Hay que decidir ya

El fútbol sufre cada vez que el balón deja de rodar. A falta de partidos, buenos son los dilemas, como el último y más enconado, que gira en torno a la renovación de Emery. El debate está en la calle y el Valencia lo despacha con un sí pero no, un vuelva usted mañana, que diría Larra.

«Si vamos como ahora, está más cerca de quedarse que de salir». Son palabras de Fernando. ¿Eso es todo? El Valencia ha tenido 77 partidos oficiales en año y medio para examinar la filosofía futbolística del vasco, sus dotes en el manejo de un vestuario de élite y su conexión con la grada. Con mucho menos le ha bastado a Fernando Roig para concluir que Valverde es su hombre. Al margen de resultados. Pero aquí nadie se atreve aún a levantar o bajar el pulgar.

Un buen abogado defensor del técnico enaltecería su comunión con los pesos pesados del equipo. Aludiría a la fría estadística que lo sitúa entre los diez mejores entrenadores de la historia del club. Subrayaría su nulo engreimiento y la capacidad para rectificar, evidenciada con César. Recordaría que el salario de su cliente se ajusta a los parámetros asumibles por la entidad y que acepta trabajar con lo que den, algo esencial de cara al incierto futuro. Ah, y dejaría caer de soslayo su pasión por el fútbol. Eso siempre toca la fibra.

En el banquillo opuesto, el fiscal incidiría en el chasco del año pasado, con una rutilante plantilla y sin Champions. Evocaría la cuestionable apuesta de alto riesgo por Moyá. Criticaría la vulnerabilidad de Mestalla y lamentaría que de una plantilla de 25 jugadores apenas cuenten 15.

Se puede dudar sobre el momento idóneo para hacerla pública, pero a estas alturas la sentencia debería ser ya definitiva. En un sentido u otro. Tan crucial decisión no ha de estar sujeta a la arbitrariedad de los resultados. Eso erosiona la imagen del técnico ante vestuario y opinión pública, además de exhalar un tufo a provisionalidad no recomendable. Hacer de los próximos meses una gala de Operación Triunfo sería pueril. Delegar el veredicto en el jurado popular, un acto de cobardía.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 28 de diciembre de 2009)

Las piezas encajan

La vida es un puzzle. Si te rodeas de piezas que encajan contigo a la perfección paladearás la felicidad. De lo contrario, recorrerás tus días con el paso cambiado. Benítez habría sido feliz con el manirroto Soler, pero le tocó vivir una época de vacas casi tan flacas como las actuales. Orti reinaba, pero Llorente gobernaba. Rafa se desgañitaba en cada rueda de prensa para pedir fichajes que nunca llegaron, porque Manolo anteponía el desgaste popular a una gestión populista. Dormía con la llave de la caja fuerte debajo de la almohada. Era evidente que el puzzle no encajaba y la más preciada pieza acabó rompiéndose.

Un lustro después, la crisis dibuja un panorama similar al de aquel añorado Valencia del doblete. Similar, aunque no idéntico. Llorente lleva otra vez las riendas del club, pero esta vez sí hay sintonía entre él y sus acólitos. Ni Fernando ni Emery exhiben la beligerancia de Benítez. Hay lo que hay, lo asumen y esto es un bálsamo en tiempos de posguerra.

La necesidad ha encauzado la política deportiva del Valencia. Pocas veces funcionó aquí el modelo imperialista de Florentino. Ortega o Romario fueron anécdota en la historia del club, como en su día ocurrirá con Joaquín, fichado a golpe de talonario y suplente de un chico de la casa llamado Pablo.

La tantas veces loada filosofía del Sevilla, con Monchi a la cabeza, marca el camino a seguir. Fichar barato para vender caro. Ahí radica la credibilidad de Fernando. La labor de un buen director deportivo, salvo que esté en nómina de Real Madrid o Barcelona, es descubrir a Dealbert, Bruno o Mathieu y jugársela por ellos.
El Valencia tiene poca munición y no puede errar un solo disparo. Lo advirtió Llorente nada más regresar. Fernando, como Unai, depende de sus resultados. Por ahora cumple, cimienta su futuro y trae así serenidad a un club que hasta hace poco vivía desquiciado.

En la época de Soler, si un técnico hubiera pedido fichar a Ricardo Costa le habrían traído al ex secretario general del PP. Y ya se sabe, una vez descubierto el malentendido..., que se quede como consejero delegado. O lo finiquitamos.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 20 de diciembre de 2009)

Sólo ha sido una derrota

El Real Madrid, otra vez a seis puntos. La derrota horada la moral del valencianismo tras la semana más ilusionante en mucho tiempo. Es lógica la decepción, pero no el abatimiento. Los hombres se miden por las veces en que son capaces de levantarse. Es lo que toca ahora, sobre todo porque los días previos a este partido han hecho mucho bien al club, que se ha arrancado los complejos para regresar al peldaño del que nunca debió descender. El de alternativa al título.

En la cuneta han quedado los austeros ropajes que el incierto futuro económico impuso a un equipo rutilante. Hay que quemarlos. Ese adusto Valencia que piensa partido a partido no debe volver a asomar el hocico. En la caja de caudales hay telarañas, pero sobre el césped luce oro puro.

En el fútbol aún impera el tanto tienes, tanto vales. Los delirios del rico se asocian con la ambición; los del pobre, con la euforia. Hace tres meses el Real Madrid, escocido por la gesta de su acérrimo enemigo, se autoproclamó aspirante al triplete. Para el coro florentinista, aquello era lógico reflejo de la grandeza merengue. Pero cuando los jugadores de Emery osaron decir que pueden luchar por la Liga, a más de uno le entró el vértigo.

Hoy, tras la derrota, ese mensaje ambicioso está aún más vigente. Aunque al equipo se le vio anoche atascado, atenazado por la responsabilidad. A fin de cuentas, hoy por hoy tiene más opciones el Valencia de ganar la Liga que el Madrid de celebrar su cacareado e imposible triplete.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de diciembre de 2009)

La gran decisión de Zigic

Quizá anida en sus genes el espíritu rebelde y la fuerza de voluntad de Viriato. O se siente Quijote que deambula por un mundo irreal. Pero en un caso u otro, cada vez es menos comprensible la actitud de Zigic, su obstinación, la resistencia a asumir una realidad que le aleja inexorablemente de Valencia.

El serbio se ha quedado sin besos y la rana nunca se convierte en príncipe. Ni lo hará ya. Desde que aterrizó en Manises con la etiqueta de fichaje estrella, su progresión futbolística se ha estancado. Zigic no contó para Quique ni Koeman, y el ostracismo alcanza grado superlativo con Emery.

El comportamiento del delantero durante dos años y medio ha sido ejemplar. Jamás alzó la voz, salvo para proclamar su deseo de triunfar en el Valencia. Pero debe darse cuenta ya de que los gigantes son molinos y asumir que, en puertas de un Mundial, su futuro está lejos de Mestalla. El mensaje del serbio, en el que se autodefine como cabezón, suena a hueco. Su tozudez se hace más creíble desde el humano prisma del gran sueldo y la hospitalidad que ha encontrado en el Mediterráneo.
Zigic ha de reflexionar. Si eso es lo que quiere, un contrato hasta 2012 se lo garantiza. Pero si aún se siente futbolista por encima de todo, debería tomar el camino más largo. Ha aprovechado como nadie las contadas oportunidades, su promedio goleador está al nivel de los mejores, continúa siendo un fijo con Serbia... Pero de poco vale el esfuerzo.

Si no juega en el Stoke City es porque él mismo abortó el traspaso hace dos veranos. El Valencia estaba dispuesto a venderlo por la mitad de lo que lo había comprado un año antes. Dato revelador. Y aunque se rehabilitó en la cesión al Racing, nada ha cambiado. Ausente Villa, Emery prefiere poner patas arriba su esquema ofensivo antes que confiar en Zigic. La negociación con el Chori es el último mensaje de un club que ve en el serbio el único jugador prescindible con el que hacer caja. La fuerza de voluntad de Nicola es loable, pero debe recordar que Viriato murió asesinado y lo de la rana y el príncipe es un cuento.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 6 de diciembre de 2009)