridas nada más llegar al Valencia. Como a Unai, también se le ofreció un hueco en el proyecto. No era una limosna, sino el premio a su trabajo. Pero no. Sánchez concluyó que olvidar era imposible. Con la autoestima a ras de suelo, el Romario de Aldaia realizó su más digno regate y abandonó el club por la puerta grande.

Fue el único lunar en una aventura que arranca con las mejores expectativas. Soriano se ha rodeado de un equipo de trabajo en el que confía, algo de lo que no pudo presumir Soler en sus cuatro años de desatinos. Fernando pone orden en lo deportivo y Miguel Zorío, compañero de correrías del presidente en su lejana aventura con Paco Roig, se ocupa de los negocios. Justo lo que debió hacer y no hizo el constructor. Le habría venido bien escuchar a Serrat cuando cantó aquello de: "Mi santa madre me lo decía, cuídate mucho, Juanito, de las malas compañías."

Con la tranquilidad que ansía el Valencia, el nuevo grupo rector ha abierto las ventanas. El ambiente estaba viciado. Por ellas han entrado profesionales válidos deportados por Soler, como Jordi Bruixola, y han salido los últimos reductos del antiguo régimen, encabezados por un Jesús Wollstein que por momentos creyó posible el cambio de chaqueta.

El desafío ahora es mayúsculo. Soriano tiene que levantar a un equipo hundido y evitar la desaparición de un club en quiebra. Presume de ideas, también de ilusión, aunque sólo con hechos, contundentes y rápidos, será posible reflotar ese bendito milagro llamado Valencia.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 15 de septiembre de 2008)

El Valencia 'ficha' a Villa, Silva y Albelda

"¿Por dónde empezamos, Fernando?" No hubo pistoletazo de salida. Los nuevos responsables del Valencia se tuvieron que incorporar a una frenética carrera de 100 metros lisos sin calentar y a mitad de recorrido. Visto el tiempo marcado en la línea de meta, no les fueron mal las cosas.

En la oficina del nuevo vicepresidente deportivo se acumulaban los casos abiertos. Sin embargo, dos expedientes tenían la etiqueta de máxima prioridad. El Real Madrid bebía los vientos por Villa. El Barcelona suspiraba por Silva.

El dilema estaba sobre la mesa. Vicente Soriano debía decidir. Ante una hambruna como la que asola Mestalla, un presidente debe ser lo suficientemente impetuoso como para no perder a sus estrellas, pero también lo razonablemente sensato como para no renunciar a irrechazables ofertas. Fiel a esa filosofía, el Valencia urdió su estrategia. Pregonó que en esta vida todos tenemos un precio, muy alto en el caso de los jugadores blanquinegros. Pero mientras el intencionado mensaje seguía su curso, el club daba los primeros pasos para destensar la relación con dos peloteros que en los últimos meses se sentían dejados de la mano de Dios.

Habría que remontarse al mes de diciembre. Cuando el olvidable Koeman inició su ronda de ejecuciones públicas, tanto Villa como Silva entendieron que había llegado la hora de replantearse el futuro. Lo mismo sintieron otros pesos pesados, como Vicente. Les dolió tanto el sadismo deportivo del holandés como la connivencia de Soler. Pero la falta de sintonía entre los cracks y la cúpula del club era bilateral. Mientras los representantes desempolvaban sus agendas, el aún presidente, en pleno mercadeo accionarial, sentaba con el Real Madrid las bases de un futuro traspaso de Villa. Al mismo tiempo, un Barça en reconstrucción blandía sus tentáculos sobre Silva.

En el caso del canario hubo pocas dudas, ya que no apareció esa oferta mareante capaz de hacer perder el sentido. Distinto fue el caso del Real Madrid. Calderón, tarde y mal, ofreció 40 millones por el Guaje. Y lo peor es que no retiraba la mano del talonario. En Mestalla hasta los percheros sabían que, si Soriano apretaba, sacaría aún más jugo del desesperado presidente merengue, ávido de un fichaje mediático para calmar a su técnico y su afición.

Pero vender a Villa no era el mejor modo de empezar un proyecto. Incluso para un club con las arcas vacías. "Pan para hoy y hambre para mañana", resumiría Soriano. Habría sido el camino más fácil, pero también el más tortuoso. Por eso el asturiano, como su tocayo de Arguineguín, acabó quedándose en casa.

Peor parado salió Joaquín. Koeman desorientó al gaditano hasta dejarlo sin Eurocopa, Villalonga le hizo perder el norte ofreciéndole una inmerecida mejora salarial y él cometió el error de acudir en el momento más inoportuno a reclamar lo que creía suyo. Pensó que la generosidad con Villa y Silva reflejaba debilidad y se llevó la bofetada de su vida. Por partida doble: al rechazarle el club el aumento de sueldo y cuando comprobó que el Valencia estaría encantado de venderlo. Joaquín lo pensó, lo repensó... y al final decidió concederse otra oportunidad de triunfar en Valencia.

Con los deberes hechos, Fernando se entregó a las tareas menores. Recuperó para la causa a un Albelda ya sin argumentos para dejar el club de su vida, soltó lastre ahorrándose 21 millones en sueldos de jugadores prescindibles y fichó a un portero, Renan, que se sumó al repescado Pablo en el exiguo capítulo de altas.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 15 de septiembre de 2008)

El Valencia duplica su deuda desde la llegada de Soler pese al plan Porchinos

Al Valencia le aguarda una dura travesía por el desierto. La decisión de poner a la venta a la totalidad de la plantilla tiñe de pesimismo el futuro deportivo del club y responde a una situación económica límite, que incluso amenaza a las obras del nuevo estadio. Cuando Juan Soler tomó las riendas de la entidad prometió sanear las cuentas y multiplicar por diez el patrimonio que heredó. El plan Porchinos disparó el optimismo, aunque de momento lo único que se ha duplicado es la deuda blanquinegra, que según las cuentas oficiales asciende a 260 millones de euros, por los 130 que encontró Soler hace tres años y medio. El club, además, hace frente a un crédito de 200 millones concedido por Bancaja, lo que obliga a pagar un millón mensual en concepto de intereses.
Pero no sólo la deuda atenaza a este Valencia. Al lastre acumulado se suma la crisis del ladrillo, que ahoga todas las expectativas de recuperación y crecimiento. El club ha tenido que congelar la venta del suelo del viejo Mestalla, su tabla de salvación para hacer caja, después de que la caída de la demanda obligara a Soler a asumir por 90 millones la compra del primer lote. No es esta una cuestión baladí: los 360 millones que preveía ingresar el Valencia por el suelo de su actual campo continúan en el aire y ese era el dinero que se pensaba destinar a la construcción del futuro estadio, lo que provoca una profunda preocupación.
Finalmente, a todo ello se añade el fracaso deportivo de la presente temporada. La ausencia en la próxima Liga de Campeones mermará en 15 millones los ingresos de la próxima campaña, cantidad que es inferior si se tiene en cuenta el ahorro en primas.
Todos estos lastres conducen a la situación actual. A medida que el futuro económico se ennegrece, el Valencia debe elegir entre mantener el nivel de la plantilla o garantizar las obras del nuevo estadio, que algunos días han obligado a desembolsar 600.000 euros a tocateja. El coste final del nuevo Mestalla se situará en torno a los 350 millones.
Por todo ello, el Valencia prevé cerrar el ejercicio con una desviación negativa de cerca de 10 millones, en lo que tiene mucho que ver el peso económico de la plantilla, que actualmente se come el 75% del presupuesto entre sueldos, fichas y amortizaciones. Reducir este gasto resulta complicado, debido a que hay contratos por medio, y la única fórmula es el traspaso de los futbolistas más caros.
Los jugadores se han convertido en el único recurso del Valencia a la hora de obtener liquidez. De hecho, el club ya recurrió a su plantilla para avalar el aplazamiento de los pagos pendientes con el Ayuntamiento de Ribarroja a raíz de la aprobación del PAI de Porchinos. A aquella decisión se suma ahora la de escuchar ofertas por todos los jugadores, entre ellos los hasta ahora intocables Villa, Silva o Joaquín.
No es, en cualquier caso, una cuestión de falta de patrimonio. El proyecto del nuevo Mestalla hace que hoy por hoy el Valencia tenga un activo muy superior al pasivo. Pero ahora mismo se da la peor coyuntura posible para convertir ese patrimonio en dinero líquido con el que sufragar los gastos. Esta situación, unida a los 90 millones comprometidos por el suelo de Mestalla, el aval del fichaje de Joaquín, los problemas de salud o la impopularidad derivada de la caída libre del equipo, es lo que conduce a Soler a buscar desesperadamente un comprador para sus acciones.
La cúpula del club ha tenido que entrar en escena para calmar la desazón que se extiende entre los aficionados. Agustín Morera, presidente blanquinegro, recordó ayer que el Valencia "siempre ha contado con un equipo competitivo para aspirar a lo máximo", mientras que Juan Sánchez, secretario técnico, ve excesivo el revuelo: "Siempre hay que estar dispuestos a escuchar ofertas pero eso es normal en el fútbol. Hay una gran plantilla."
Sin embargo, dichas palabras contrastan con la presumible marcha de los cracks del equipo. El actual planteamiento de la próxima temporada difiere mucho de lo previsto hace escasos meses. Entonces se pensaba en armar un bloque fuerte de cara a la despedida del viejo Mestalla, rompiendo incluso el tope salarial. Se asumía la dificultad de luchar con Real Madrid y Barcelona por el título de Liga, pero sí era un objetivo coherente aspirar a la tercera plaza en pugna con el Atlético de Madrid. Eso el año próximo, porque una vez inaugurado el nuevo estadio el Valencia debería estar en condiciones de dar el salto y engullir a los dos grandes. Debían venir dos laterales, un centrocampista defensivo y un delantero. Ahora todo puede cambiar, en función de las salidas.
Mientras la entidad redefine sus aspiraciones deportivas, continúa tratando de atar cabos. Pase lo que pase, la línea más desguarnecida es la portería, donde Cañizares y Mora causarán baja segura, mientras que Hildebrand coquetea con el Bayern. Kameni y Moyà son los mejor situados, y según Canal 9 este último gana terreno, sobre todo si el Valencia ficha a Gregorio Manzano y Dani Güiza para el banquillo y la delantera, respectivamente.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 2 de mayo de 2008)

Los 'miniporchinos' se diluyen

Abril de 2005. Día 12. Juan Soler por fin descubre sus cartas y, en un almuerzo con la prensa, confirma sin tapujos que los terrenos adquiridos en Ribarroja se destinarán a la construcción de una nueva Ciudad Deportiva. La pregunta es obligada: ¿Qué pasará ahora con Paterna? El entonces presidente garantiza sin titubeos que las actuales instalaciones del club en el municipio de l"Horta no serán desmanteladas. Al contrario, pasarán a formar parte de una red destinada a potenciar el fútbol base blanquinegro por toda la Comunitat.
El máximo accionista evitó dar datos, porque en aquel momento no le interesaba, pero el proyecto que traía entre manos iba mucho más allá de una iniciativa de promoción de la cantera. Convencido de que el plan de Ribarroja permitiría dejar a cero la deuda del Valencia el 30 de junio de 2005 (nada que ver con la realidad), Soler comenzaba a tejer una nueva actuación urbanística. El constructor, instalado en sus mejores días como presidente, quería promover seis miniporchinos que reportarían al club entre 108 y 144 millones de euros, según el optimismo con que se realizara los cálculos.
El plan debía ser un éxito garantizado. En pleno auge de la construcción, Soler planeaba crear media docena de escuelas de fútbol en la Comunitat, dos por provincia. En el caso de Valencia, una de ellas sería la de Paterna, en los terrenos de la actual Ciudad Deportiva.
Para ello necesitaba de nuevo apoyarse en la Administración. El primer paso era conseguir la recalificación de los terrenos contiguos a esas instalaciones. El segundo, construir urbanizaciones de lujo. Y el negocio ya estaba hecho. Bajo el delicioso reclamo de "venga usted a vivir junto a la escuela de fútbol del Valencia", el presidente calculaba que el club ingresaría por cada uno de esos seis proyectos entre 18 y 24 millones de euros.
Soler no comunicó, por desconfianza, sus planes al consejo de administración. Sin embargo, su proyecto era algo más que un boceto. Había perfilado hasta los pequeños detalles. Al frente de estas seis escuelas de fútbol se situarían ex jugadores del club que atravesaran problemas económicos. Además, el club ya manejaba el ofrecimiento de algunos alcaldes deseosos de que el Valencia aterrizase en sus municipios.
En octubre de ese mismo 2005, al cumplir un año en la presidencia, Soler afirmaba con la tranquilidad de quien cree tener todo bajo control: "Trabajamos en otras operaciones que, aparte de la de Porchinos, sirvan para generar ingresos." Esta era la más sólida.
El Valencia, sin embargo, prefirió posponer su actuación por una cuestión de imagen y también debido a un error de cálculo. Las críticas por el pelotazo en Ribarroja eran tan agrias que Soler optó por esperar a que vinieran tiempos mejores. La llegada de nuevas recalificaciones habría sido una medida demasiado impopular. Pero además el constructor no pronosticaba en esos momentos una crisis como la que aguardaba a su sector. Por tanto, entendió que siempre habría tiempo para poner en marcha sus miniporchinos. Era dinero seguro y fácil, que estaría al alcance de la mano cuando fuera necesario.
Dos años y medio después, nada se parece al escenario que dibujó Soler. La deuda del club se ha disparado y el entonces presidente ha añadido un ex a su cargo mientras busca comprador para sus acciones. Pero sobre todo en la coyuntura económica actual es impensable afrontar un proyecto como el de la red de escuelas de fútbol, al menos sin reconsiderar el optimismo económico con que se ideó.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 2 de mayo de 2010)

Un indulto con cabeza

El rescate de Albelda, Cañizares y Angulo es ejemplo de sensatez. Como filosofía de club, un diez para Voro. Si el Valencia quiere partir de cero en pos de la salvación, necesita desterrar del vestuario los rencores, demostrar que el efímero reinado de su ex delegado nada tendrá que ver con la tiranía del ya olvidado Koeman. Otra cuestión distinta es la idoneidad de que los tres jugadores regresen al campo en un momento tan dramático. Sólo Voro puede saber si conviene dar el paso. Albelda declaró que no se siente implicado. Y el ex capitán, sin motivación, es un toro con los cuernos afeitados. Para que el equipo salga a flote, todos deben olvidar. Si Cañizares detiene un penalti, Caneira ha de ser el primero en felicitarle. Y si marca Baraja, el abrazo más fuerte tiene que llegar de Albelda. De lo contrario, mejor dejar las cosas como están.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 24 abril de 2008)