Emery merece seguir

La relación entre Llorente y Emery recuerda a esas rutinarias parejas tan enfrascadas en sus planes de boda que olvidan decirse de vez en cuando lo mucho que se quieren. Ambos adivinan un futuro en común, lo sobrentienden, pero la parsimonia presidencial está sometiendo la convivencia a un desgaste gratuito.

Llorente puso unas condiciones sensatas a la continuidad del técnico y ya sabe que éste las cumplirá con creces. No hay pues razones de peso para demorar la renovación; para exponer a Emery a la tortura de varias ruedas de prensa monotemáticas por semana; para que un profesional que ha hecho su trabajo desconozca si en julio estará preparando la nueva campaña o actualizando los papeles del paro.

Emery tenía la obligación de restituir al Valencia su plaza de Champions. Ocho puntos sobre el Sevilla parecen un mullido colchón, pese a que los chacales asomen hoy el morro tras la derrota en Zaragoza. Es verdad que el tránsito hacia la madre de todas las competiciones se ha revelado menos árido de lo previsto. Pero usar esta evidencia como tesis contra el técnico sería tan injusto como atribuir las ligas de Benítez a la crisis del Barça de Gaspart o el ocaso del Madrid galáctico.

El Valencia tiró la Copa, cierto, pero es el riesgo que entraña decirle a un entrenador que su futuro depende exclusivamente de un torneo. Aun así, en Europa está donde debe y el camino hacia Hamburgo no es infranqueable.

A Emery se le puede reprochar que siempre jueguen los mismos. Como a Guardiola. O algún planteamiento táctico. Como a Pellegrini. Pero son muchos los aditivos a su favor. Es difícil encontrar un futbolista que no haya llegado en su mejor versión al tramo decisivo. Se sobrepone sin sensiblerías a la retahíla de bajas en todas las líneas. Soporta estoico el pandemónium generado entre el silencio del club, la crítica de un sector de la prensa y el rechazo de la grada. Asume la venta de estrellas... Y por si fuera poco, el mercado no ofrece alternativas fiables. Emery merece seguir, pero si con todo esto Llorente aún no lo ve claro, mejor ya que no lo renueve.


(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 28 de marzo de 2010)

La copa de los muertos vivientes

Estaba escrito que el exiguo crédito de Emery ardería con las fallas. Una inmensa lengua de fuego llegaría desde Bremen para completar el rito purificador, expiar los pecados de este imperfecto Valencia y marcar el albor de un nuevo ciclo. Desde los más influyentes despachos de Pintor Monleón surgían voces que acolchaban los efectos de una eliminación europea, enfatizando en que lo sustancial es la Champions y el calendario presenta demasiados vericuetos para un equipo magullado por las lesiones.

Pero la pira tendrá que esperar. Los agoreros erraron sus cálculos. El Valencia bipolar, nitroglicerina en ataque, plastilina en defensa, se sobrepuso a la adversidad y a sus propias miserias hasta arrojar al averno a quien estaba llamado a ser su verdugo continental. Una cuenta pendiente menos. Esta ronda va por Vicente y Ortí, caídos en acto de servicio en la anterior visita a Bremen.

No será el último favor de la Europa League al club. Si lo ideal para superar un trauma es enfrentarte a él, el destino se erige en el mejor terapeuta del Valencia, al infestar de fantasmas el tránsito hacia la final. El caprichoso bombo ha querido que los dos últimos precursores serios de Emery, obviando el interregno de Voro, se erijan en diabólicos examinadores del vasco. Primero Quique, su clon, el hombre que tampoco logró palpar el corazón del valencianismo pese a su idilio con las estadísticas. Y después Benítez, san Rafael, el tótem, cuya sombra persigue a todo aquel que osa sentarse en su trono vitalicio.

Llega la hora de romper con los fetiches. Pero sin ese tremendismo tan mediterráneo que hace del club una alocada noria, según la cual Emery vuelve a estar hoy arriba para probablemente regresar mañana al cadalso pese a la dificultad de zurcir un equipo con nueve bajas. El camino hacia Hamburgo sigue siendo de rosas, aunque después de la gesta de Bremen viéramos los pétalos y tras el morboso sorteo, las espinas. Lo peor ya pasó. Ahora toca disfrutar. Si el Valencia sale airoso del trance será un éxito, pero caer ya no supondrá ningún fracaso, porque se lucha con quienes hay que hacerlo, con los mejores. Más no se debe pedir.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 21 de marzo de 2010)

Unai es dueño de su futuro

¿Renovará Manuel Llorente a Unai Emery? Eso quisiera saber Manuel Llorente. El técnico es dueño de su futuro y ya conoce las reglas del juego. Están escritas en el aire. De nada sirve lo andado. Si devuelve al Valencia a la Champions podrá continuar en el cargo. En caso contrario, sanseacabó.

A Emery le traiciona su juventud. De haber aterrizado antes en Mestalla, los méritos ya contraídos le bastarían para firmar un plan de pensiones. Si telefonea a Antonio López, sabrá lo que se ha perdido. Pero ahora rige este club presidencialista un avezado hombre de números. Lo que menos apasiona a Llorente del fútbol es cuanto ocurre en el césped. Lo suyo son los despachos, la gestión. Y para todo gestor que se precie no hay más abecé que la cuenta de resultados.

En su particular reválida, Emery tiene el aprobado en el bolsillo. Cogió un equipo que venía de luchar por la permanencia y lo ha puesto en órbita. Pero su problema es que aspira a perpetuarse en un angustiado Valencia sin margen de error y se enfrenta al examinador más exigente. El listón de estas oposiciones se halla muy alto. De notable hacia arriba, porque se requiere un técnico sobresaliente para afrontar el futuro. Y ahí ya comienza a emborronarse el expediente de Emery. Su falta de confianza en un tercio de la plantilla ha dejado exhausto al equipo. Domínguez se pregunta para qué vino. Zigic haría lo mismo de tener sangre en las venas. Y para colmo los resultados ya no acompañan.

La calle no está con él, en el club hay disparidad de opiniones..., aunque eso no debe preocuparle, porque Llorente pone las reglas de un juego perverso. Reducir la continuidad de Emery a un mero cálculo matemático entraña riesgos. La renovación debería ser cuestión de confianza, no de puntos. Lo que ocurrió con Quique ha de servir de experiencia. Pero el factótum del Valencia recita su cantinela de memoria: "Si hay Champions, hay negocio". El problema es que no la haya. Por detrás aprietan y el presidente no aceptará excusas, ni siquiera el parte de lesiones. Un futbolero transigiría; un gestor, no.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 14 de marzo de 2010)

Bremen, in memoriam

Alguien nos robó la inocencia en Bremen. En el césped del Weserstadion yacen los restos mortales del mejor Valencia de la historia, el del fabuloso triplete. Y cerca de ese campo, en alguna recóndita pared del Hilton, una placa debería rememorar que allí se hospedó el club la noche en que se selló el contubernio que lo ha abocado a la ruina.

Septiembre de 2004. Los colmillos estaban aún calientes tras la Supercopa arrebatada a dentelladas al Oporto. La brújula del voraz Valencia de Ranieri señaló al norte. «Pasajeros con destino a Bremen...», alertó la megafonía en Manises. Ortí debió subir a aquel avión, pero sus negocios lo instaron a quedarse en tierra. Esa decisión, en apariencia banal, pondría fin a una etapa dorada.

Dejó así el camino expedito a la lícita ambición de Juan Soler. Quizá alguien habló al entonces vicepresidente del popular cuento de los hermanos Grimm ambientado en Bremen y con las prisas por no perder el vuelo se equivocó de libro. Nada de animalejos melómanos. Metió en su bolsa de viaje el 'Juan sin miedo' y tras leerlo se envalentonó.

Una foto de la cena previa al partido arrasaría hoy en eBay. Compartieron mesa cuatro futuros presidentes. Pero fue luego, ya con el grupo diluido, cuando se pergeñó el pacto de café, copa y puro para desalojar a Ortí. Y con el tiempo, a Llorente. El molesto recuerdo del uno en el palco de Mónaco con Johansson y el príncipe Alberto, el excesivo poder del otro... Aquel Valencia era un manjar que debía paladear el dueño.

Por la mañana, cuando vio con oprobio su estrategia al descubierto en los periódicos, el hijo de don Bautista telefoneó a su superior: «No te preocupes, Jaime; todo es mentira». Y Jaime no lo creyó. Cuestión de instinto. Seis días después habría relevo.

Ajeno al tejemaneje, el equipo afrontó su cita en el Weserstadion. Allí dejó Vicente de ser futbolista de élite. Y allí comenzó a desmoronarse un proyecto deportivo apasionante. Pero el club ya venía lacerado de la noche anterior. En una semana volvemos a Bremen. Habría que pedir a la UEFA un minuto de silencio.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 7 de marzo de 2010)