Cara o cruz

El destino carga su pulgar y catapulta una moneda. Pendiente de su caprichoso giro, todo un ejército de "patidors". La afición más fiel. La más desengañada. Si sale cara, el Valencia será un equipo aguerrido capaz de someter hasta al tiránico Barça de Guardiola. Pero, ¡ay si sale cruz!

El trastorno bipolar comienza a ser exasperante. Un haz que deslumbra, un envés tenebroso. Lejos de generar euforia, la exhibición ante el Barça tiene un efecto enervante si se compara con lo acontecido días después ante un don nadie como el Slavia.

En el plató principal del fútbol, cuando la jet mira a Mestalla atraída por las proezas del campeón de Europa, mientras los jueces del Balón de Oro quitan el capuchón a sus despampanantes estilográficas... comparece Jekyll. Un Valencia solidario rescata emociones casi olvidadas. Pero tras apagarse los focos, cuando la cita es en la penumbra anónima de un modesto camerino, llega la hora de Hyde, del Valencia ramplón, de la grada enojada. En el palco, el presidente terminará por arrancarse la lengua de tanto morderla. ¿Será más fácil sacar de la ruina a un club desahuciado que lograr que un equipo potente juegue bien a fútbol con asiduidad?

Compleja labor la de dar con el culpable sin ser injusto. Lo cómodo es acusar a Unai. Ofrece la imagen del entrenador desesperado que espolea con exabruptos a jugadores de referencia para buscar en ellos una implicación que deberían traer de serie. Y su política de rotaciones atribula por desmedida. Una cosa es alternar a peones para dosificar esfuerzos; otra, mantear al equipo por completo despreciando así la competición más fácil de ganar.

La autoconfianza merece elogios hasta que degenera en obstinación. Unai debe reflexionar. Pero eso no exime a la plantilla. El peor Valencia imaginable debe ganar siempre al Slavia... Lo contrario es propio de un grupito de suplentes acomodados que merecen calentar banquillo. Y un equipo sin fondo de armario no va a ninguna parte. La moneda está otra vez en el aire. ¿Qué tocará hoy en Almería?

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 25 de octubre de 2009)

Plagas

Como el antiguo Egipto, el Valencia ha sufrido en cinco años una cadena de plagas que acabó por reventar todas sus costuras. La sustancial diferencia es que, mientras entonces ranas, moscas y langostas azotaron a un faraón que tenía sometido al pueblo hebreo, ahora la epidemia de incapaces gestores no ha obrado ningún efecto liberador. Al contrario, es el valencianista de a pie quien ha visto su escudo mancillado.

Desde que Benítez tomó las de Villadiego, el club ha gastado 193 millones, más de la mitad del coste del nuevo estadio, para fichar a 38 jugadores. Pocos han triunfado y sólo 15 siguen en la plantilla. Este absurdo derroche es una simple muestra del torrente de desvaríos que dejó al Valencia en tan pavorosa situación a una década de su centenario. Quienes confiaron todo al ya olvidado boom de la construcción pagaron la osadía con su patrimonio personal, pero la reconstrucción será ardua.

El actual Valencia, sin embargo, poco tiene que ver con los negros presagios de hace siete meses. Entonces se adivinaba para octubre de 2009 un club humillado e intervenido judicialmente. Vicente Andreu no habría tenido un paso efímero como consejero, sino que él o alguien de su perfil llevaría las riendas de una entidad inmersa en una gravosa ley concursal.

Los buitres habrían pasado por Mestalla. Los goles de Silva y Villa en el Real Madrid competirían con las portadas que canonizarían a Mata en Barcelona, mientras en la distancia un nostálgico Valencia lucharía por prolongar su hálito.
Hay un abismo entre lo que este club iba a ser y lo que por fortuna es. La entidad gana su guerra por la supervivencia y exhibiciones deportivas como la de anoche elevan la autoestima. Pero también la exigencia. Quien es capaz de zarandear al campeón de Europa jamás puede hacer el ridículo en Getafe o empatar en casa con el Sporting. Lo sustancial hoy por hoy no debe ser vencer a Barça o Madrid, por placentero que resulte, sino acabar la Liga entre los cuatro primeros y encontrar en la Champions el dinero necesario para que en verano "sólo" haya que vender a Villa.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 18 de octubre de 2009)

El ocaso

La vida te da sorpresas. Lo cantó Rubén Blades y ahora lo rumia el insolvente Juan Soler. Al empresario de Turís tardará mucho tiempo en asaltarle otro ataque de risa como el que sufrió en el antepalco de Mestalla. Durante años se atiborró de lujo y popularidad. Lo primero se lo brindó el trabajo; lo segundo, el fútbol. Pero el destino lo deja ahora en la estacada. El ex presidente que soñó con inaugurar el nuevo Mestalla no puede ni pisar el viejo. El acaudalado constructor que amasó una fortuna busca fórmulas para evitar el embargo de su patrimonio.

Ni en su peor pesadilla se imaginó en tal encrucijada. La hoja de ruta de Soler reflejaba que dejaría la vara de mando en 2010, con un Valencia tan brillante como el que heredó. Saldría a hombros del estadio de la avenida de las Cortes, aclamado por las masas. Y retomaría la gestión de sus empresas, fértiles como siempre.
Durante años vivió inmerso en una burbuja futbolística tan artificial como la inmobiliaria. Y aunque nada le salía según lo previsto, tras cada caída se levantaba con la sonrisa del tahúr que se sabe con un as en la manga. Porchinos o el nuevo estadio, junto a otras operaciones nonatas, avalan que la suya no era una confianza sujeta con alfileres.

Soler mereció mejor suerte. Jamás actuó de mala fe y, pese a su desastrosa gestión, nada se llevó, lo que es decir mucho en los tiempos que corren. Pero en el despacho, como en el área, los errores se pagan. Pocos gestores se han disparado en el pie con tanta reiteración. Lo hizo al traicionar a Soriano, convirtiendo en opositor a un abnegado escudero; al sustituir a Llorente por el bisoño Wollstein en una decisión cómica; al confiar su futuro a un chapucero aparato propagandístico; al arrojarse en brazos de Villalonga... Lo de creer en Soriano y Dalport no fue un error de cálculo, sino el recurso del clavo ardiendo. Balbuce ahora Soler el lamento desesperado de Pedro Navaja, pero le habría bastado con escuchar a Serrat para ahorrarse el mal trago: «Mi santa madre me lo decía, cuídate mucho Juanito de las malas compañías». Pues eso.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 11 de octubre de 2009)

Juicio injusto

Lamentaba Quique tras su despido que Valencia idolatra antes a un jugador que a cualquier entrenador. Razón no le faltaba. Salvo Benítez o el primer Ranieri, pocos técnicos han abierto la puerta grande de Mestalla.

Quien ahora deambula sobre la delgada línea que separa la gloria del fracaso es Unai. Los dislates gestados en la pizarra tienen mucho que ver con la inestabilidad de este Valencia que rinde tan por debajo de sus posibilidades. Aunque las notas se entregan a final de curso, Emery ya ha suspendido el primer parcial. Y lo ha hecho con todos los condicionantes a favor. Este club en nada se parece al «avispero» de hace dos veranos, como él mismo lo definió sottovoce antes de firmar su contrato.
Aquellas reservas eran lógicas, pues ni siquie ra conocía el apellido de su nuevo jefe: el alicaído Soler que lo fichó, el emergente Villalonga que relamía el poder o el tapado Soriano que confesaba a sus íntimos no creer en el vasco.

La indulgencia que merece todo debutante y el catastrófico legado de Koeman ayudaron a Unai a capear un insatisfactorio primer año. Pero el discreto balance no evitó que el técnico se haya sentido fuerte este verano y plantara cara a su jefe con la anuencia presidencial. Malgastó en lujos (léase Moyá) los ahorrillos que tenía para comer (Granero). Y ahora muchas de sus decisiones desde el banquillo enervarían al mismísimo Job.

Sin embargo, es injusto que todos los palos azoten la misma estera. Villa tenía razón en su crítica, pero nunca debió hacerla. La reacción de Joaquín en Noruega es la de un niño consentido. El recién llegado Mathieu no puede fruncir el ceño en su segundo día como suplente y las quejas de Vicente están tan fuera de lugar como la reacción con luz y taquígrafos del aludido.

Urge cordura ante tan peligrosa espiral. Unai no es el único culpable de que el equipo con el mejor ataque de España se desangre en defensa. La responsabilidad de ridículos como el de Getafe no puede recaer sólo sobre su espalda. Hoy todo el grupo se examina en Santander, porque es inconcebible que la carísima filarmónica blanquinegra parezca por momentos la Charanga del Tío Honorio... salvo que el objetivo inconfesable sea cargarse al de la batuta.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 4 de octubre de 2009)