Un club, tres nombres y mucho maquillaje

Juan Soler ha construido el más ambicioso de sus proyectos deportivos. Una insospechada macroinversión de 46 millones de euros, con el fichaje de un talento como Joaquín y de jugadores de la rentabilidad de Morientes o Del Horno, invita a pensar que este Valencia por fin retomará la senda del éxito.

Las dudas, sin embargo, persisten. Son inherentes a este club y están más que justificadas. Soler no ha logrado desvanecer la catastrófica sensación de que su edificio se asienta sobre arenas movedizas, que tiene cimientos de plastilina. El constructor dispone de nueve meses de competición para demostrar que no es así.

El club vive inmerso en una continua convulsión. Es la asignatura pendiente del presidente, sólo resistible mientras no se contagie al terreno de juego. El futuro del equipo se encuentra en manos de tres hombres, Soler, Carboni y Quique, cuyas relaciones se agrietan paulatinamente. De momento, entre los dos primeros y el tercero. Todo lo que se haga para evitar el divorcio es pura cosmética. Maquillaje. Las arrugas se van disimulando, pero están ahí.

El dirigente destituyó a Javier Subirats porque apostaba firmemente por el entrenador madrileño, su hombre de confianza, el técnico que encarnaba las virtudes del añorado Rafa Benítez. En definitiva, Soler admiraba su sensatez y aptitud. Apenas han transcurrido cuatro meses desde aquello, pero ahora la situación de Quique Sánchez Flores es bien distinta. El futuro del técnico se encuentra ya sujeto exclusivamente a la arbitrariedad de los resultados. De ellos y de su capacidad para no pisar más charcos depende que continúe al frente del equipo. Y sólo han pasado cuatro meses...

El intenso idilio entre técnico y presidente comenzó a tambalearse durante las negociaciones para renovar el contrato del primero. Quique se sintió fuerte, tenía motivos para ello, y reclamó un proyecto duradero, permanecer al menos dos años más ligado al club y un sustancial aumento de sus ingresos. Al final hubo boda, pero sin beso. El tira y afloja, inesperado por Soler, erosionó su confianza en el madrileño, aunque por primera vez sacó la polvera y disimuló el conflicto.

El verano no ha hecho más que empeorar la situación del técnico en el club. La explicación hay que buscarla al otro lado del ring, perdón, de las instalaciones de Paterna, donde se encuentra Carboni.

Soler vio en el italiano la antítesis de Subirats: irreprochable imagen ante los medios de comunicación, capacidad de trabajo, dotes de seducción esenciales a la hora de negociar, contactos en el Calcio... Obvió su evidente falta de experiencia y le entregó la dirección deportiva del Valencia, confiado en que Eduardo Maciá, entonces miembro de la secretaría técnica blanquinegra, sería el impagable lazarillo en su necesario proceso de adaptación al cargo. Pero el joven técnico se cansó de bailar la yenca. Hoy le decían que debía rastrear el mercado en busca de refuerzos y mañana le insinuaban que su futuro estaba ligado a la cantera. Se hartó y emigró a Liverpool, dejando al de Arezzo sólo ante el peligro.

No lo ha tenido nada fácil Carboni. Desde el primer día se ha encontrado con una corriente crítica empecinada en airear sus lagunas, detractores que jugaban con las cartas marcadas y sabían que el italiano, partiendo de cero con el mercado en plena ebullición, tenía todas las de perder.

Pero el principal riesgo de dejar la confección de la plantilla en manos de Carboni estaba más vinculado a su condición de ex jugador que a su evidente falta de currículo. El destino era caprichoso. Si en mayo Amedeo lamentaba que Quique le condujera a la jubilación forzosa, en junio se convertía en jefe del madrileño. Y además tenía la responsabilidad de decidir el futuro de sus recientes compañeros de vestuario. De todos. De aquellos con los que se llevaba bien y también de los que mantenían con él una relación poco cordial.

Todo esto deja sus secuelas. Las colisiones con el entrenador han sido permanentes. Si este le pedía a Luis García, aquel le traía a Tavano. Si reclamaba un relevo para Albelda y un defensa central, le daba a Ayala. ¿Pero ese no estaba ya?, debió de pensar Quique. A la inversa, más de lo mismo. Cuando Carboni negociaba con Mancini, el entrenador desacreditaba en público al brasileño, y si el director deportivo hacía el milagro de ficharle a Joaquín, por fin un hombre de consenso, entonces el madrileño lamentaba la pérdida de Regueiro, a quien por otro lado hace un año apenas dio bola. De locos.

Soler tuvo que recurrir de nuevo a la cosmética. Se encerró con los dos técnicos, les exigió un armisticio y volvió a airear la polvera. Más maquillaje: que si sólo se trataba de un contraste de opiniones, que si toda diferencia de planteamientos ayuda al club a crecer...

No sería la última vez que lo hiciera en un convulso verano. Ayala desató un nuevo terremoto al llamar mentirosos a presidente y director deportivo y acusar al Valencia de maltratarle. Otro lunar en el expediente de Carboni, que desató el conflicto al retirar al argentino la oferta verbal de renovación que el presidente le formuló en un aeropuerto. Y otro lunar también para el central, quien no aceptó luego la marcha atrás del director deportivo, seducido ya por los cantos de sirena que le llegaban desde Villarreal. La situación se hizo insostenible hasta que Soler recurrió por enésima vez a su milagroso maletín. Sombra aquí, sombra allá, y apretón de manos en una foto tan forzada como necesaria para la estabilidad del equipo.

El futuro, pese a todo, se presenta esperanzador. En ocasiones el presidente parece poseer el don divino de escribir recto con renglones torcidos. Contra todo pronóstico, tras una desquiciante pretemporada de reproches internos y negociaciones con futbolistas frustradas, el Valencia ha conseguido confeccionar una plantilla de mucho nivel.

Hay lagunas, las que lamentó Quique en defensa y en la medular, pero la redención de Ayala contribuye a aliviarlas. Y del centro del campo hacia arriba, el técnico cuenta con un equipo de fábula. Gavilán será un acicate para el resucitado Vicente en la izquierda, Joaquín debe reencontrarse consigo mismo en la derecha y Morientes y Villa están llamados a romper los marcadores, con Silva capacitado para jugar, y exhibirse, en cualquier posición del ataque. Sobre la pizarra, todo perfecto. Ahora falta que nada se tuerza entre bastidores. No conviene abusar del maquillaje. Ya se sabe que en la mayoría de ocasiones el algodón no engaña.


(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 11 de septiembre de 2006)

El Valencia se pone al nivel de los ricos de Europa y revienta el mercado con Joaquín

El Valencia reventó el mercado cuando nadie lo podía imaginar. Pagó 25 millones de euros, una cantidad sólo al alcance de grandes derrochadores como el Real Madrid, y trajo a Mestalla a un interior diestro de campanillas, Joaquín Sánchez. Hace unos meses el gaditano había llegado a un acuerdo con José Antonio Camacho para recalar en el Bernabéu en caso de que Juan Palacios ganara las elecciones merengues. Ahora correrá por la banda izquierda de Mestalla.

Fue la operación estelar del Valencia 2006-07, el fichaje más caro en la historia del club, por encima del de Pablo Aimar, y el segundo más espectacular del verano español, sólo superado por Diarra, madridista a cambio de 26 millones.

Si su rendimiento se ajusta a las expectativas generadas, el de Puerto de Santa María puede acabar siendo más económico que Francesco Tavano. Goleador semidesconocido en el Calcio, el italiano costó nueve millones y se ha convertido en la apuesta personal de Amedeo Carboni, como David Villa lo fue de Javier Subirats. En este caso el riesgo es mayor y el porcentaje de éxito o fracaso, también.

Menos dudas despiertan las incorporaciones de Fernando Morientes y Asier del Horno. El extremeño, por el que se ha pagado 5'5 millones, garantiza compromiso y conoce a la perfección el fútbol español. El vasco, comprado al Chelsea por siete millones, es un baluarte defensivo por el que suspiraba el Real Madrid hasta que cayó en los largos tentáculos de Abramovich.

David Silva y Jaime Gavilán completan el capítulo de refuerzos, al que el Valencia ha destinado más de 46 millones, frente a los 20 ingresados por la venta de jugadores, sobre todo Aimar y Mista.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 11 de septiembre de 2006)









(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 11 de septiembre de 2006)