La copa de los muertos vivientes

Estaba escrito que el exiguo crédito de Emery ardería con las fallas. Una inmensa lengua de fuego llegaría desde Bremen para completar el rito purificador, expiar los pecados de este imperfecto Valencia y marcar el albor de un nuevo ciclo. Desde los más influyentes despachos de Pintor Monleón surgían voces que acolchaban los efectos de una eliminación europea, enfatizando en que lo sustancial es la Champions y el calendario presenta demasiados vericuetos para un equipo magullado por las lesiones.

Pero la pira tendrá que esperar. Los agoreros erraron sus cálculos. El Valencia bipolar, nitroglicerina en ataque, plastilina en defensa, se sobrepuso a la adversidad y a sus propias miserias hasta arrojar al averno a quien estaba llamado a ser su verdugo continental. Una cuenta pendiente menos. Esta ronda va por Vicente y Ortí, caídos en acto de servicio en la anterior visita a Bremen.

No será el último favor de la Europa League al club. Si lo ideal para superar un trauma es enfrentarte a él, el destino se erige en el mejor terapeuta del Valencia, al infestar de fantasmas el tránsito hacia la final. El caprichoso bombo ha querido que los dos últimos precursores serios de Emery, obviando el interregno de Voro, se erijan en diabólicos examinadores del vasco. Primero Quique, su clon, el hombre que tampoco logró palpar el corazón del valencianismo pese a su idilio con las estadísticas. Y después Benítez, san Rafael, el tótem, cuya sombra persigue a todo aquel que osa sentarse en su trono vitalicio.

Llega la hora de romper con los fetiches. Pero sin ese tremendismo tan mediterráneo que hace del club una alocada noria, según la cual Emery vuelve a estar hoy arriba para probablemente regresar mañana al cadalso pese a la dificultad de zurcir un equipo con nueve bajas. El camino hacia Hamburgo sigue siendo de rosas, aunque después de la gesta de Bremen viéramos los pétalos y tras el morboso sorteo, las espinas. Lo peor ya pasó. Ahora toca disfrutar. Si el Valencia sale airoso del trance será un éxito, pero caer ya no supondrá ningún fracaso, porque se lucha con quienes hay que hacerlo, con los mejores. Más no se debe pedir.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 21 de marzo de 2010)

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