La diferencia está en el palco

Renovarse o morir. Pocos equipos de élite han prolongado su supremacía más allá de un lustro. No lo lograron el Madrid de la Quinta del Buitre, el Dream Team de Cruyff o el legendario Superdépor. La historia se repite ahora y el relevo generacional llama a la puerta del fútbol español.
Sin embargo, Valencia, Real Madrid y Deportivo, absolutos dominadores en este arranque de siglo, han reaccionado de forma muy distinta ante situaciones críticas. Mientras merengues y blanquiazules se descomponen, el club de Mestalla se ha regenerado sin perder potencial futbolístico.
Florentino Pérez y Jaime Ortí afrontaron la temporada en aparente igualdad de condiciones. Al primero no le servía Queiroz y al segundo le dio calabazas Benítez. El Madrid partió de cero porque quiso; el Valencia, porque no tuvo más remedio. Y ambos eligieron caminos similares para salir al paso, recurriendo a entrenadores de la casa cuyo carisma aplacara a las masas.
Pero hay una gran diferencia entre los dos clubes, y ésta no se sienta en el banquillo, sino en el palco. En Ranieri se creyó y en Camacho no. Al italiano lo escogieron para reconducir el titubeante rumbo del nuevo Valencia, mientras que el murciano sólo fue un recurso electoral. Y esto se refleja en el campo.
El consejo blanquinegro, entregado a los deseos de su técnico, aceptó que si apostaba por Ranieri debía estar dispuesto a morir con él y le trajo cuanto pidió. Por eso el Valencia conserva el aroma del doblete.
Justo lo contrario de cuanto sucede en la multinacional de Florentino, más empeñado en el proselitismo que en armar un equipo de fútbol. Camacho quería a Vieira y le impusieron a Owen. Cero en planificación deportiva y otro tanto en disciplina. Si Ranieri se exalta, nadie le tose. El de Cieza, por el contrario, ha sido fagocitado por una pléyade de endiosados figurines a los que se les pasó el arroz.
En todos los sentidos, el Valencia es un equipo joven y el Madrid viejo. Como el alicaído Dépor, asfixiado por las deudas y cuyo referente sigue siendo, a los 36 años, Mauro Silva.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 22 de septiembre de 2004)

El fútbol valenciano se cita con la historia

Sabe a historia, a espectáculo del bueno, a torrente de emociones desbordantes y a rivalidad sana. La historia llama a la puerta del fútbol valenciano en una temporada singular. Hacía 20 años que no coincidían en Primera División tres equipos de la Comunidad, y han pasado 40 desde la última vez que los dos grandes de la capital compartieron singladura en la cresta de la ola. Habrá tiempo de sufrir. Ahora toca disfrutar.
Valencia, Villarreal y Levante desafían la ley de la gravedad balompédica. Los tres apuntan muy alto, altísimo, tal vez más de lo que nunca lo han hecho. En Mestalla las celebraciones se solapan, después de que el equipo haya llenado del mejor oporto otra nueva copa, la tercera en un año embriagador. Además, Vila-real vuelve a aparecer en todos los mapas de carretera continentales y la grada de Orriols rezuma ilusión.
Convendría, en plena cuesta abajo, no perder de vista el freno de mano. Sobre todo blanquinegros y azulgrana, más habituados a nadar en aguas bravas que en la balsa de aceite actual.
Un buen ejemplo de ello fue el Valencia del doblete, máquina imperfecta que funcionó a las mil maravillas. En medio de la más absoluta inestabilidad accionarial, el entrenador no se hablaba con el secretario técnico y éste no podía ver ni en pintura al director general. Pero del caos surgió la grandeza. La plantilla se aisló de los problemas, hizo de ellos su hábitat natural y llovieron títulos en una memorable primavera.
El panorama actual es muy distinto. Cuando el valencianismo se había acostumbrado a tan explosivo cóctel, desaparecieron de un plumazo casi todos los referentes de las luchas intestinas en este club. Rafa Benítez, el quejicoso entrenador que acababa de escribir la página más gloriosa de la historia del Valencia, se marchó a Liverpool despotricando. Jesús García Pitarch, el técnico que confundía lámparas con sofás al amparo de una economía de guerra, perdió su descabellada batalla contra el director general Manuel Llorente y fue despedido de manera fulminante. Y Paco Roig, la amenaza fantasma del consejo, el hombre que estuvo a un paso de camelar a Bautista Soler para regresar al sillón presidencial, sustituyó el rol de comprador por el de vendedor y ahogó con un mareante puñado de millones sus delirios de grandeza.
El consejo decidió que había que cambiarlo todo para que nada cambiase. Tras el hartazgo de celebraciones, la afición se encuentra súbitamente ante un Valencia desconocido, sin Benítez, García Pitarch y Roig. ¿Funcionará igual la máquina? El tiempo lo dirá. En Mónaco se dio el primer paso.
También el Levante anda de revolución. El lavado de cara en su salto de fe ha sido integral. Pedro Villarroel hará de Antonio Blasco, Bernd Schuster de Manuel Preciado, el Ciudad de Valencia parece otro, nueve fichajes elevan el nivel de la plantilla e incluso las históricas barras azulgrana de su clásico jersey se han quedado en Segunda. El club no quiere estar de paso por la gloria. Nunca se ha escrito nada de un cobarde.
Lo mismo debió pensar Fernando Roig. El Villarreal está dispuesto a reeditar la que hasta ahora ha sido su mejor temporada. De nuevo ha entrado en la UEFA a través de la Intertoto, el equipo deslumbra por la magnificencia de su fútbol y cada vez se parece más a aquel Deportivo que despertó con los años noventa para reivindicar una plaza entre los grandes. Se permite soñar.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 6 de septiembre de 2004)

Un sueño preciado

La frontera entre el sueño y la pesadilla puede llegar a ser muy tenue, casi imperceptible. El Levante ha pasado cuatro décadas en tinieblas, preso del anhelo de retornar a la élite del fútbol español. Y a medida que estas aspiraciones topaban con el infranqueable muro de la racionalidad, daban paso a la frustración, la desesperación y la obsesión.

La travesía del desierto ha durado demasiados años. Hace falta ser ya cuarentón para recordar al equipo de Orriols, al icono de los Poblados Marítimos de Valencia, en Primera División. Pero hasta la más nigérrima de las noches tiene su amanecer. El Levante vuelve a ocupar un asiento entre los grandes de España.

Misión cumplida. El valor de cualquier logro depende en gran medida de cuánto se ha deseado, de la sucesión de sinsabores, lágrimas o decepciones que han jalonado el tortuoso camino que conduce hacia él. Y en el caso del equipo azulgrana, han sido tantos y tan duros los azotes de la adversidad que la euforia está más que justificada.

El ascenso granota completa el año más brillante de la historia del fútbol valenciano. No hubiera sido justo que, en medio del festín deportivo, el Levante quedara huérfano de gloria.Muchos nombres propios afloran a la hora de analizar el renacimiento de este club casi secular. Sin embargo, vale la pena detenerse en dos, el del presidente, Antonio Blasco, y sobre todo el del entrenador, Manuel Preciado.

El uno ha sabido dar estabilidad a la entidad, sofocando cualquier deseo de protagonismo en pos de un bien común, y el otro ha cambiado la mentalidad del equipo, ahora ya incuestionablemente ganadora.Para el técnico ha sido una temporada muy difícil. Ha tenido que torear con el sino de un club donde el ascenso estaba más próximo a la vehemencia que a lo onírico. Tuvo que ver cómo, pese a su inmaculada trayectoria, era cuestionado de forma casi permanente, y aprendió a convivir con la falta de confianza de quienes ya le redactaban el finiquito antes incluso de saber si alcanzaría, como lo ha hecho, los objetivos para los que fue contratado.

Conviene, sea como fuere, mirar al futuro con ilusión. Cerrar los ojos y soñar, otra vez soñar, ahora con la permanencia. Tras un gran desafío, llega otro aún mayor, aunque el tránsito por la Primera División, más o menos largo, más o menos exitoso, debe ser una fiesta al margen de los resultados.

La ambición y la dignidad que invitan a perpetuarse en la cima del fútbol nacional no están reñidas con la sensatez de disfrutar del momento. El Murcia puede ser un buen ejemplo de lo que ocurre cuando no se tiene los pies en el suelo. Es también la hora de pasear con orgullo las enseñas azul y grana. Sociológicamente, la devoción por un club de fútbol imprime carácter. Y los granotas, por lo general susceptibles a fuerza de agravios, injustamente faltos de cariño y habituados a nadar contracorriente, a vivir al margen del sistema y a reprimir los sentimientos muchas veces eclipsados por el irreductible Valencia, deben ahora sacar pecho, porque éste es también su año. El año del Levante.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 11 de junio de 2004)

El Valencia toca techo

Si quedaba algún atisbo de pasión contenida, ésta se desbordó en la mágica noche del pasado domingo. Si la hemorragia de celebraciones que ha vivido el Valencia dejó alguna lágrima de emoción por verter, seguro que no resistió los acordes del 'We are the champions' de Queen, convertido en himno mundial del fútbol.
Cuando todos los límites parecían ya superados, Mestalla volvió a enloquecer. Vivió con inenarrable intensidad la última gran fiesta de la temporada, en la que por fin las dos copas del doblete se vieron las caras sobre el verde tapete de los sueños ya nunca más prohibidos.
Los 53.000 apasionados del fútbol que asistieron al partido contra el Albacete tienen sobrados motivos para mirar al futuro con optimismo. Pero quizá no todos ellos sean conscientes del momento histórico que viven.
El Valencia ha culminado un ciclo sin parangón. En cinco años gloriosos ha conquistado dos ligas, una Copa del Rey, una Supercopa de España y una Copa de la UEFA. Además, fiel a la máxima de que para ganar una final hay que perder muchas otras, hincó dos veces las rodillas en las puertas del nirvana balompédico, cuando ya acariciaba con las yemas de los dedos la cotizada Champions League.
Cinco títulos y dos subcampeonatos jalonan un lustro glorioso. Pero, aun siendo demoledor el fondo, todavía lo es más la forma. En el cenit de la historia del club han desfilado tres entrenadores por Mestalla. Cúper hizo olvidar a Ranieri, Benítez a Cúper y los tres son inolvidables al mismo tiempo. El sillón presidencial ha tenido dos inquilinos. El Valencia ha vivido permanentes luchas intestinas entre sus accionistas. Las deudas mantienen congelada la plantilla desde hace años, y la ausencia de refuerzos ha venido agravada por la traumática salida de ídolos como Claudio López o Mendieta.
Pocos clubes hubieran superado tan duros mazazos. El Valencia, por el contrario, ha ido sumando éxitos mientras los agoreros pronosticaban un permanente fin de ciclo, preámbulo de hipotéticos abismos deportivos, que por fortuna nunca llegaron. Ahí reside el mérito del club. Su grandeza. Ha aprendido a estar por encima de entrenadores, presidentes y jugadores.
Eso es lo que ahora debe valorar la afición. Los 53.000 incondicionales que vivieron en Mestalla el epílogo de la temporada, y todos aquellos que hubieran deseado hacerlo, deben mirar al futuro con esperanza. Pero lo realmente importante es disfrutar del presente. Un vistazo al pasado no tan lejano, a aquellos crudos inviernos que la euforia ya ha enterrado en el olvido, ayuda a entender mejor lo privilegiado de esta generación de valencianistas. Entonces el gozo será todavía mayor.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 27 de mayo de 2004)

La volatilidad del fútbol

El fútbol ha sido justo con el Valencia. El rodillo de Benítez no merecía otro premio que la victoria liguera, tras protagonizar un final de temporada inmaculado. Mientras en Madrid se adoraba al becerro de oro, Mestalla ha disfrutado de un equipo con menos glamur, pero de estructura rocosa, fiel exponente del fútbol total.
El desenlace liguero ha puesto de manifiesto muchas realidades. Una de ellas, la valentía y la honestidad de Benítez. Para un técnico al que se niega el pan y la sal en el capítulo de refuerzos, nada hubiera sido tan fácil como jugar siempre con su once de confianza, olvidar las arriesgadas rotaciones y precipitar así un seguro fracaso deportivo más nocivo para el consejo que para un entrenador con coartada.
Otras muchas conclusiones se pueden extraer del triunfo del Valencia, pero casi todas ellas conducen a un principio general: la volatilidad del fútbol. ¿Quién hubiera intuido este orgasmo balompédico aquella ya lejana noche del 28 de enero, cuando la eficacia del Madrid ahogó los sueños de remontada en la Copa del Rey y la fiesta del valencianismo se tornó en un velatorio con gritos contra el consejo de administración?
Poco más de tres meses después, el Valencia es campeón de Liga, acaricia un doblete histórico y el presidente de aquel vituperado grupo rector se ha erigido en un dios para la afición. Si se quiere entender este mundo de locos, a veces no queda más remedio que recurrir a la tópica filosofía de Boskov: fútbol es fútbol.
No sólo Ortí ha comprobado la ilógica lógica de un deporte tan visceral como éste. Roberto Fabián Ayala ha pasado en pocos meses de portar el estigma de pesetero e ingrato a convertirse en lo que nunca dejó de ser: un profesional que dará todo por el Valencia mientras porte su escudo en el pecho. Y eso es mucho cuando se habla del mejor defensa central del mundo.También Rufete sabe lo que significa la transición de villano a héroe. Y Curro Torres... Y el mismísimo Valencia, por quien nadie hubiera apostado tras la concanetación de derrotas frente al Barcelona y el Espanyol.
La resurrección en la Liga tuvo día y hora. El punto de inflexión llegó en Mestalla ante el Deportivo. Aquella noche el Valencia, a ocho puntos del líder, ganó sin merecerlo. Con un jugador más que los gallegos, su agonía hizo prever un desfondamiento letal.
Pero este equipo se confeccionó con la misma madera que su técnico. Se rehizo, recogió de los suelos la autoestima y convirtió el tramo final de la Liga en un espectacular eslalon, fruto de obstáculos que sorteó sin vacilar.
El Valencia superó las lesiones, sobre todo la de su estrella mediática. Aguantó los embates procedentes de Madrid. Soportó arbitrajes demenciales. Se abonó a los récords y reconquistó la Liga como lo hacen los grandes equipos: sin esperar a la photo finish. Enhorabuena, campeones.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 14 de mayo de 2004)

El Valencia pone rumbo a un doblete histórico


Valencia, 1; Villarreal, 0


Bufandas al aire. Cánticos enloquecidos. Nadie abandonó su butaca hasta que la fiesta se trasladó a la calle. Los abrazos sobre el césped quedaron en un segundo plano ante la locura colectiva que se apoderó de las gradas. El Valencia tiene una cita con la historia, el sueño de la Liga se solapa con el de la Copa de la UEFA y el equipo superó anoche con brillante desparpajo el penúltimo gran obstáculo en su camino hacia la gloria.

La denostada competición continental reservaba un inesperado regalo, un manjar para paladares exigentes. Valencia y Villarreal desplegaron un fútbol vibrante, lucharon hasta la extenuación por hacerse un hueco en la historia y confirmaron que la verdadera final de este torneo, al margen de cuanto ocurra en Gotemburgo, se ha disputado en Mestalla.

Hubo dos partidos en uno. El primero duró apenas quince minutos de una intensidad superlativa. En ellos el rodillo de Benítez demostró que la ilusión por el doblete pesa mucho más que los kilómetros recorridos a estas alturas de temporada. Xisco y Sissoko lograron que nadie añorara a Vicente y Rufete, aunque el arranque visceral no tuvo nombres propios, sino la vitola de un juego colectivo arrollador.

El asedio blanquinegro no tardó en desorientar al Villarreal, y en sólo cinco minutos Reina y sus compañeros de resistencia ahogaron hasta cuatro veces, sobre la misma línea de puerta, el grito de gol de una grada tan desmelenada como su equipo. En su intento por hacer valer el peso de la historia, el Valencia buscaba el marco rival desde cualquier posición, sin complejos, y lo encontró de la forma más inesperada: un balón dividido, un salto limpio entre Belletti y Mista, un mínimo contacto... y penalti. El libro de estilo de Díaz Vega ha rebasado los Pirineos.

El mano a mano desde los once metros no tenía desperdicio. De frente, el pichichi del fútbol español. De espaldas, un portentoso parapenaltis. Mista no lo pensó. Desenfundó primero y firmó un blanco perfecto. Un gol que vale una final continental.

La eliminatoria estaba encarrilada, pero no resuelta. Abortados todos los esquemas, empezaba un nuevo partido. Apenas un cuarto de hora había necesitado el Valencia para elevar al marcador su derroche de ambición, justo el tiempo que tardó su adversario en entender que jamás se ha escrito nada de un cobarde. A fin de cuentas, el Villarreal seguía estando a un gol de Gotemburgo.

Sin el colchón que proporcionaba una prórroga ya imposible, ambos equipos se pusieron en manos del fútbol y el espectáculo eclosionó. El submarino amarillo, lastrado por la apatía de Riquelme, redescubrió a Cañizares gracias a la movilidad del hiperactivo José Mari y el peligro del siempre amenazante Anderson. Mientras, el trasatlántico blanquinegro, tras poner en orden las emociones, activó su fulminante acordeón. Tensión defensiva, desgaste ejemplar de un Albelda omnipresente y endiablados contragolpes. Sissoko, Angulo y Mista permutaban posiciones, Xisco enloquecía a Belletti y el fútbol total se apoderó de un Mestalla convertido en meca del fútbol.

El escenario cambió por completo. En 30 minutos apoteósicos, Valencia y Villarreal resucitaron la depauperada Copa de la UEFA. Y el espectáculo prosiguió tras el descanso, aunque, a medida que se oteaba en el horizonte la silueta de Gotemburgo, la fiesta del fútbol ofensivo se fue diluyendo hasta devolver su trono a la estrategia y la calculadora.

El cuadro castellonense aceptó con agrado el regalo de la pelota, aunque durmió el partido cuando lo que necesitaba era ponerlo en ebullición. Cimentó sus esperanzas en el peligro que llevan sus artistas adherido a los borceguíes, pero el fútbol, cuando carece de gol, es baile de salón. Por eso el Valencia, sin perder la cabeza, anduvo siempre más cerca de la sentencia que el Villarreal.

El descomunal Reina asumió la responsabilidad de mantener viva la emoción y sus grandes intervenciones obligaron a Benítez a quemar todas las naves. Primero fue Vicente quien dejó a un lado gripes y goteros para devolver la cordura a una vanguardia donde Sissoko, magnífico hasta entonces, comenzaba a ser un tapón. Y luego llegó la hora de Pablo Aimar. Velocidad y pase. El técnico madrileño quería sentenciar.

Sin embargo, al Valencia le va la emoción. Tiene querencia a las sensaciones fuertes. Sus mejores ocasiones murieron en las manos de Reina, muy acertado toda la noche, cuando no lo hicieron en las botas de Coloccini, lo que deparó una recta final presidida por la incertidumbre. Emoción que no hizo sino dar más realce a la victoria y al pase a la final de la Copa de la UEFA, merecido ante un honrado Villarreal. El doblete llama a la puerta. El próximo 19 de mayo aguarda una cita con el destino. Hay un trofeo y una buena porción de gloria esperando a su propietario. Y en ella no sonará la Marsellesa.

(Crónica del partido de vuelta de las semifinales de la Copa de la UEFA 2003-04, publicada en LAS PROVINCIAS el 7 de mayo de 2004)

El Valencia ensaya el alirón

Valencia, 2; Betis, 0


El crack, el gran Aimar, ha vuelto. Y lo hace en el mejor momento, como invitado de lujo a una fiesta, la del título, a la que sólo falta buscarle día y hora. El Valencia sentenció anoche la Liga y aplastó al Betis sin contemplaciones, con la suficiencia de quien se sabe superior; de quien ya se siente campeón.
El equipo de Benítez se ha adueñado del tiempo. No mira al reloj, ni corre de forma atolondrada. Para él, se terminaron las prisas. Anoche necesitaba la victoria como el comer, pero supo elucubrar de forma maquiavélica con su destino. Esperó hasta conocer las prestaciones del contrario y, cuando vio que éste en realidad no existía, que se estaba jugando la Liga consigo mismo, aún tuvo arrestos para aguardar una oportunidad que, por fuerza, tenía que llegar.
Al margen de la victoria, el duelo ante el Betis dejó otras muchas buenas noticias. Una es, lógicamente, el regreso de Pablito. Basta con ver cómo juega el Valencia con él para entender cuánto le echaba de menos. Pero igual de providencial ha sido la resurrección de Baraja. Cuestión de mimetismo. En cuanto Aimar comenzó a gambetear, el vallisoletano recuperó su mejor imagen. Fue el otro protagonista de la noche, ya que de sus botas partió el mágico pase del primer tanto y el disparo que, tras el descanso, finiquitó el encuentro y, probablemente, la Liga.
El Valencia no goleó porque no lo necesitó. Es la conclusión lógica de una confrontación absolutamente desequilibrada. A un lado del cuadrilátero estaba el mejor de los onces que puede alinear Benítez, sin más sorpresa que la baja de Carboni por lesión. Al otro, un Betis desangelado, más pendiente de los últimos coletazos de la Feria de Abril que de jugarse los cuartos ante un púgil que hace de la honradez su principal virtud. Al trivote de Víctor Fernández le quemaba la pelota en los pies, mientras que dos puñales como Joaquín y Denilson parecían en Mestalla simples cuchillas de afeitar.
Los andaluces apenas dieron un par de sustos. Todo el peso del juego recayó en este Valencia poliédrico, capaz de desconcertar al contrario con su deprimente solidez defensiva, cimentada en un imperial Ayala, y de obnubilarlo acto seguido con inesperadas hemorragias de fútbol de ataque.No hubo partido, sino un soliloquio blanquinegro. Como los grandes escaladores, el cuadro local funcionó a tirones. Y cada vez que tensó la cadena, el Betis se desfiguró hasta perder rueda. Si en quince minutos, los primeros, no pasó nada, en apenas sesenta segundos el área de Prats se vio cercada, con letales saques de esquina y hasta dos balones consecutivos repelidos bajo los palos por Tais y Juanito. Así discurrió el partido. Así ganó el Valencia.
Embestidas como ésta servían para tranquilizar a una grada entregada al delirio sin reservas: al margen del marcador, el F-18 de Benítez funcionada a pleno rendimiento. Todo era cuestión de paciencia. Volaba con el piloto automático y no necesitaba más. Adolecía de falta de continuidad en el fútbol ofensivo, pero destilaba jerarquía.
Ni siquiera contratiempos como la lesión de Rufete cambiaron el alentador panorama. Y eso que su duelo con el imberbe Melli prometía llevar al Betis a la bancarrota. Pero el líder es, además del mejor equipo de España, el más versátil. Entró Jorge López por el alicantino y Benítez ni retocó su dibujo táctico.Mestalla era una olla a presión y sólo faltaba un gol para hacerla estallar. Mista, que lo buscó con ahínco durante toda la noche, hubiera mojado antes del descanso de no emerger de las penumbras un imponente Prats.
Pero el gran caramelo estaba reservado para un secundario, el tantas veces discutido Curro Torres. Baraja le dio un pase sideral, Denilson tomó la voz cantante en una defensa de tuna y el lateral blanquinegro, héroe por accidente, se encontró con el balón y con un pasaporte para la posteridad: 1-0.Si lo visto hasta entonces ya era muy bueno, lo mejor estaba por llegar. Angulo, renqueante, dejó su puesto a Aimar y el argentino apenas necesitó tres minutos para convertir una gran asistencia de Jorge López en un pase todavía más espectacular a Baraja. El centrocampista, de toque sutil, abrió las puertas de la sala de trofeos.
El estrambótico Betis se descomponía por momentos. Su línea medular, deleznable, veía circular con impotencia los pases de Aimar, enloquecía ante los quiebros de un Curro que por momentos pareció evocar a Maradona y el chaparrón de fútbol parecía conducir a una lluvia de goles.Tal era el empuje de sus hombres que Benítez tuvo que pedirles mesura para evitar que la borrachera de emociones desembocara en una inesperada resaca. Como la que impedirá a Mista jugar el partido de Sevilla por un lance infantil. No pasa nada. Este Valencia, por encima de una colección de nombres, es un equipo. Y huele a campeón.
(Crónica del partido Valencia-Betis correspondiente a la Liga 2003-04, publicada en LAS PROVINCIAS el 3 de mayo de 2004)

Paco Roig pedirá entrar en el consejo

Paco Roig será nuevo consejero del Valencia CF, en sustitución del dimisionario José López Lluch. Así lo acordaron anoche los miembros de la plataforma 'València. Cor i Força', quienes han propuesto a Juan Armiñana como suplente. La postura oficial de Roig es marcarse un plazo de 24 horas para decidir si acepta encabezar la lista para cubrir esta vacante, ante el posible bloqueo de sus acciones. Sin embargo, fuentes próximas al ex presidente aseguran que la decisión está tomada y que la entrada de éste en el consejo, en cumplimiento de la ley, es un hecho. A la reunión asistieron Juan Armiñana, José Luis Jiménez, Vicente Soriano, Evelio Hoyos, Arturo Blanch, Bienvenido Asensi, Marcelo Safont, Juanjo Rodri y el propio Roig.

Aunque no hubo declaraciones oficiales, miembros de 'Cor i Força' aseguraron al término de la reunión que el nacimiento del G-9 no trastoca en ningún caso sus planes, ya que, según su análisis de los hechos, en estos momentos el sindicato atesoraría cerca de 48.000 acciones propias, frente a las 46.000 del grupo del ex presidente, que en caso de tener en cuenta también las delegadas rondaría las 60.000.

'Cor i Força' permanece a la espera de que el club le notifique la baja de López Lluch, al tiempo que hará llegar de inmediato a la entidad el acuerdo de ayer.De forma paralela, una parte del grupo de consejeros que integran el G-9 tenía previsto celebrar ayer una reunión para determinar la forma y el número de acciones que cada uno de ellos compra a Soler, hasta completar la cifra de ocho o diez mil establecida en el compromiso para la sindicación de los títulos, que quedarán unidos por diez años.

Enrique Lucas, abogado de Soler que elaboró el protocolo de sindicación y el documento de compromiso de compra, espera conocer en las próximas horas el reparto establecido para completar el texto que, antes del viernes y ante notario, se elevará a escritura pública.

El acuerdo de los integrantes del colectivo con Soler es la adquisición de alrededor de un millar de títulos cada uno de ellos, al precio de 600 euros por acción, mediante un préstamo del 80% del montante, avalado por las propias acciones.

Precisamente en la reunión de ayer se pretendía establecer los criterios para la adquisición de los títulos mediante el crédito y al mismo tiempo conocer los intereses bancarios que supondrá la operación.

El G-9 no es un grupo cerrado y, a pesar de que hay consejeros del Valencia que inicialmente han quedado al margen, podrían incorporarse al mismo. Es el caso del vicepresidente Jesús Barrachina, quien ayer confirmó a LAS PROVINCIAS que no descarta comprar acciones. "Lo haré siempre que las condiciones de la operación sean las que conocemos. En el G-9 no hay números clausus y se pretende crear un grupo fuerte. El consejo va a seguir hasta final de temporada y luego ya veremos. No sé si seguiré. Depende de los compañeros de viaje", dijo.

Motivado por la repercusión que, de cara al futuro del club, tendrá la sindicación de acciones, en las últimas horas se han disparado las especulaciones, entre las cuales incluso se llega a insinuar una remodelación del consejo con la presencia del letrado Enrique Lucas, cosa que él desmintió ayer de forma categórica. Desde el propio grupo se afirma que no habrá variación hasta final de temporada.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 11 de febrero de 2004)