El Valencia ensaya el alirón

Valencia, 2; Betis, 0


El crack, el gran Aimar, ha vuelto. Y lo hace en el mejor momento, como invitado de lujo a una fiesta, la del título, a la que sólo falta buscarle día y hora. El Valencia sentenció anoche la Liga y aplastó al Betis sin contemplaciones, con la suficiencia de quien se sabe superior; de quien ya se siente campeón.
El equipo de Benítez se ha adueñado del tiempo. No mira al reloj, ni corre de forma atolondrada. Para él, se terminaron las prisas. Anoche necesitaba la victoria como el comer, pero supo elucubrar de forma maquiavélica con su destino. Esperó hasta conocer las prestaciones del contrario y, cuando vio que éste en realidad no existía, que se estaba jugando la Liga consigo mismo, aún tuvo arrestos para aguardar una oportunidad que, por fuerza, tenía que llegar.
Al margen de la victoria, el duelo ante el Betis dejó otras muchas buenas noticias. Una es, lógicamente, el regreso de Pablito. Basta con ver cómo juega el Valencia con él para entender cuánto le echaba de menos. Pero igual de providencial ha sido la resurrección de Baraja. Cuestión de mimetismo. En cuanto Aimar comenzó a gambetear, el vallisoletano recuperó su mejor imagen. Fue el otro protagonista de la noche, ya que de sus botas partió el mágico pase del primer tanto y el disparo que, tras el descanso, finiquitó el encuentro y, probablemente, la Liga.
El Valencia no goleó porque no lo necesitó. Es la conclusión lógica de una confrontación absolutamente desequilibrada. A un lado del cuadrilátero estaba el mejor de los onces que puede alinear Benítez, sin más sorpresa que la baja de Carboni por lesión. Al otro, un Betis desangelado, más pendiente de los últimos coletazos de la Feria de Abril que de jugarse los cuartos ante un púgil que hace de la honradez su principal virtud. Al trivote de Víctor Fernández le quemaba la pelota en los pies, mientras que dos puñales como Joaquín y Denilson parecían en Mestalla simples cuchillas de afeitar.
Los andaluces apenas dieron un par de sustos. Todo el peso del juego recayó en este Valencia poliédrico, capaz de desconcertar al contrario con su deprimente solidez defensiva, cimentada en un imperial Ayala, y de obnubilarlo acto seguido con inesperadas hemorragias de fútbol de ataque.No hubo partido, sino un soliloquio blanquinegro. Como los grandes escaladores, el cuadro local funcionó a tirones. Y cada vez que tensó la cadena, el Betis se desfiguró hasta perder rueda. Si en quince minutos, los primeros, no pasó nada, en apenas sesenta segundos el área de Prats se vio cercada, con letales saques de esquina y hasta dos balones consecutivos repelidos bajo los palos por Tais y Juanito. Así discurrió el partido. Así ganó el Valencia.
Embestidas como ésta servían para tranquilizar a una grada entregada al delirio sin reservas: al margen del marcador, el F-18 de Benítez funcionada a pleno rendimiento. Todo era cuestión de paciencia. Volaba con el piloto automático y no necesitaba más. Adolecía de falta de continuidad en el fútbol ofensivo, pero destilaba jerarquía.
Ni siquiera contratiempos como la lesión de Rufete cambiaron el alentador panorama. Y eso que su duelo con el imberbe Melli prometía llevar al Betis a la bancarrota. Pero el líder es, además del mejor equipo de España, el más versátil. Entró Jorge López por el alicantino y Benítez ni retocó su dibujo táctico.Mestalla era una olla a presión y sólo faltaba un gol para hacerla estallar. Mista, que lo buscó con ahínco durante toda la noche, hubiera mojado antes del descanso de no emerger de las penumbras un imponente Prats.
Pero el gran caramelo estaba reservado para un secundario, el tantas veces discutido Curro Torres. Baraja le dio un pase sideral, Denilson tomó la voz cantante en una defensa de tuna y el lateral blanquinegro, héroe por accidente, se encontró con el balón y con un pasaporte para la posteridad: 1-0.Si lo visto hasta entonces ya era muy bueno, lo mejor estaba por llegar. Angulo, renqueante, dejó su puesto a Aimar y el argentino apenas necesitó tres minutos para convertir una gran asistencia de Jorge López en un pase todavía más espectacular a Baraja. El centrocampista, de toque sutil, abrió las puertas de la sala de trofeos.
El estrambótico Betis se descomponía por momentos. Su línea medular, deleznable, veía circular con impotencia los pases de Aimar, enloquecía ante los quiebros de un Curro que por momentos pareció evocar a Maradona y el chaparrón de fútbol parecía conducir a una lluvia de goles.Tal era el empuje de sus hombres que Benítez tuvo que pedirles mesura para evitar que la borrachera de emociones desembocara en una inesperada resaca. Como la que impedirá a Mista jugar el partido de Sevilla por un lance infantil. No pasa nada. Este Valencia, por encima de una colección de nombres, es un equipo. Y huele a campeón.
(Crónica del partido Valencia-Betis correspondiente a la Liga 2003-04, publicada en LAS PROVINCIAS el 3 de mayo de 2004)

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