Vodevil Club de Fútbol

Fue como encontrar una vieja carta de amor olvidada en el fondo de un cajón. Entre una montaña de papeles apareció ese maltrecho recorte de periódico, amarilleado por el tiempo. «El Valencia pone rumbo a un doblete histórico», titulé hace seis años. Aquel simple artículo, convertido en impagable hallazgo, desperezó en mí un mundo de recuerdos adormecidos: el rodillo de Benítez, la ilusión dibujada en cada rostro de la calle, la lluvia de trofeos... Borrachera de nostalgia hasta que otro recorte, un año más joven que el anterior, rompió el embrujo. Cenizo. Un henchido Soler sacaba pecho en su primer aniversario como presidente con una epatante declaración: «Prometimos dejar la deuda a cero y ahí está el resultado». Pues sí, lamentablemente aquí está.

Me sumí en pesarosa reflexión, repasando la caterva de personajes que han desfilado por el Valencia desde aquel verano de 2004. Daría para el reparto de una comedia, pero no del sutil Billy Wilder, sino algo grotesco, propio del humor grueso de Santiago Segura.

Imagino la escena. Luz tenue, casi penumbra. El antepalco de Mestalla recuerda al camarote de los hermanos Marx. Suavemente, la cámara escruta rostro a rostro. Un amostachado capitalista, espléndido él, ha montado una oficina permanente de atención al indemnizado. No da abasto. Otro tipo de aspecto atildado dice no sé qué de la venta de unas parcelas y anuncia la visita de un prestidigitador argentino, ducho en la farsa del nada por aquí, nada por allá. Un alopécico encapuchado se suma al esperpento. Tras él irrumpe un orondo pelirrojo. Ojea su curioso manual, que versa sobre cómo convertir ídolos en barro. Responde al apodo de Tintín. Si Hergé levanta la cabeza, le mete una demanda. Hay otros muchos, a cada cual más hilarante.

En dos meses saldrán a la venta las acciones de la Fundación. Quien ame a esta sociedad deberá dar un paso al frente, hacer un esfuerzo para que la propiedad quede lo más atomizada posible. Mirar al pasado ayuda a encarrilar el futuro. El Valencia no puede ser nunca más el Vodevil Club de Fútbol.


(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 28 de febrero de 2010)

La maleta de Llorente

En el deporte contemporáneo, donde todo está inventado, cada vez son más importantes los pequeños detalles. Miguel Induráin, por ejemplo, ganó cinco Tours y dos Giros por la cara. Literalmente. Ni su golpe de riñón ni el vigor de sus piernas erosionaban tanto la moral de los rivales como su rostro impertérrito. Por mucho que sufriera, nadie lo apreciaba. Jugador de póquer, congelaba el rictus hasta robar al pelotón las ganas de pedalear.

Otro detallista. Jorge Garbajosa tiene una peculiar forma de calibrar la ambición de un deportista. Su unidad de medida es, pásmense, el calzoncillo. Y aporta argumentos irrefutables. En torneos como la Copa de baloncesto, que se dirimen en pocos días y bajo el formato de la muerte súbita, el gigantón madrileño barema la autoconfianza de los jugadores en función de los calzones que embuten en su maleta antes de la partida. Si llevan cinco es que aspiran al título, pero si viajan con pocas mudas...

Manuel Llorente ha heredado algo del temple de Induráin. El Valencia está mucho más cerca del abismo económico de lo que cualquiera de nosotros imagina. Y a pesar de ello el presidente oculta bajo una sonrisa sus ganas de llorar.

Tampoco anda corto de ambición, pero sin embargo difícilmente superaría el test de Garbajosa, ya que ahora mismo no sabría cuántos calzoncillos meter en su maleta para el incierto viaje que se avecina. Es tal la agonía financiera del club que nadie juicioso trazaría planes a dos semanas vista.

Se agolpan las preguntas sin respuesta. ¿Renovará el técnico? La idea es que sí, pero siempre que vaya a la Champions. Aunque ha aprobado los exámenes parciales, le queda el de junio. Y si suspende, en la recuperación de septiembre otro ocupará su pupitre. ¿Se irán Villa o Silva? Nadie lo desea, pero ya no queda dinero bajo las piedras... ¿Se reanudarán en abril las obras del estadio? Eso parece. Es la fecha en que debería llegar ese crédito tan salvador como inverosímil. Y hasta ahí se puede leer, porque no hay más. Todo son conjeturas. Y hoy por hoy quien diga que lo tiene claro ejerce de pitoniso o va de farolero.

(Artículo publicado el 21 de febrero de 2010 en LAS PROVINCIAS)

El oro de Mestalla

Ni se le conocen dotes para la alquimia ni trajo la piedra filosofal en su hatillo. Sin embargo, es plausible la habilidad de Emery para transformar el plomo en oro. Mientras un sector del valencianismo invoca al espíritu autodestructivo de este club cada vez que el técnico trastabilla, los jugadores lo veneran. Y no es para menos. Salvo el trapisondista Miguel, casi todos han mejorado bajo sus órdenes. Lo dicho, plomo en oro.

Aciagos minutos como los primeros de ayer en El Molinón aclaran la vista. Encabeza la tercera defensa más sólida de España un guardameta de 38 años que contaba los meses para la retirada cuando recibió la llamada de su vida desde un despacho de la calle Pintor Monleón. César llegó fuera de forma y ahora iría al Mundial de no pesarle el DNI como una losa. Completan esta granítica retaguardia un trotamundos lateral del Almería que se enfunda la camiseta de un grande con 29 tacos, un desconocido que a los 26 no había salido de Castellón, un ex valencianista que ha pasado de despojo deportivo a bastión tras dar tumbos por la vida y un francés que vino sin mentalidad defensiva ni mayor bagaje que el Sochaux y el Toulouse.

Apostar por ellos como titulares del Valencia hace medio año habría dado dinero. Eran plomo. Hoy presentan un balance defensivo comparable con la rocosa etapa de Benítez. El alquimista de Mestalla los ha transmutado en oro.

La historia se repite en las otras líneas del equipo. Banega ha ido encontrando la motivación al tiempo que perdía los kilos de más. Condenado a ser el mejor amigote de Miguel, se ha transformado en uno de los grandes centrocampistas de Europa. Comparte tareas con Albelda, otro de los rescates de Emery. Frente a ellos siguen deslumbrando Silva y Villa, recuperados psicológicamente tras su no traspaso estival.

Emery no exhibe un ilustre linaje futbolístico que le sirva de parapeto. Ni se llama Míchel ni se apellida Guardiola. Llegó a la cima sólo con trabajo. Y si esto no se tuerce mucho, la voluntad de Llorente es que lo siga teniendo a partir del 30 de junio.

(Artículo publicado el 14 de febrero de 2010 en LAS PROVINCIAS)

Emery, a muerte con la grada

Si Unai Emery fuera boxeador, destacaría por su capacidad para encajar golpes sin doblar las rodillas. Si se dedicara a la política, difícilmente lo pillarían en un renuncio. Pero es entrenador de fútbol y se sienta cada dos domingos en el banquillo eléctrico de Mestalla. Toda una prueba de madurez para un técnico de 38 años que en temporada y media ha aprendido a morderse la lengua y calcular milimétricamente su discurso como el más experto orador; a aguantar las críticas objetivas y también las interesadas con la misma sobriedad con que reaccionaría encima de un cuadrilátero.

Siempre positivo, que diría Van Gaal. Las envidiables estadísticas de Unai compiten con las mejores de la historia del Valencia, pero no han servido para ablandar el duro corazón de una afición exigente como pocas. El técnico, sin embargo, se resiste a admitir la evidente falta de química con la grada. Prefiere ver la botella medio llena, y esa línea de exacerbado optimismo lo conduce incluso a sentirse capaz de reconvertir al indisciplinado Miguel o al indolente Fernandes como antes lo hizo con un Banega que ha pasado de bluf a estrella en un milagroso pis pas.

Estas son algunas de las conclusiones que arrojó ayer su paso por la tertulia del programa «Juego Limpio» de LAS PROVINCIAS Punto Radio (92.0 FM), celebrada en el restaurante Casa Navarro de Alboraya.

Tuerce el morro cuando le hablan de su renovación. Ya esquivaba ese debate en noviembre y lo sigue haciendo en febrero, a pesar de que dentro de tres meses estará técnicamente en el paro. Y lo argumenta. «El tema me violenta por una cuestión de coherencia. Si yo pido a un futbolista que no esté pendiente del Mundial, ¿cómo voy a pensar yo en mi futuro? Sería un egoísta».

Las partes parecen condenadas a entenderse. Emery se muere de ganas por continuar en el Valencia, pero no lo dice. Llorente está convencido de que el vasco es su técnico, aunque no da el paso. Lo lógico es que sea cuestión de tiempo, de buscar el momento idóneo para el apretón de manos. «Hace tres semanas ya dije en rueda de prensa que no era el tema, pero ese mismo día avancé que trabajo muy a gusto aquí». Es la máxima concesión de un técnico obsesionado por blindar sus emociones. «Mi corazón tiene muchísimo sentimiento, pero yo hago una coraza para que no salga».

No ve enemigos en la grada de Mestalla, a pesar de que tuvo que oír silbidos ante el Valladolid con un cómodo 2-0 en el marcador. Sabe que su éxito en el Valencia pasa por la habilidad que atesore para aglutinar voluntades hoy por hoy divergentes. Y regala elogios. «La afición es la parte mas importante de este tinglado. Sin ella no habría jugadores ni estadio ni nada. Veo lógico que apriete, porque yo soy la persona que toma las decisiones. Por eso hay que respetarla muchísimo y atraerla hacia el equipo».

En esa cotizada banqueta donde se sienta fueron vituperados antes que él colegas como Héctor Cúper, Quique Sánchez Flores y hasta Rafa Benítez. Emery huye de tremendismos. «No es algo que pase sólo en Valencia. Un entrenador está expuesto al juicio final de los resultados. Lo que ocurre es que hay más exigencias en unos sitios que en otros y aquí son especialmente altas».

El entrenador blanquinegro se considera preparado para aceptar las quejas que llegan desde la grada, aunque asegura que en la calle encuentra más cariño que rechazo. «Me mataré por que la gente esté satisfecha, ya que el ambiente de crispación no es bueno», llega a proclamar. Lo que no entiende son las campañas orquestadas contra él desde diversos foros. «Soy primero persona y luego entrenador. Entiendo las críticas encaminadas hacia mi profesión, pero no las que superan la barrera del Unai Emery persona. Y en algunos caso está ocurriendo. Eso sí es reprochable».

Su Hondarribia natal pudo tener en él un buen psicólogo. Los aspavientos en la banda que tanta gracia parecen hacer a Miguel forman parte de la filosofía vital del técnico del Valencia. «Quiero dar así confianza al equipo, que en el campo no se venga abajo, transmitir optimismo». Y si de rebote el entorno se contagia, miel sobre hojuelas. «Sería fenomenal que eso mismo lo hiciese la afición durante los 90 minutos. El futbolista agradece enormemente esa ayuda. Un equipo en inercia positiva da mucho más».

En el diván de Emery se sentó en verano un errático Banega que hoy cautiva con su fútbol. El próximo en pasar por el confesionario bien podría ser Manuel Fernandes. El técnico lo ve perfectamente recuperable. «La solución está en sus manos. Es joven y tiene un potencial muy grande como futbolista si se centra. Debe trabajar en una dirección de exigencia, pero ya ha demostrado que puede hacerlo».
El culmen de los milagros sería reconvertir a Miguel. Emery tampoco arroja la toalla. De hecho, se esfuerza por restar trascendencia a las burlas del portugués durante el partido ante el Valladolid. Tanto él como el club consideran que sólo fue una niñada. «Yo naturalizo mucho. Tengo que centrar mis energías en que Miguel esté con el equipo y preparado para jugar».

Sin embargo, el técnico del Valencia insiste en que no se confundan el diálogo y la mano tendida con una falta de autoridad en el vestuario. Iván Helguera puede dar fe de ello. «Hay un código de respeto y si alguien rompe las normas debemos actuar, aunque siempre de la manera que menos perjudique al equipo. Pero que nadie dude de que hay una línea trazada desde la comunicación y la confianza. Los jugadores que no han seguido ese camino están fuera».

«Estoy seguro de que Banega aún no ha llegado a su techo»

«Tienes que centrarte en el fútbol. Es tu vida y te permitirá luego disfrutar como quieras de tu tiempo de asueto. Hasta ahora lo has hecho al revés. Sólo dedicas unos pocos ratos a tu profesión. Así no vas a llegar. Está en tus manos, tienes que entrenar y si mereces quedarte en el Valencia te quedarás. Pero ahora mismo, si te digo la verdad, con lo que has hecho no vale». Emery no olvida las crudas palabras que dirigió a Éver Banega en pretemporada. El argentino reaccionó y en estos momentos nadie sabe dónde se encuentra su techo profesional. «Estoy seguro de que aún no ha llegado a él, pese a que juega a un nivel muy superior incluso a lo que yo podía imaginar», subraya Emery.

El éxito de Banega acelera la decadencia de Baraja. El entrenador del Valencia hace un guiño al histórico centrocampista: «Quiere jugar más, ayudar, y todo eso es positivo. Pone mucho de su parte. Por supuesto que cuento con él».

Incluso el eterno secundario Zigic tiene su minuto de gloria: «Lo considero un gran futbolista. El problema es que este equipo se ajusta a una idea de juego muy definida. Tenemos gente rapidísima arriba que cuando se conecta con rapidez y espacios a la espalda es demoledora. Y cambiar eso cuesta».

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 10 de febrero de 2010)

Valencia is different

Valencia is different». El rancio lema guiri conserva su vigencia a orillas del Turia. Pocas aficiones hay menos resultadistas que la de Mestalla. Cúper tuvo que huir por una ventana después de vivir dos finales de Champions consecutivas. La grada jamás sintonizó con Quique pese a que hizo olvidar el desafortunado 'remake' de Ranieri y bajo su mandato el equipo recuperó el puesto entre los grandes. En el súmmun del idealismo, aquí ni se celebró el último título de Copa, por mucho que en su historia el club sólo tenga otros seis trofeos como ese.

Aunque a nadie amarga un dulce, la afición del Valencia no vive pendiente del videomarcador. Las formas pesan tanto como el fondo. Lo más importante es la victoria, pero también cuenta el camino elegido hasta llegar a ella. El buen juego y sobre todo la ambición son inexcusables atributos para el aventurero que quiera conquistar el exigente paladar blanquinegro.

La filosofía de Emery armoniza con este mensaje. El discurso monocorde del técnico y su habitual afabilidad se alteran cuando alguien se atreve a insinuar, incluso en la intimidad de un vis a vis, que a su fútbol le falta codicia. La comparecencia previa al partido ante el Valladolid tuvo mucho de golpe en la mesa. El vasco se aflojó al fin la mordaza. Adiós a la conservadora tesis del «partido a partido». El Valencia está obligado a ser tercero en la Liga y es favorito para conquistar el sucedáneo continental.

Pero ahora queda pasar de las palabras a los hechos. En el fútbol no existen los postulados. Hay que demostrar lo que se piensa, y ese espíritu ganador que anida en los genes del entrenador blanquinegro está reñido con algunas de sus recientes decisiones. Cambiar a Banega por Marchena en Tenerife, cuando queda un cuarto de hora y se está empatando, no es ambicioso. Presentarse en Sevilla con mucho músculo y poco cerebro, menos aún.

El triunfo ante el Valladolid marca el camino. El Valencia ganó, pero lo más loable es que encaró el partido como un grande. Unai debe pensar en Cúper o Quique y no consultar la clasificación hasta el lunes.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 7 de febrero de 2010)