El ocaso

La vida te da sorpresas. Lo cantó Rubén Blades y ahora lo rumia el insolvente Juan Soler. Al empresario de Turís tardará mucho tiempo en asaltarle otro ataque de risa como el que sufrió en el antepalco de Mestalla. Durante años se atiborró de lujo y popularidad. Lo primero se lo brindó el trabajo; lo segundo, el fútbol. Pero el destino lo deja ahora en la estacada. El ex presidente que soñó con inaugurar el nuevo Mestalla no puede ni pisar el viejo. El acaudalado constructor que amasó una fortuna busca fórmulas para evitar el embargo de su patrimonio.

Ni en su peor pesadilla se imaginó en tal encrucijada. La hoja de ruta de Soler reflejaba que dejaría la vara de mando en 2010, con un Valencia tan brillante como el que heredó. Saldría a hombros del estadio de la avenida de las Cortes, aclamado por las masas. Y retomaría la gestión de sus empresas, fértiles como siempre.
Durante años vivió inmerso en una burbuja futbolística tan artificial como la inmobiliaria. Y aunque nada le salía según lo previsto, tras cada caída se levantaba con la sonrisa del tahúr que se sabe con un as en la manga. Porchinos o el nuevo estadio, junto a otras operaciones nonatas, avalan que la suya no era una confianza sujeta con alfileres.

Soler mereció mejor suerte. Jamás actuó de mala fe y, pese a su desastrosa gestión, nada se llevó, lo que es decir mucho en los tiempos que corren. Pero en el despacho, como en el área, los errores se pagan. Pocos gestores se han disparado en el pie con tanta reiteración. Lo hizo al traicionar a Soriano, convirtiendo en opositor a un abnegado escudero; al sustituir a Llorente por el bisoño Wollstein en una decisión cómica; al confiar su futuro a un chapucero aparato propagandístico; al arrojarse en brazos de Villalonga... Lo de creer en Soriano y Dalport no fue un error de cálculo, sino el recurso del clavo ardiendo. Balbuce ahora Soler el lamento desesperado de Pedro Navaja, pero le habría bastado con escuchar a Serrat para ahorrarse el mal trago: «Mi santa madre me lo decía, cuídate mucho Juanito de las malas compañías». Pues eso.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 11 de octubre de 2009)

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