Ponga un ídolo en su vida

Cuando tenga problemas, ponga un ídolo en su vida. No le ayudará a resolverlos, pero al menos sí a olvidarlos. Para el idólatra, un gallo de David Bustamante puede ser más duro que un dolor de muelas y un catarro de Pablo Aimar, peor que un mal día en el trabajo.
Ídolos hay de todos los tipos. También el camino hacia el encumbramiento social tiene más o menos curvas según quien lo recorre. A algunos se les pide unos mínimos requisitos: carisma a los actores, labia a los políticos... A otros les basta con hacer bien su trabajo o ser gente normal. Es el caso de los deportistas o los chicos de "Operación Triunfo".
La conquista de la Liga y la llegada de la gira del popular concurso televisivo han permitido a peloteros y aspirantes a cantante poner Valencia a sus pies. Fiebre colectiva, aeropuertos colapsados, gente que hace de la calle su hogar y de la lluvia un compañero para poder verlos de cerca... Son ídolos.
Lo del Valencia resulta más que lógico a tenor de la gesta conseguida. En el caso de "Operación Triunfo", lo que menos importa a sus admiradores es la aptitud de los chavales para la música. Fascina el aura de gente corriente que les envuelve, salpimentada por la sobredosis de exposición mediática.
Sin embargo, todos ellos deben saber que del cielo al infierno se va en ascensor. La sociedad tiene tanta facilidad para crear ídolos como para destruirlos. Que se lo digan a Mendieta o a Mijatovic. También a "Operación Triunfo" le salen ahora sesudos detractores que ven detestable vulgaridad en lo que antes era admirable sencillez. El camino inverso ha recorrido el nuevo fetiche de Mestalla, Rafa Benítez, antihéroe por naturaleza. En diciembre pedían su cabeza los mismos que ahora la coronan.
Siempre ha sido así, aquí y en Sebastopol. Ni el hoy mito Clark Gable se salvó de estos radicales contrastes. Apuntan las malas lenguas que de joven la miseria le obligó a practicar la prostitución en los círculos homosexuales de Hollywood. Años después, hasta el mismísimo Hitler ofreció una recompensa a quien lo llevara vivo ante él. Era su ídolo.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de mayo de 2002)

Atrapados en el tiempo

En una de las comedias más hilarantes de los noventa, Bill Murray encarnó a un periodista que quedó atrapado en el tiempo y cada mañana, al abrir los ojos, revivía el día anterior. Todo se repetía y debía afrontar una jornada tras otra las mismas experiencias. Al final, pese a su absurda situación, se las ingenió para sacar partido de la misma y pasar, de una vez por todas, la hoja en el calendario. En definitiva, aprendió.
Algo así ocurre en la Comunidad Valenciana, salvo que aquí la capacidad de reacción parece nula, la sensación de impotencia se acrecienta y estamos condenados a vivir eternamente, como Murray, nuestro particular Día de la Marmota. En efecto, abordar una vez más las perniciosas consecuencias de un temporal puede sonar, por reiterado, a la cantinela de siempre. Sin embargo, mirar por el retrovisor semanal y obviar esta cuestión sería absurdo.
Queramos o no, es lo que hay. Esta tierra de luz y calor se convierte, cada vez que a Eolo, Thor y su cohorte de aguafiestas se les va la mano, en un infierno. Otra vez las lluvias han azotado Valencia, Alicante y Castellón. Y de nuevo se ha activado, como un autómata, la máquina de las desgracias: daños materiales cifrados en millones de euros, playas destrozadas antes de que diera tiempo a regenerarlas, tres muertos en carretera, otro engullido por un río, las suspicacias de siempre en torno al despliegue del operativo de seguridad...
La visita a la hemeroteca confirma la excepcionalidad del enésimo temporal que ha zarandeado sin piedad la Comunidad. Desde mediados del siglo pasado no se vivía una primavera tan lluviosa.
De nuevo la zona más dañada ha sido esa franja maldita, cuando de mirar al cielo se trata, que se extiende entre la Ribera y la Marina. Veinte mil personas se quedaron el lunes sin luz, el granizo apedreó la Safor con saña y hubo que amarrar la flota. El martes todo se escapó de las manos: seis comarcas a oscuras, 50.000 vecinos Ðcómo no, de la MarinaÐ sin agua potable, siete puertos cerrados, desalojos en urbanizaciones, ríos y barrancos desbordados, pluviómetros enloquecidos que alcanzaron los 700 litros, una cárcel como la de Picassent desprovista de sus alarmas...
Tras el temporal meteorológico llega, como casi siempre, el dialéctico. Obvio es que no se puede hacer nada para evitar que llueva o truene. Pero, ¿no hay forma humana de prever los embates del tiempo y atenuar sus efectos? ¨Deben los valencianos resignarse a pasar de la sequía a las inundaciones sin hallar un equilibrio? Quizá en ambos casos se tenga que asentir, pero aun así quedan demasiados interrogantes abiertos.
Habría que plantearse por qué no se alcanza de una vez el acuerdo que permitirá construir la línea de alta tensión que acabará con los apagones letales para la hostelería; por qué el Consorcio de Bomberos de Valencia no refuerza su plantilla en plena alerta; por qué se permite urbanizar zonas anegables; por qué no se renuevan las conexiones de la red de aguas pluviales en algunas carreteras conflictivas, antes de que inunden viviendas y talleres, como ha ocurrido en Pego... Sólo son unas cuantas sugerencias.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 12 de mayo de 2002)

Todos llevamos un viejo encima

La soledad puede ser maravillosa. Sobre todo cuando el individuo la elige libremente y, además, es capaz de renunciar a ella en el momento en que le plazca. Pocos instantes hay tan deliciosos como aquel en que uno se ensimisma y se despoja del agobio del día a día para bucear un poco en su interior.
Sin embargo, cuando esa misma soledad llega impuesta se convierte en veneno y transforma la vida en un horrendo callejón sin salida. En esa situación se halla uno de cada seis jubilados valencianos, olvidado por sus congéneres y condenado, en muchos casos, a morir sin encontrar unos ojos conocidos a los que dedicar la última mirada.
De ahí que sean plausibles iniciativas como la que ahora prepara el Ayuntamiento de Valencia y que desde hace más de un año se aplica en Castellón. Alojar a los estudiantes que residen fuera de la ciudad en casas de personas mayores constituye el más entrañable ejemplo de simbiosis humana. Juventud y madurez van de la mano y cada una aporta a la otra cuanto necesita. La primera, alegría de vivir; la segunda, un hogar y, en el mejor de los casos, la impagable experiencia acumulada durante décadas.
Cualquier implicación en este problema es poca. Por eso, a pesar de la buena voluntad que se supone a los poderes públicos, chirrían datos como el que revela que el 90 por ciento de las personas mayores sin compañía carece de ayuda a domicilio. Si es por falta de información, pediría a los políticos que difundan su mensaje con la misma ilusión con que lo harían en una campaña electoral; si por el contrario se debe a constricciones presupuestarias, que hagan modificaciones de crédito o expriman las piedras.
Quienes menos merecen verse desterrados al olvido son los mayores, junto con los niños las personas más necesitadas de atenciones. Aunque sólo sea por egoísmo. Parafraseando a Serrat, cada uno de nosotros debería ser consciente de que lleva un viejo encima.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 6 de mayo de 2002)

La falta de medios amenaza los juicios rápidos

Querer no siempre es poder. Tres días han bastado para que comience a tambalearse el castillo de naipes de la 'justicia express' en la Comunidad Valenciana. Son los transcurridos entre el anuncio, el sábado, de la implantación de los juicios rápidos antes de verano y la inmediata invitación, el martes, del presidente del Tribunal Superior a poner los pies en el suelo y estudiar si hay mimbres para ese cesto. De la euforia de los representantes políticos al pragmatismo de los profesionales, en apenas 72 horas.
El proyecto en sí es loable y, por ello, muy ilusionante. Tal como desgranaron las autoridades autonómicas y estatales, se trata de conseguir que los delitos de malos tratos, robos y hurtos, así como las faltas, pasen por la criba de la Justicia lo antes posible, de modo que dos semanas después de su comisión ya haya una sentencia.
De esta forma se evita la reincidencia y, lo que quizá ahora sea más importante, se acaba con la sensación de impunidad y se inyecta confianza en la judicatura a una sociedad sumida en el desánimo a raíz de la escalada delictiva.
Conviene recordar que la inseguridad ciudadana dejó hace tiempo de ser un problema meramente policial. Basta con mirar al vecino francés para comprobar que un clima similar al que vive la Comunidad Valenciana puede convertirse en alimento para movimientos como la extrema derecha. De ahí que sea crucial recuperar la fe social en la eficacia del Estado de Derecho.
Sin embargo, la Justicia es ciega, pero no atolondrada, y ya ha advertido a los políticos de que están gestando un gigante con pies de barro: no hay infraestructura, ni medios humanos, ni tal vez ni siquiera presupuesto suficiente, para llevar adelante este proyecto con todas las garantías procesales.
No se trata, además, de un razo namiento inesperado. Al contrario, tanto el decano de los jueces, Fernando de Rosa, como el presidente del Tribunal Superior, Juan Luis de la Rúa, llevan realizando sucesivas llamadas a la reflexión.
El gran problema de la Comunidad Valenciana es que no ha sabido, hasta el momento, adaptarse a las circunstancias, que hacen que unos medios que antes ya no sobraban resulten ahora visiblemente insuficientes. El auge demográfico en el litoral, sobre todo en Alicante, y el aumento de los delitos pueden terminar de obstruir las canalizaciones por las que, supuestamente, ha de fluir esa justicia rápida. De hecho, las causas penales investigadas en Alicante y Valencia aumentaron un 16% en el transcurso del último año.
Las necesidades parecen claras, al menos para el juez decano de Valencia, que por pedir pidió en febrero hasta siete nuevos juzgados, además de otro de guardia. De momento, sólo este último parece cobrar cuerpo. Quizá baste para poner en marcha juicios rápidos, pero no paliará la precariedad actual.
Si se quiere apostar por una Justicia moderna, con sentencias en 15 días, reclusos que declaran por videoconferencia y trámites totalmente informatizados, magnífico. Pero hay que comenzar la casa por los cimientos. De lo contrario, se vendrá abajo y alguien podrá decir que ya lo advirtió.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 5 de mayo de 2002)

La inmolación social de los jóvenes

La indisciplina en las aulas preocupa, y mucho, a los españoles. El último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas refleja la opinión generalizada de que se necesitan más castigos para paliar problemas como la falta de modales o de ganas de aprender en el alumnado. Paralelamente, otro informe atiza el fuego al admitir que en seis de cada diez conflictos escolares subyacen insultos a profesores.
Ante tal panorama, lo cómodo es evocar supuestos tiempos pasados idílicos para denostar los actuales. Sería, sin embargo, un error, porque salvajes e inadaptados siempre ha habido. Y vagos, también. Resulta indudable que la situación en las aulas dista mucho de la ideal, pero parece injusto satanizar a las nuevas generaciones, condenadas últimamente a purgar todos los males del mundo. No necesito forzar la memoria para recordar, en mi etapa estudiantil, situaciones demenciales. He visto desde el pupitre arrojar bocadillos, sillas y hasta ladrillos a través de ventanas; profesores de baja por depresiones más que comprensibles mientras sus imberbes torturadores se frotaban las manos... Por no hablar de ritos vandálicos como el lanzamiento de huevos contra alumnos noveles, cruel ejemplo de terrorismo psicológico.
Respecto a la necesidad de castigos, sí y no. Recordaría a los padres que la educación es sobre todo obligación suya más que de los profesores, y que en muchas ocasiones lo que se ve en las aulas refleja las carencias del hogar. Además, el principio de que la letra con sangre entra está ya fuera de onda. No olvidemos que el loco que mató a 17 personas en un instituto alemán había sido expulsado.
Sin embargo, ante las quejas por la falta de calidad de la enseñanza no queda más remedio que asentir. Es inadmisible que un alumno termine secundaria sin calcular con decimales o entender metáforas, como reflejó un informe del Ministerio. El gran fracaso del Gobierno no es la reforma de la enseñanza en sí misma, sino haber sido incapaz de convencer a la sociedad de su conveniencia.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 29 de abril de 2002)

Valencia no logra la paz en Oriente Medio

Se hizo lo que se pudo. La convulsión que sacude Oriente Medio revistió con galas de conferencia de paz un evento que en principio perseguía un objetivo mucho menos ambicioso: potenciar el papel del Mediterráneo en Europa. Sin embargo, la necesidad humana de frenar la barbarie, las matanzas que día a día salpican las conciencias en Occidente, exigían aprovechar cualquier ocasión. Y el encuentro ministerial de Valencia parecía marcado por el don de la oportunidad.

Pero era más una ilusión que un proyecto viable, una lucha baldía contra los elementos. Desde los prolegómenos se vio que las posturas estaban demasiado enconadas como para pensar en milagros. Una sola persona puede comenzar una guerra, pero se necesitan al menos dos para firmar el armisticio. Y la Eurocumbre dejó traslucir tanto odio que ni siquiera fue posible la protocolaria foto de familia.

Aun así, los avances en este terreno no han sido desdeñables. Valencia logró sentar en una misma mesa, aunque a regañadientes, a israelíes y palestinos. También consiguió que Sharon recibiera a una delegación de la Unión Europea encabezada por Javier Solana, menospreciado apenas una semana antes por el primer ministro. Quizá no se haya cubierto las expectativas más utópicas, pero cuando concluya la barbarie en Oriente Medio -algún día ha de suceder- nadie negará que el camino de la paz discurrió a orillas del Turia.

La Eurocumbre ha sido mucho más que dos días de intensa actividad diplomática. Eran muy numerosos los puntos calientes, y entre ellos destacaba, por los negros precedentes, la protesta de los grupos antiglobalización, para los que Valencia simbolizaba, como antes Barcelona, Génova o Portoalegre, la quintaesencia del capitalismo. Se temía que hubiera graves al tercados, pero las salidas de tono de unos pocos no deslucieron lo que, a la postre, constituyó una gran fiesta para todos aquellos que creen posible un mundo diferente.

Nada que ver con el manto de pesimismo que se cernió sobre la gran conferencia desde el momento de su inauguración. Líbano se sumó al boicot sirio, mientras que los países árabes reiteraron su demanda de que Israel fuera excluido. Fracasaron en su empeño, pero se desquitaron 24 horas después, al darse el gustazo de abandonar el plenario y dejar al viceministro de su irreconciliable enemigo con la palabra en la boca.

En otras parcelas la cita valenciana sí dio los frutos esperados. De hecho, la anterior cumbre de Barcelona, envuelta por una mayor magnificencia y pompa mediática, no aportó mayores logros. Entre los indudables avances, destaca el acuerdo unánime de colaboración judicial entre estados y contra el terrorismo; la fijación por fin de una fecha para el libre comercio entre la Unión y los países árabes; el refuerzo del protagonismo estratégico del Mediterráneo; el compromiso de los empresarios para unir esfuerzos y demostrar que Benedetti tenía razón cuando dijo aquello de que el sur también existe... Pero, por encima de todo, lo dicho, se hizo lo que se pudo. Además, ofreciendo una lección de organización y civismo. Y quien da cuanto tiene...

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 28 de abril de 2002)

El lado más oscuro del ser humano

Era niña, pesaba casi cuatro kilos y tenía una vida por delante. Sin embargo, a falta de conocer los resultados de la autopsia, todo parece indicar que fue su madre quien decidió que no merecía ninguna oportunidad y la dejó morir en medio de un amasijo de compresas y sangre. El suceso, ocurrido en Alicante, ha venido a demostrar que el ser presuntamente humano puede abanderar macabros comportamientos que repugnarían al más desalmado animal.
¿Qué pasó por la cabeza de esa madre?, por darle el título que, de confirmarse el homicidio, sólo biológicamente merece. Es difícil de entender. En estos casos siempre surge algún iluminado que alega que la mató por exceso de amor, para evitar una vida de penurias y dolor a la criatura. Tal vez fuera así, o quizá prefiera ella pensar de este modo para atenuar el molesto martilleo que golpea incluso las conciencias más adormecidas. Pero también en ese caso habría asumido una decisión que no le compete, un parricidio en toda regla, de crueldad infinita por la inocencia de la víctima, muerta antes de poseer ni siquiera un nombre.
A mano tenía esa madre recursos para evitar tan injusto desenlace. Pudo recurrir en su momento al aborto, si sus fundamentos morales se lo permitían, o pensar que mucha gente menos afortunada no es capaz de tener hijos y daría su vida por hacer feliz a quien ella presuntamente condenó a muerte.
Sería triste que hechos como éste pasaran desapercibidos, engullidos por la creciente violencia de una sociedad donde ya no sorprende ni que una anciana de 96 años apuñale a su hermana de 89. Ojalá la autopsia desvele que la muerte de esta niña alicantina se produjo de forma accidental durante el parto clandestino; ojalá el único pecado de la madre sea, y no es poco, haber abandonado el cuerpo sin vida de su hija en un solar infecto. De lo contrario resulta ya muy difícil creer en la especie humana. Quien ha saboreado las mieles de la paternidad sabe de qué hablo. Y quien no, también.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 22 de abril de 2002)

Quo vadis?

Dos mil años después de su construcción, y transcurrido más de un siglo desde que se convirtió en el primer Monumento Nacional declarado en España, el teatro romano de Sagunto sigue agonizando. Sus enemigos no han sido ni los embates del tiempo ni los agentes naturales, sino las decisiones políticas de unos y la indefinición de los otros. Ahora, cuando por fin Cultura parece decidida a cumplir la sentencia del Supremo, y de paso la promesa electoral que el PP formuló en 1999, se ha reavivado una polémica tan tempestuosa como estéril que sólo puede tener un desenlace: devolver al César lo que es del César y retirar las lápidas de mármol bajo las que el PSPV sepultó, ilegalmente, una joya patrimonial.
Argumentos no faltan. Al Gobierno valenciano lo avala un dictamen judicial emitido hace ya 18 meses, el cual a su vez refrendó otro fallo siete años anterior. Se trata de algo tan sencillo como hacer cumplir la ley y derribar una estructura ilegal. Sucede, sin embargo, que quienes promovieron este atentado contra el patrimonio parecen ahora dispuestos a erigirse en salvadores del mismo, ignorando que el hombre es tan esclavo de sus palabras como soberano de su silencio. Olvidada parece estar la garantía de reversibilidad que en su día dieron los arquitectos ejecutores del proyecto. Ahora el PSPV considera que devolver el teatro a su estado original significará destruirlo. Difícil parece la comunión entre ambas tesis. Es sólo parte del vehemente discurso político, preñado de cargas de profundidad y de declaraciones cuanto menos chocantes, desplegado a lo largo de la semana. El principal partido de la oposición también calificó sin pudor de "gasto fastuoso" y "desprecio total por el patrimonio" la reversión de las obras. Si las piedras hablaran...
Pero no sólo los políticos se han pronunciado. El debate está en la calle y también ha habido manifestaciones procedentes de otros ámbitos. Como la del presidente del Consell Valenciano de Cultura, Santiago Grisolía, quien se alineó con la tesis socialista y calificó de "barbaridad" la retirada del mármol. Su argumento, el alto coste y las escasas posibilidades de éxito. Además, el científico se descolgó con una inesperada propuesta: destinar ese dinero a la construcción de un parador nacional en el castillo de Sagunto e incentivar así su recuperación. Mientras no sea de mármol ni sepulte los pocos restos de la histórica fortaleza que resisten en pie...
Paralelamente, el alcalde de la capital del Camp de Morvedre, Silvestre Borrás, cumplió con su obligación de barrer para casa y subrayó la compatibilidad de ambas intervenciones: es posible recuperar el teatro y también el castillo. La responsabilidad, por lo tanto, recae ahora sobre la Generalitat, que parece haber tomado una decisión. A fin de cuentas, exhumar el teatro romano puede tener en cualquier caso consecuencias positivas. Si la intervención es un éxito, Sagunto recuperará uno de sus símbolos. Y si se produce un fracaso, al menos contribuirá a airear lo que se hizo con el monumento. No en vano, eso también es ya historia.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 21 de abril de 2002)

El enemigo está en casa

Hasta 41 centros comerciales está previsto construir durante los próximos cuatro años en la Comunidad. Casi nada. Si todos los proyectos prosperan, habrá ya 75. Dicho de otro modo, se avecinan tiempos aún más difíciles para el pequeño comercio, que lucha con tirachinas contra carros de combate.
Uno, firme defensor (menos práctico que teórico) del entrañable negocio tradicional, donde el comprador es mucho más que una tarjeta de crédito, no puede considerar ésta una buena noticia. Sin embargo, ciertas pequeñas tiendas de barrio corren el riesgo de hacer que termine siéndolo. Sobre todo si en lugar de espabilar se refugian en la fidelidad del cliente y se dejan comer más terreno. La dejadez de una minoría puede desembocar en la ruina de todos.
Esta reflexión me asaltó días atrás, cuando decidí realizar unas compras cerca de casa. Quizá otra vez ni me lo habría planteado, pero me dio por ser fiel a los principios y no dejarme absorber por el tifón de las grandes superficies. El reto no parecía complejo: tan sólo necesitaba duplicar un mando a distancia de garaje y comprar varios discos de ordenador. Será cosa de veinte minutos, pensé. Y unas narices.
En la ferretería de turno, el dueño había ido al banco. Una nimiedad de no ser porque sólo él conocía cómo funcionaba la dichosa maquineja. Su consorte me invitó a esperar. Cuando ya no había catálogos por leer ni tornillos que contar apareció el buen hombre. Sin alterar su rictus, se disculpó: el mío era el único mando del mundo que no podía duplicar. Menuda casualidad. Contrariado, fui a por los discos. El vendedor frunció el ceño en cuanto formulé el pedido. Aunque los tenía en cantidades industriales, sólo me los podía dar si aceptaba renunciar al ticket de compra, pues la chica de la caja registradora estaba almorzando.
Decidí entonces dejar los principios para el próximo 30 de febrero. En diez minutos estaba en un centro comercial, quince después tenía mi mando, seis más tarde los discos, con ticket y todo, y encima me corté el pelo y entré al cine. Es para pensárselo.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 15 de abril de 2002)