El Valencia se busca a sí mismo

Si el fútbol fuera motociclismo, podría decirse del Valencia que se agarra muy bien en las curvas y pierde fuerza en las rectas. Mientras la vida social y deportiva del club deambuló por los retorcidos senderos de la polémica, los éxitos se sucedieron. Con la gestión bloqueada por la deuda y en medio de un mar de intrigas urdidas en la trastienda para hacerse con el poder, el equipo supo aislarse y llegaron los títulos.

El aterrizaje de Juan Soler, en el verano de 2004, debía dar al Valencia el definitivo impulso que lo consolidara entre los clubes más grandes del mundo. Al menos sobre el guión. Blanquinegro de corazón y multimillonario de profesión, el promotor compró la paz social a golpe de talonario y se dispuso a hacer funcionar el Valencia como si fuera una más de sus productivas empresas.

El flamante presidente identificó buena gestión con férreo control y parceló su consejo de tal modo que él movía todos los hilos y sólo se dejaba influir por su más íntimo círculo de colaboradores, aquellos que llegaron con él al Valencia. Maquinó una inteligente estrategia para relanzar económicamente el club. Jugó con las cartas marcadas y todo le salió bien. La recalificación del suelo de Mestalla, la construcción de un nuevo estadio y el traslado de la Ciudad Deportiva llenarán de dinero las depauperadas arcas blanquinegras.

Pero no siempre los trazos firmes desembocan en líneas rectas. El exceso de presidencialismo y narcisismo suele funcionar mal en Mestalla. Cuando compró las acciones a Francisco Roig, Juan Soler no cayó en el detalle de mirarse en el espejo de aquel con el que comerciaba. Como él, hizo suyo el club y erró. Por eso todo comenzó a desmoronarse. Primero se fue a pique el proyecto deportivo y esto generó tal descrédito que acabaron resintiéndose las finanzas, hasta el punto de minimizar el milagro de Porchinos, que debía dejar la deuda a cero y al final sólo servirá para salir del paso.

El año de zozobra que ha vivido el valencianismo vale, al menos, para que Juan Soler haya aprendido la lección. El tantas veces ninguneado Jaime Ortí le marca el camino. Basta con ceñirse al principio inspirador del liberalismo: dejar hacer, dejar pasar. El presidente lo ha entendido y se ha puesto manos a la obra.

A priori, la cordura parece haber regresado al Valencia. Soler se ha quitado el chándal para dejar toda la gestión deportiva en manos de un profesional como Javier Subirats, que conoce y siente muy dentro de sí este club. Le ha entregado todo el poder para que se implique y, a final de temporada, sea juzgado por sus aciertos y errores.

Subirats eligió a Quique entre un manojo de técnicos. Vio en el madrileño el mismo espíritu inconformista que en su día le condujo a fichar a Benítez. Y también él ha decidido qué necesidades tenía esta plantilla. Sólo se encontró con un fichaje hecho, el de Edu, que además le satisfacía plenamente. A partir de ahí, hizo y deshizo a su antojo. Frenó en seco todas las gestiones abiertas para traer a Baros, Kalou o Maxi Rodríguez e impuso su lista de prioridades.

Él pidió y Juan Soler le dio cuanto pudo. No vino Nihat, pero probablemente lo haga el año próximo. Algo similar ocurre con Willy Sagnol, salvo que el dinero del Bayern de Múnich quiebre la voluntad del francés. Y paulatinamente fueron cayendo Kluivert, Mora, Regueiro, Villa...

El director deportivo del club ha asumido riesgos. Así debe considerarse el pago de 3,5 millones por Estoyanoff, un joven uruguayo que llegó a precio de oro para ir cedido al Cádiz, o los 600.000 euros que costó pacificar la relación con el Levante tras el incendiario fichaje de José Enrique. También lo ha sido la contratación de Miguel, decisión salomónica con la que Subirats saldó su primera discrepancia con Quique. Fue un golpe en la mesa. Al técnico no le gustaba el portugués, pero el director deportivo impuso su criterio. Para eso le pagan.

Con errores y aciertos, esta pretemporada ha servido para demostrar que la profesionalización del club da sus resultados. Se fue Palop y Juan Soler tenía al instante ante sí un abanico de sustitutos entre los que se escogió a Mora. La lesión de Edu halló una inmediata réplica en la contratación de Hugo Viana.

Con el presidente en los despachos, Subirats en la grada y Quique en el banquillo todo debería ir mejor. El primer examen no es válido. El fracaso en la Intertoto ha sido un duro golpe, pero la lógica invita a pensar que el Valencia ha sentado los cimientos para reencontrarse consigo mismo.


(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 12 de septiembre de 2005)