El Valencia pone rumbo a un doblete histórico


Valencia, 1; Villarreal, 0


Bufandas al aire. Cánticos enloquecidos. Nadie abandonó su butaca hasta que la fiesta se trasladó a la calle. Los abrazos sobre el césped quedaron en un segundo plano ante la locura colectiva que se apoderó de las gradas. El Valencia tiene una cita con la historia, el sueño de la Liga se solapa con el de la Copa de la UEFA y el equipo superó anoche con brillante desparpajo el penúltimo gran obstáculo en su camino hacia la gloria.

La denostada competición continental reservaba un inesperado regalo, un manjar para paladares exigentes. Valencia y Villarreal desplegaron un fútbol vibrante, lucharon hasta la extenuación por hacerse un hueco en la historia y confirmaron que la verdadera final de este torneo, al margen de cuanto ocurra en Gotemburgo, se ha disputado en Mestalla.

Hubo dos partidos en uno. El primero duró apenas quince minutos de una intensidad superlativa. En ellos el rodillo de Benítez demostró que la ilusión por el doblete pesa mucho más que los kilómetros recorridos a estas alturas de temporada. Xisco y Sissoko lograron que nadie añorara a Vicente y Rufete, aunque el arranque visceral no tuvo nombres propios, sino la vitola de un juego colectivo arrollador.

El asedio blanquinegro no tardó en desorientar al Villarreal, y en sólo cinco minutos Reina y sus compañeros de resistencia ahogaron hasta cuatro veces, sobre la misma línea de puerta, el grito de gol de una grada tan desmelenada como su equipo. En su intento por hacer valer el peso de la historia, el Valencia buscaba el marco rival desde cualquier posición, sin complejos, y lo encontró de la forma más inesperada: un balón dividido, un salto limpio entre Belletti y Mista, un mínimo contacto... y penalti. El libro de estilo de Díaz Vega ha rebasado los Pirineos.

El mano a mano desde los once metros no tenía desperdicio. De frente, el pichichi del fútbol español. De espaldas, un portentoso parapenaltis. Mista no lo pensó. Desenfundó primero y firmó un blanco perfecto. Un gol que vale una final continental.

La eliminatoria estaba encarrilada, pero no resuelta. Abortados todos los esquemas, empezaba un nuevo partido. Apenas un cuarto de hora había necesitado el Valencia para elevar al marcador su derroche de ambición, justo el tiempo que tardó su adversario en entender que jamás se ha escrito nada de un cobarde. A fin de cuentas, el Villarreal seguía estando a un gol de Gotemburgo.

Sin el colchón que proporcionaba una prórroga ya imposible, ambos equipos se pusieron en manos del fútbol y el espectáculo eclosionó. El submarino amarillo, lastrado por la apatía de Riquelme, redescubrió a Cañizares gracias a la movilidad del hiperactivo José Mari y el peligro del siempre amenazante Anderson. Mientras, el trasatlántico blanquinegro, tras poner en orden las emociones, activó su fulminante acordeón. Tensión defensiva, desgaste ejemplar de un Albelda omnipresente y endiablados contragolpes. Sissoko, Angulo y Mista permutaban posiciones, Xisco enloquecía a Belletti y el fútbol total se apoderó de un Mestalla convertido en meca del fútbol.

El escenario cambió por completo. En 30 minutos apoteósicos, Valencia y Villarreal resucitaron la depauperada Copa de la UEFA. Y el espectáculo prosiguió tras el descanso, aunque, a medida que se oteaba en el horizonte la silueta de Gotemburgo, la fiesta del fútbol ofensivo se fue diluyendo hasta devolver su trono a la estrategia y la calculadora.

El cuadro castellonense aceptó con agrado el regalo de la pelota, aunque durmió el partido cuando lo que necesitaba era ponerlo en ebullición. Cimentó sus esperanzas en el peligro que llevan sus artistas adherido a los borceguíes, pero el fútbol, cuando carece de gol, es baile de salón. Por eso el Valencia, sin perder la cabeza, anduvo siempre más cerca de la sentencia que el Villarreal.

El descomunal Reina asumió la responsabilidad de mantener viva la emoción y sus grandes intervenciones obligaron a Benítez a quemar todas las naves. Primero fue Vicente quien dejó a un lado gripes y goteros para devolver la cordura a una vanguardia donde Sissoko, magnífico hasta entonces, comenzaba a ser un tapón. Y luego llegó la hora de Pablo Aimar. Velocidad y pase. El técnico madrileño quería sentenciar.

Sin embargo, al Valencia le va la emoción. Tiene querencia a las sensaciones fuertes. Sus mejores ocasiones murieron en las manos de Reina, muy acertado toda la noche, cuando no lo hicieron en las botas de Coloccini, lo que deparó una recta final presidida por la incertidumbre. Emoción que no hizo sino dar más realce a la victoria y al pase a la final de la Copa de la UEFA, merecido ante un honrado Villarreal. El doblete llama a la puerta. El próximo 19 de mayo aguarda una cita con el destino. Hay un trofeo y una buena porción de gloria esperando a su propietario. Y en ella no sonará la Marsellesa.

(Crónica del partido de vuelta de las semifinales de la Copa de la UEFA 2003-04, publicada en LAS PROVINCIAS el 7 de mayo de 2004)

No hay comentarios:

Publicar un comentario