La vaca holandesa

Si cierro los ojos y trato de recordar al Ronald Koeman futbolista, lo primero que viene a mi pensamiento es aquel cruel penalti de la temporada 1993-94 en Mestalla, con 0-3 en el marcador y un desamparado Paco Camarasa bajo los palos. El holandés no perdonó y ajustició al central-portero en una de las últimas tardes de gloria del Dream Team de Cruyff. A Tintín, majestuoso en el pase largo, insaciable a balón parado, se le daba demasiado bien el Valencia. Lo volvería a demostrar en su siguiente visita liguera, de nuevo desde los once metros. De ahí que cuando dejó el Barcelona un profundo suspiro de alivio templara los ánimos blanquinegros.

Pero lo peor estaba por llegar. Koeman desconocía en aquella próspera etapa de calzón corto que una década después se convertiría en el entrenador más mediocre de la historia del Valencia, el hombre que aniquilaría la ilusión de un club grande al que asomó al precipicio de la Segunda División.

Desde que irrumpió en Paterna como sustituto de Quique (manda narices el relevo técnico), el holandés desveló sin medias tintas su verdadero yo. Con el contrato recién firmado, prefirió quedarse en el hotel para ver al Valencia por televisión antes que subir al avión del equipo y empezar a hacer grupo en el vuelo a Palma. El marrón balear se lo comió el abnegado Óscar Fernández. Derrochó soberbia, amparado en los rescoldos de su merecida fama como pelotero. Interpretó su paso por Mestalla como unas prácticas camino hacia el banquillo del Camp Nou. Ajustició de manera caprichosa a tres iconos del valencianismo. Alzó un muro de la vergüenza en la Ciudad Deportiva...

Y ganó una Copa, aunque eso sólo engaña a los adictos a la estadística. Cuando arrancó aquella atípica final, preámbulo de un éxito que nadie tuvo ganas de celebrar, Koeman ya estaba destituido. Hasta tal punto era carne de cañón que la plantilla ignoró las indicaciones de su beoda pizarra y conquistó así un título por el que tan nefasto entrenador se atrevería luego a sacar pecho.

Dos años y medio después de aquella traumática experiencia, el holandés sigue metiendo goles al Valencia con la misma fruición que exhibía sobre el verde. Lo hace en lo material, con ese millón que habrá que pagar al PSV por tan absurdo fichaje, y también en lo moral. Que Koeman aproveche el actual buen momento del Valencia para reivindicar su bochornosa etapa debería ser objeto de estudio por parte de la Comisión Nacional Antiviolencia y nos deja tan vendidos como a Camarasa en aquella noche de pesadilla.

El hoy técnico ve en el liderato del Valencia un ejemplo de que algunas de sus decisiones en Mestalla fueron correctas. Lo único que este club puede agradecerle es su habilidad para precipitar la descomposición del régimen de Juan Soler. Y sanseacabó, porque hasta para perderlo de vista hubo que pagarle una fortuna. Bautizó un amigo mío a Koeman como la vaca holandesa por su poco hercúleo perfil. Pero si algo le hace merecer tal apelativo es la mala leche que acompaña cada uno de sus actos.
(Artículo publicado en lasprovincias.es el 14 de octubre de 2010)

La (re) Fundación del Valencia

Maquiavelo legó a la humanidad una máxima que nunca salió de su pluma, pero que compendia la esencia de su pensamiento político: el fin justifica los medios. A lo largo de la historia muchos totalitarismos encontraron legitimidad en esas cinco palabras, y a ellas se encomendó hace un año el Valencia para salir del atolladero social.

El papel interpretado por la Fundación en el cierre de la ampliación de capital se inspiró en el principio del mal menor. El organismo que preside Társilo Piles se inmoló, avalado económicamente por la Generalitat y con la anuencia de toda la sociedad civil valenciana, que hizo frente común ante la fantasmagórica irrupción de Inversiones Dalport. Era el prototipo de situación en la que el fin justifica los medios. Todos así lo entendimos y lo entendemos.

Pero desde aquella magistral maniobra urdida en los más importantes despachos de la capital ha transcurrido ya un año y la inquietud popular es lícita. La Fundación no puede hacer frente a sus compromisos de pago con Bancaja, como cabía temer cuando se dio tan arriesgado paso. El club se ve jurídicamente incapacitado para insuflarle oxígeno económico y así el problema de una sociedad anónima deportiva está a un paso de convertirse en el de toda una comunidad autónoma.

El nudo gordiano son obviamente esos 74 millones que la caja de ahorros dejó en manos de una fundación sin más garantías que el patrimonio de los valencianos. Pero a ello se unen, y merecen respeto, alegaciones de tipo ético como las que acaban de morir en los tribunales. Aquella ampliación de capital presagiaba la democratización del club, una apuesta por quitar a los ricos el control para distribuirlo entre todos los pobres, y a día de hoy tan nobles principios son papel mojado.

El arisco menosprecio de Társilo Piles a los disidentes sirve de poca ayuda. «Hay gente que quiere construir y una minoría intenta destruir», acusa el dirigente. Debería hablar con su amigo Juan Soler, profesional del ladrillo. Él le explicará que la clave de todo edificio reside en los cimientos, y obrar sobre una ciénaga está más cerca de lo segundo que de lo primero.

Valencia ya aparece en el mapa

Bombazo en la capital del reino. Tras cinco semanas y media de amnesia, Madrid por fin ha descubierto que el líder de la Liga juega en Mestalla. La revelación no llega gracias a la inmaculada trayectoria deportiva del equipo de Emery. Tampoco el tamtan reivindicativo de Manuel Llorente ha resultado determinante. Es más sencillo que todo eso. Cristiano Ronaldo, el machote madridista, ha ojeado los periódicos, probablemente mientras aguardaba turno en la pelu, y entonces se ha caído del guindo. El mando lo tiene el Valencia, ese club del que le separó el precio de un café; el café más caro del mundo.

Pese al reconocimiento del portugués, parece poco probable que su jefe imite la fórmula del éxito que triunfa a orillas del Mediterráneo. La humildad es rentable, pero vende poco. Y el embrujo del equipo de Emery reside precisamente ahí, en la exaltación de la normalidad, bien escaso en un fútbol cada vez más bañado en salsa rosa.

Los pilares del nuevo Valencia no llamarían la atención en cualquier rutinaria reunión de comunidad de vecinos. Soldado regresó a casa con la ilusión reflejada en la mirada. Todavía la conserva y la traslada a cada uno de sus actos. Aduriz adora el anonimato. Confiesa que lo que más le gustaba de Palma era la facilidad para pasar inadvertido entre tanto guiri. Cada palabra de César es una exhibición de sentido común igual de portentosa que la mejor de sus paradas. Y así se podría seguir, uno a uno, con todos los peones de una plantilla que ha aprendido a pensar en primera persona del plural; incluido ese banquillo en el que se sienta un entrenador capaz de decir en rueda de prensa que ganar es mejor que perder. Natural como la vida misma. Frente al maleducado Mourinho o el refinado Guardiola, un soplo de aire fresco.

Quien ha probado el elixir de Paterna sabe valorarlo. Como David Villa, cuyas palabras en puertas del reencuentro con su pasado suenan a nostalgia, a deuda eterna. Demuestran que un escudo es el que lleva cosido el Guaje al pecho y otro bien distinto el que le grapó el Valencia en el corazón. Hay que ver lo que se perdió el metrosexual de Funchal por el ridículo precio de un café.

(Artículo publicado en lasprovincias.es el 8 de octubre de 2010)

Hacen falta más milagros

Las cuentas del Valencia son las propias de un club que ha regresado después de la muerte. Una resurrección. Un milagro. Y el taumaturgo se llama Manuel Llorente. Recuperar en un año más de la mitad de lo que otros dilapidaron en cuatro tiene mucho valor.

Alegarán los detractores del presidente que éste ha elegido el camino más sencillo, una ampliación de capital chapucera y la marcha de unas estrellas que se venden por sí solas. No les faltará razón, pero que algo sea objetivamente fácil no quiere decir que carezca de mérito. Porque hay que tener redaños para vender a Villa y Silva siendo consciente de que triunfarán allá adonde vayan.

Tras años de espejismos, la gran aportación de Llorente es afrontar la realidad con valentía. Soriano prefirió huir hacia adelante y Soler se refugió en su reino de fantasía hasta entender que la ruina del Valencia desembocaría en la suya propia. De la ampliación de capital, mejor no hablar. Dos enemigos irreconciliables se unieron con tal de proteger su bolsillo. La medicina que necesitaba el club, una vez que el parón inmobiliario cegó cualquier otro camino menos angosto, sólo podía administrarla Llorente; un tipo que desdeña las encuestas de popularidad, como demostró al parar los pies del mejor técnico de la historia del Valencia y granjearse el desprecio de muchos de los que ahora lo adulan,

Quien vea en esta reflexión un panegírico presidencial se equivoca. Llorente va camino de salvar al club, pero aún se espera mucho más de él y de esa chistera suya en la que ya se adivinan pocos conejos. Las ofertas recibidas por las parcelas de Mestalla, al menos tres extranjeras y dos nacionales, están muy por debajo de las expectativas. Anunciar que las obras del futuro estadio seguirán paralizadas sine díe no es solución, aparte de constituir un azote para la ciudad y esas instituciones que con tanto riesgo han apostado por el Valencia. Y alguien deberá aclarar qué se hace con la Fundación, atrampada hasta las cejas y avalada por el Instituto Valenciano de Finanzas. Es decir, por la Generalitat, por todos los ciudadanos, por Llorente y Quico Catalán, por usted y por mí...

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 3 de octubre de 2010)

Esto ya no es una anécdota

Es tan humano como todos los defectos. Los futboleros somos ciclotímicos redomados. Hace sólo tres meses augurábamos al Valencia una caída libre similar a la del Deportivo, que pasó de súper a sin plomo sepultado por los números rojos. Han bastado cinco excelentes resultados para ahogar aquellos negros presagios y dibujar un insospechado interrogante en el ambiente. Ya no nos preguntamos si el Valencia meterá la cabeza en Europa, sino hasta qué punto puede codearse con Barcelona y Real Madrid.

Como todo en la vida, los hay optimistas y cenizos. Estos últimos, los aguafiestas vocacionales, tiran de excepticismo para exponer con deleite que el Valencia no ha jugado contra nadie. Como si el Hércules que profanó el Camp Nou, el Racing que dinamitó el Pizjuán, el 'petromálaga' de las exhibiciones a domicilio o el Sporting que asustó con su equipo B al Barça jugaran ligas de empresas. En el culmen del masoquismo dialéctico, se desliza la fatal apostilla que adivina en el empate con el Atlético las flaquezas de un Valencia que se diluirá ante los grandes.

No hay argumentos para tal desazón, como tampoco ayudaría tras el triunfo en Gijón mirar cara a cara con insolencia a los dos expresos económicos del fútbol español. Craso error trazar planes de futuro. Más que nunca el Valencia debe competir consigo mismo, explorar sus límites olvidando a Barcelona y Real Madrid, que juegan otra Liga al amparo de exclusivas prebendas audiovisuales y de todo tipo.

Pero sensatez no es sinónimo de sumisión. Porque si se da la conjunción astral adecuada surgirá un resquicio para la esperanza. El mismo por el que se coló dos veces el Valencia de Benítez. No hace falta analizar la aromática orina de Guardiola para concluir que si llegan las lesiones el Barcelona sufrirá con tan corta plantilla. Y el Real Madrid se disparó en el pie al regalar su banquillo a un chulo cuyo menosprecio a propios y extraños boicotea el proselitismo merengue alimentado desde la época de Santiago Bernabéu. La cizaña está sembrada y como germine nos vamos a reír.


(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 26 de septiembre de 2010)

La mentira del fútbol

A David Villa lo indujeron al exilio sus ansias de títulos. Seguramente los conseguirá, pero de momento lo que le garantiza el Barcelona es un ‘reality show’ donde el siempre discreto asturiano se erige en permanente protagonista.
No importa que el debut con su nuevo club haya tenido poco de rutilante. Ese inframundo llamado prensa rosa nos metió en la sobremesa el verano ibicenco del Guaje y señora. También la llamada de la solidaridad ha encontrado en el internacional un impagable altavoz. Sus camisetas volaron a Chile para insuflar vida a los mineros engullidos por la tierra. Sombra aquí, sombra allá, lo hemos visto cantar con Ana Torroja en un proyecto de apoyo a Mali. Al mismo tiempo acaba de llegar a las librerías su biografía y seguramente se dejará ver en las pomposas votaciones del Balón de Oro.
El balance no está nada mal para tres lánguidos meses en los que únicamente ha aportado vagas pinceladas del talento que derrochó en Valencia. Sus cinco mágicos años en Mestalla nos dejaron 107 goles sólo en la Liga y mostraron a un deportista sideral, comprometido, capaz de arrimar el hombro en primavera para evitar un descenso y de convertirse ese mismo verano en máximo artillero de la Eurocopa. Tanta gloria, sin embargo, apenas le dio para anunciar natillas, probablemente cuando los colmillos de los publicistas intuyeron que el Valencia, exánime, tendría que dejar escapar a su icono. Del Balón de Oro, mejor no hablar.
Cualquier sociólogo aludiría a la envoltura mediática que abraza a Real Madrid y Barcelona. Un amigo mío que no entiende ni papa de sociología, pero que de esto sabe un rato, atribuiría sin embargo el fenómeno a lo que él define como la mentira del fútbol, desnudando así a este apasionante juego que aspira a la consideración de deporte pero que la mayoría de veces no es más que un circo.
Algo similar puede pensar Emery. Hace un año le llovían chuzos por el mismo régimen severo de rotaciones que ahora le reporta elogios. Los vaivenes no acaban ahí. Las lágrimas estivales que vertió la venta de las estrellas han dado repentinamente paso a un torrente de optimismo en torno a este Valencia con menos plantilla pero más equipo. Si esto sigue así, sus críticos impenitentes no tardarán en salir a la calle, pancarta en mano, para pedir a Llorente la renovación del vasco.
Un sesudo analista concluirá que este año hay banquillo para rotar, un equipo recompuesto con cabeza... Alguien más pragmático subrayará lo que todos sabemos, que los resultados marcan los biorritmos balompédicos. Pero mi amigo, erre que erre, se aferrará a su inapelable sentencia: somos unos veletas que alimentan día día la mentira del fútbol.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 19 de septiembre de 2010)

Cambio de ciclo

Llegó la hora de creer, recita el grupo valenciano 'Despeinados' en el que ya es uno de los himnos no oficiales del Mundial de Sudáfrica. La letra bien podría habérsela escrito Manuel Llorente en el supuesto de que su agenda dejara resquicios para la lírica. Porque si algo necesita ahora mismo el Valencia es un ejercicio de fe. Para comprar el pase en un contexto económico que invita a no levantarse de la cama. Para olvidar a los que ya no están. Para creer.

Los prebostes blanquinegros pasaron meses mirando recelosos a su particular caja de Pandora, aunque siempre encontraban un argumento con el que retrasar la apertura. El primero fue la ampliación de capital sui géneris que extrajo de la manga Javier Gómez para ahuyentar varios fantasmas: el de la ley concursal, esa especie de desfibrilador económico capaz de resucitar a un muerto, y sobre todo el del advenimiento de Dalport y su heraldo Soriano. Mas la maldita caja seguía ahí, aguardando paciente su momento. Llorente le dio postrero esquinazo al retener a sus cotizadas estrellas fugaces. Había que regresar sí o sí a la meca del fútbol. Pero no se huye hacia delante sin correr el riesgo de descalabrarse. Por eso, ya aposentado el Valencia entre los nobles de Europa, el presidente se armó de valor. Abrió la caja y esperó a que brotaran de ella todos los males.

Si aplicamos a este deporte una lógica matemática, da para echarse a temblar. La realidad dicta que el Valencia ha sufrido una descapitalización deportiva escandalosa. Inevitable pero brutal. Partiendo según la clasificación de la última Liga a 28 y 24 puntos de distancia de las dos potencias económicas, el tiro de gracia era perder a Villa y Silva, las dos bajas realmente insustituibles en este verano de cambalaches.

Pero el fútbol es una ciencia demasiado inexacta. Y aun a riesgo de que esto pueda parecer un capítulo más de esos libros de autoayuda que gozan de tanto predicamento entre los peloteros, la teoría dice que se ha fichado bien. O al menos lo mejor que se podía, dadas las estrecheces económicas de un club que no ha vendido por hacer negocio, sino para sobrevivir.

El análisis por líneas ejerce un efecto analgésico. La portería se ha reforzado, aunque sólo sea desde una perspectiva numérica. Guaita eleva la competencia. En defensa, más de lo mismo. Dos por uno, habida cuenta de que Marchena nunca fue para Emery un central. La baja del inadaptado Alexis, el último de la fila en la retaguardia, queda más que compensada con los fichajes de un presunto titular, Ricardo Costa, y de un versátil comodín, Marius Stankevicius.

El meollo del fútbol, el centro del campo, tampoco ha salido malparado de este lifting. Se van dos históricos y ocupan su plaza sendas promesas. Al calor de Albelda y Banega, Topal y Tino Costa tienen tiempo para adquirir el nivel exigible en quienes están llamados a heredar los aplausos de Marchena y sobre todo Baraja. Lo de Feghouli es de momento una esperanzadora apuesta.

La disección de la delantera debe hacerse desde un prisma conservador. Si la venta de Villa y Silva era inevitable, el Valencia ha fichado los mejores delanteros a los que podía aspirar. Soldado tiene madera de ídolo y Aduriz aportaría hasta cojo mucho más que Zigic.En un deporte tan mercantilizado como el fútbol querer no es sinónimo de poder, pero al menos hay que intentarlo. Levantarse, coger la bufanda y pronunciar dos palabras que resumen un estado de ánimo. «Yo creo».

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de septiembre de 2010)

Emery tiene equipo y el apoyo presidencial; ha llegado su hora

A la pregunta de si Llorente tiene paciencia, un mordaz analista podría responder: «Menos que Soler». Y las cifras respaldarían su aserto, ya que Fernando le duró 360 días como director deportivo, mientras que el voluble constructor tardó 398 en retirar la confianza a Carboni. Al menos el actual presidente sí puede presumir de superar a su antecesor en estabilidad emocional. Mientras la relación entre Soler y sus responsables deportivos degeneraba desde el amor absoluto a la frialdad extrema, Llorente nunca tragó a Fernando. Confió profesionalmente en él, como demuestra el hecho de que la nueva plantilla lleve su sello de pe a pa, pero en cuanto todo estuvo claro lo largó. En contra de lo que se respiraba en los despachos de Pintor Monleón durante muchos meses, Llorente apostó por Unai Emery y esa es la gran responsabilidad que recae ahora sobre los hombros del joven técnico vasco. Maneja una plantilla de esas que gustan a cualquier teórico del fútbol, sólida y sobre todo con un amplio margen de mejora. Emery tiene ante sí la posibilidad de convertir el defecto en virtud. La ausencia de vacas sagradas abre las puertas a un Valencia más solidario, donde el bloque prima sobre lo individual. Pero necesita ayuda. Nadie puede esconderse ya a la sombra de las estrellas, porque no las hay. Llegó la hora de los eternos secundarios. Vicente y Joaquín dieron el paso. Ahora toca por ejemplo el turno de Fernandes y el Chori, de momento simples promesas.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de septiembre de 2010)

El maná de la Champions

Quien no está en la Champions League no existe. La UEFA ha sabido revestir a su competición estrella de una aureola especial, una ingeniosa liturgia que comienza con el pegadizo himno y concluye con el suculento reparto de dividendos. Gloria y dinero. Justo lo que necesita el Valencia para recuperar el color. Bajo ningún concepto puede un club como el de Mestalla vivir fuera de la Champions, caer de nuevo en las garras de esa patraña llamada Europa League. Por galones, pero sobre todo desde una perspectiva económica. Siete millones sólo por comparecer en el campo, más de 20 para la clase media continental y hasta la frontera de los 50 en el caso del
campeón. Llorente duerme con la calculadora bajo la almohada. Emery comprobó el año pasado cómo se las gasta el presidente, capaz de no renovar a un técnico con cuyos métodos comulga si una brizna de infortunio lo aleja de los objetivos. Este año será igual. Pese a la venta de las estrellas, el listón está en la Champions. El hábitat del Valencia.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de septiembre de 2010)

El cubo de Rubik de Moyà

Me pongo en la piel de Moyà y comienza a picarme todo. El mallorquín no entiende nada de lo que le ocurre en Valencia. Su cabeza debe de ser un cubo de Rubik. Llegó envuelto en papel de regalo. Lo tenía todo para triunfar: juventud, excelentes credenciales como portero y ese toque chic que le proporcionaban sus escarceos por la moda. Pero adjuntaba además el mejor de los salvoconductos. Era petición expresa de un entrenador que en aquel momento ya contaba más que el director deportivo para el presidente.

Un año después, el sueño del adonis balear es una pesadilla en toda regla. No sólo lo encadenan al banquillo las descomunales actuaciones de César, el veterano de guerra a quien en teoría vino a retirar. Lo peor del caso es que el coloso extremeño tiene 39 años y cada vez parece menos claro que Moyà sea el mejor posicionado en la carrera sucesoria. Sólo las dudas de Emery en torno al joven arquero justifican la presencia de Guaita en el equipo. La convocatoria ante el Racing afianza esta teoría.

Partir en igualdad de condiciones con el torrentino ya representa una derrota moral. Y la espiral en la que ha entrado el de Binissalem es muy peligrosa, irreversible salvo que logre reinventarse. Cuando un portero deja de creer en sí mismo se convierte en bomba de relojería bajo los palos. Emery debe meditar antes de tomar una decisión como la de ayer. Si su apuesta es Guaita, correcto. Pero en caso de que aún confíe en Moyà, enviarlo al psicoanalista entraña riesgos.

Las dudas en torno al mallorquín pueden estar justificadas a tenor de sus errores, si bien el técnico tendría ahora que hacer acto de contrición. Él decidió, ya con César en el banquillo, que el Valencia necesitaba sí o sí un portero. Renan no servía ni siquiera para suplente, en contra de la opinión de un Fernando que se tragó aquel sapo. Pagar cinco millones por carne de banquillo fue una locura. Y aún pudo resultar peor, porque aquel verano la primera opción de Emery era el chileno Claudio Bravo, uno de los mayores cantautores del fútbol mundial.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 12 de septiembre de 2010)

Este equipo da para soñar

Si en este verano que agoniza nos llega a dar por somatizar, más de un aficionado blanquinegro habría acabado con síntomas de hipotermia. El bochorno canicular contrastaba con unos estados de ánimo al borde de la glaciación, que contraían hasta el último poro del valencianismo tras los dolorosos traspasos. Todo ello acentuado por un Villa entregado a la causa de ofrendar nuevas glorias a España, ajeno a que cada uno de sus goles sudafricanos era una amenaza de bomba en Mestalla.
Inmersos en este proceloso tiovivo emocional, una mañana de junio se encerraron de forma casi clandestina en el cuartito de Emery en Paterna las tres patas del banco: el propio entrenador, Manuel Llorente y Braulio Vázquez. Aunque todavía no estaba completa la plantilla, el presidente quería saber qué equipo se troquelaba en el horizonte. Cuentan aquellas cuatro modestas paredes que abandonó la reunión henchido de optimismo. Las explicaciones de sus técnicos lo convencieron. Sobre la verde pizarra de Emery, Llorente visionó el estreno goleador del recién llegado Soldado o la primera ovación para un Aduriz que en aquel momento aún era jugador del Mallorca.
La ilusión presidencial estaba justificada. El mercadeo ha reportado en dos años al Valencia más de cien millones de euros, un nuevo Porchinos. Y pese al traumático éxodo, sobre el campo no hay peor equipo. El adiós de Marchena es un negocio, el de Baraja un doloroso trámite, el de Zigic un milagro... Y para los de Silva y Villa cobra vigencia aquello de que cuando un problema no tiene solución deja de serlo.
Fernando lo ató todo bien antes de su ejecución y cada baja ha hallado la réplica de un esperanzador fichaje. La ansiedad que se respiraba durante la pretemporada sólo era atribuible a una alucinación fruto del calor. A la hipotermia. Al fin ha vuelto todo a su sitio. Emery ha sobrevivido al brote cainita y su ilusionante Valencia inquieta a los rivales. Incluso a Mourinho, quien cada vez que abre la boca (ahora sí lo has conseguido, Floren) demuestra que ha nacido para entrenar al Real Madrid.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 6 de septiembre de 2010)

Murmullo en la platea

Cuando Soler despidió a Llorente, sonrisa forzada el uno, sonrisa forzada el otro, nadie hubiera imaginado que el reo se sentaría menos de tres años después en el sillón de su verdugo. Presidente en la sombra durante la época más gloriosa del club, los hados quisieron que el ascenso de Llorente al trono coincidiera con la decadencia del imperio. Objetivamente, ya ha sido mala fortuna la suya.
Pero toda cruz tiene su cara. Y la de tocar fondo es que ya no se puede caer más bajo. Por eso al hoy factótum la apocalipsis que otros provocaron le permite trabajar con tranquilidad inusitada. La crítica, como el dinero, voló de Mestalla al grito de «haz lo que puedas, Manolo, que esto no tiene arreglo».
Sus antecesores no gozaron de esa suerte. Tampoco la merecieron. Soler embaucó al entorno mediático y social con su megalomanía, pero nunca pudo sacudirse de la solapa esa imagen de mal gestor que acabaría por desterrarlo de su propio estadio. Nada cambió sin él, ya que la pretendida revolución tuvo como caudillo a Vicente Soriano, una suerte de Curro Jiménez que descendió de las montañas espoleado por el más noble idealismo pero sin otro apoyo a la hora de la verdad que su desvencijado trabuco carente de munición.
No ha sido el caso de Llorente. El mesiánico retorno vino acompañado de un cheque en blanco, basado en la convicción de que si alguien puede reflotar a este club es este obseso de los números, rojos a ser posible, que tapaba agujeros en los despachos mientras Ranieri y Benítez atiborraban de trofeos las vitrinas.
No es que a Llorente se le haya agotado el crédito, pero el sepulcral silencio deja ya paso a un inquietante murmullo en la platea. Las quejas de Fernando, despedido de malas formas se mire por donde se mire, invitan a aguzar el oído. Y entonces escuchas cosas. Este lamenta que no haya más vía de ingresos que la descapitalización deportiva; aquel se pregunta qué pasa con la ampliación de capital fantasma... Y si coges el teléfono, del otro lado del hilo llegan tambores de guerra que anuncian una incipiente revolución. ¿Otra más?

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 27 de agosto de 2010)

Fernando Gómez: "El daño que Llorente me ha hecho es muy grande a nivel mental, personal y profesional. Cuando lea esto le va a gustar»


Exhibe engañosa sonrisa, pero no puede velar la evidencia. Atraviesa el peor verano de su vida. Lleno de bajones anímicos. Confiesa que el último fue el pasado domingo. El regreso de la competición le recuerda lo que trataba en vano de olvidar, que ya ni pincha ni corta en el Valencia pese a que la renovada plantilla de Emery es más suya que de nadie. La primera pregunta resulta obligada.


-Lo veo bajo de moral.

-El daño que Llorente me ha hecho es muy grande, a nivel mental, personal y profesional. Sé que cuando lea esto le va a gustar. Le va a gustar leer que estoy dolido. Las primeras semanas lo pasé francamente mal. Ahora sólo a ratos, cuando pienso que me apartaron de un cargo que era el sueño de mi vida.


-A punto de rodar el balón, parece lógico empezar hablando de fútbol. ¿Qué espera de un Valencia desprovisto de sus iconos?

-Los objetivos son los mismos. Desde que se creó la Champions, el Valencia siempre ha aspirado a jugarla. Y ahora no descuidemos la Copa, donde llegar lejos no es difícil.


-Como artífice de esta plantilla, ¿cuál es su talón de Aquiles?

-Puede ser más anímico que futbolístico. El equipo se ha fortalecido atrás, tiene mayor variedad en el centro del campo, conserva la profundidad en las bandas y arriba hemos contratado a los dos mejores delanteros españoles de la actualidad con un precio razonable.


-¿Comprende que si la mejora contractual de Mata está decidida no se haya resuelto ya?

-Sí. Se está haciendo demasiado largo. Estoy de acuerdo con Juan y su padre. Si es un asunto económico, el descenso del coste de plantilla ha sido tan grande que la situación debería estar arreglada ya.


-Hábleme del runrún del verano. ¿Se vendió barato a Villa?

-Teniendo en cuenta que el Barça ofreció 42 millones el año anterior, es una buena venta. Lo que no sé si se planteó, y habría estado bien, es incluir alguna cláusula vinculada a su rendimiento en el Mundial.


-¿Lo entiendo como autocrírica? Usted era director deportivo.

-Esa operación la llevaron absolutamente Llorente y Javier Gómez.


-¿Por qué desaconsejó a principio de año la continuidad de Emery y a la hora de la verdad rectificó?

-Si yo dudaba en enero, sé de una persona que aún lo hacía más: el presidente. Cambié de opinión porque en cuatro meses Unai demostró manejar mejor el grupo y logró buenos resultados, pero sobre todo la plantilla iba a cambiar tanto que entraríamos en un nuevo escenario donde el técnico debía sentirse muchísimo más cómodo.


-¿Porque es más manejable un vestuario sin vacas sagradas?

-La temporada pasada había menos confianza en las rotaciones. El club tenía necesidad de ir a la Champions y el entrenador usó mucho a los jugadores que más conocía, poniendo en riesgo su rendimiento. Había partidos en los que estaban realmente cansados. Ahora no tenemos 14 o 15 futbolistas que pueden jugar, sino 19 o 20.


-¿Por qué le está costando tanto al técnico ganarse a la grada?

-Pues no lo sé. Creo que es por su actitud en el banquillo, sus ruedas de prensa... Por aspectos ajenos a lo futbolístico y que influyen cuando una persona ve un partido y el resultado es malo. Pero normalmente los onces que saca son lógicos. Ojalá acaben las críticas.


-¿Cuántas veces ha rumiado las acusaciones que le regaló el club?

-No demasiadas, porque fueron cuestiones muy subjetivas y difícilmente valorables. Cómo se mide la implicación, la mentira, la actitud. Escuché sentado en el coche el comunicado que leyó Javier Gómez. No me gustó, pero salí euforico. Ni aportaron ningún dato ni tumbaron mis afirmaciones.


-Cita a Javier Gómez. ¿Le dolió que alguien tan próximo a usted pusiera voz a ese comunicado?

-Nuestra relación era estrechísima. Él sabía muchas cosas que me pasaban a mí en la época de Soriano y que sólo debía saber yo. Confianza total. Pero su cambio de actitud con la llegada de Llorente fue absoluto. No entiendo que alguien que puede decir «me voy y cobro lo mismo que si me echas» acepte leer ese comunicado. La expresión de su rostro y cómo lo leyó hace hasta pensar que estaba de acuerdo. Pero no, creo que interpretaba un papel.


-¿No lo esperaba?

-Es verdad que un día me avisó: «Fernando, ten cuidado, intenta hacer esto o lo otro». Pero yo entiendo otra manera de hacer las cosas. Aquí no actuamos como se debe hacer, sino como quiere Llorente que se haga. ¿Y quién corrige a Llorente si lo que opina está mal?


-¿El suyo fue un despido maquiavélico? ¿No lo tiraron hasta que dejó clarita la lista de la compra?

-Llorente me echó en el momento justo en que era imposible encontrar ya otro sitio donde trabajar, sin tiempo para planificar, y cuando menos tenía que pagarme de indemnización. Sí. Estaba todo muy bien pensado y planificado.


-¿Se siente traicionado al pensar que alguna de las acusaciones del club se sustenta en informaciones que sólo Braulio poseía?

-Eso es lo más duro. Yo hablé varias veces con él de lo que podía pasar y le dije que, aunque me echaran, el siguiera en el club. Es un amigo, era un amigo, al que traje de La Coruña. Vendió su casa allí, compró una aquí, vino con su mujer y sus dos hijos. Debía aprovechar esta oportunidad. Pero hay cosas mías que ellos han hecho públicas y yo no he hecho públicas cosas que también sé de ellos. No veo bien que una persona a la que yo traje aporte datos para ser utilizados en contra mía. Yo nunca he hablado mal de Vicente Soriano. Esperaba cierta fidelidad y agradecimiento.


-¿A qué atribuye el recelo que Llorente sintió hacia usted desde el primer momento?

-Lo reconozco. Ni a mí me gustó que lo eligiesen presidente ni a él que yo fuera su director deportivo.


-Lo tiraron para ahorrarse un sueldo. ¿Se ha bajado ya Llorente el suyo como prometió?

-Creo que no.

-Usted es consejero. ¿Se lo recordará en la próxima reunión?

-No. Es algo tan metido en la mente de los aficionados que ya hará lo que le dé la gana. Me da igual. Que se baje el sueldo un 10 o un 15 por ciento lo veo una chorrada.


(Entrevista publicada en LAS PROVINCIAS el 27 de agosto de 2010)

Mata merece más tacto

Cuesta imaginar que el presidente del Valencia pudiera llegar a sentirse cómodo en un mundo perfecto. Manuel Llorente es de esos tipos nacidos para nadar en aguas revueltas, un adicto a los números rojos y las situaciones límite. Mejor cualquier azaroso escenario que amodorrarse en el sofá viendo desfilar el verano menos convulso de la historia reciente del club. Con la oposición adormecida, el trance de la venta de Villa y Silva superado y el incómodo Fernando de vacaciones forzosas, Llorente necesitaba encontrar su particular profesor Moriarty. Y el caso Mata se lo ha brindado.

Lo que ocurre con el joven campeón del mundo daría trabajo a un gabinete de psicoanalistas. El Valencia ve en él un empleado ejemplar, la afición lo idolatra y el futbolista completa el triángulo amoroso al aceptar su rol de buen grado. ¿Dónde está entonces el problema? Ni siquiera el desfasado contrato debería romper la armonía. Mata entendió hace un año que no era momento de demandas salariales y condujo su queja por la senda de la elegancia. Como el club, que admite la injusticia y lleva meses prometiendo subsanarla.

Pero algo falla en esta ‘love story’. Al Valencia le ha mejorado la vida. Ahora hay liquidez, dinero para fichajes, y el adagio de que las palabras se las lleva el viento atrona en los oídos de un agente que además es padre del futbolista. Juan Manuel Mata se equivocó al lacerar la imagen de su hijo con un discurso incendiario la noche de su bautismo como icono de Mestalla. Pero el error es humano. Si la agenda de Llorente ya reserva un día de septiembre para renovar a la estrella, sólo el orgullo impide adelantar la fecha e iniciar la Liga en paz. Sería el justo premio a quien acaba de firmar otro ejercicio de lealtad abstrayéndose de los cantos de sirena que sí hipnotizaron a Villa.
Lo contrario es arriesgarse a que alguien susurre al oído del jugador que lo inteligente sería no renovar, aguantar hasta el próximo verano con su sueldo de becario y entonces, a un solo año de acabar su contrato, hacer la de Özil. No creo que Mata actuara así, pero comprobarlo parece una temeridad.



(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 22 de agosto de 2010)

Una vida esperando este día

Chifla el árbitro húngaro. España está en la final del Mundial. Brincos, alharacas, abrazos, algún que otro exabrupto fruto de los nervios incontenibles y una reflexión: los nacidos en las generaciones del setenta y anteriores somos unos privilegiados. La euforia embriaga ahora a todos por igual, pero un éxito de este calibre sólo se saborea en su plenitud cuando antes se ha sufrido una hemorragia de decepciones deportivas.

Si hurgo en mis recuerdos de aficionado sólo hallo desencantos mundialistas, carnaza para el victimismo. Lloré con Eloy en México’86 ante el bofetón de la injusticia encarnada en aquel porterazo llamado Pfaff. Sentí que eran mis narices, y no las de Luis Enrique, las que reventó el camorrista Tassoti en Estados Unidos’94. El árbitro sinvergüenza de Japón y Corea 2002 desveló el lado oscuro de mi personalidad, cuatro años después de que el autogol de Zubi en Francia me dejara con cara de lelo.

Son historias de cuando la roja no era la roja, sino la selección, y a quien enarbolaba una bandera española lo llamaban facha. La frustración se convirtió en estigma transmitido de generación en generación. Mi padre me habló del (no) gol de Cardeñosa tanto como yo a mis hijos del atraco asiático de Al Ghandour.

Pero para ellos esto no son más que batalletas. España arrasa en cualquier deporte y esa falta de autoestima tan cercana en el tiempo parece ahora prehistoria. Cuando esta noche seamos campeones del mundo de fútbol, porque lo seremos, todos lo festejaremos. Sin embargo, una vez que la euforia deje paso a una dulce resaca, propongo a los nacidos en los setenta que recordemos de dónde venimos. Que rescatemos del olvido los tiempos en que José María García, banda sonora de nuestra adolescencia, celebraba con retintín que ningún nadador español se ahogara en plena competición. No hace mucho, ganar una mísera etapa del Tour era una gesta, el tenis masculino no existía, la NBA se jugaba en Marte y la Fórmula 1 ni la mirábamos. Hoy somos los reyes del deporte. Ahora sólo falta avasallar en el deporte rey.


(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 11 de julio de 2010)

Elige, Manolo: ¿Susto o muerte?

A Llorente se le podría aplicar aquel chiste tonto del “elige, ¿susto o muerte?” Encaró su segundo año de mandato entre la espada que blandía el concurso de acreedores y la pared del populismo futbolero. Completó sin pestañear el trabajo sucio encomendado. Vendió a Villa, luego a Silva, y cuando creyó superado el trance llegaron los goles del asturiano en Sudáfrica para suscitar un debate tan demagógico como ventajista.

Es indiscutible que 40 millones por el mejor delantero del mundo saben a exiguo botín. ¿Y 45? No es cuestión de cifras. Simplemente Villa no tiene precio. Andan sobrados de razón quienes sostienen que el Guaje podría haberse revalorizado en el Mundial. Entraba dentro de las probabilidades, tanto como que una grave lesión abortara su traspaso. ¿Y qué sería del Valencia en tal caso? Este club, por desgracia, carece desde hace mucho tiempo del mínimo margen para especular. En situaciones de extrema necesidad, optar por el pájaro en mano puede no ser lo más afortunado, pero sí un alarde de sensatez.

Habría que actualizar el adagio según el cual cada aficionado alberga en su interior a un entrenador. Añadamos ahora a un analista financiero y hasta un ministro de Hacienda. Así se llega a dogmatismos que pasan por alto que no es lo mismo valor y precio, que este último lo fija el comprador y que en cualquier caso Llorente tenía las manos atadas, porque la operación quedó más que sellada hace un año, cuando los abrazos entre el hijo pródigo y los peñistas ocultaron un pacto tácito para la salida que se ha cumplido puntillosamente.

No soslayemos que entonces Florentino, el mayor francotirador de la historia del mercado balompédico español, ofreció 25 irrisorios millones más Negredo. Y que el Barcelona no llegó a lo que ahora pagará por un Villa con un año menos de fútbol y que deja al Valencia en Champions.

En 2009 salió al auxilio del club una ampliación de capital que ha tenido mucho de chapuza. Bendita chapuza, aun así. Ahora ha tocado vender a las estrellas. El otro camino, mucho más cómodo, era aceptar alguna ridícula oferta por las parcelas de Mestalla. Menudo ejercicio suicida habría sido ese. Pese a todo, Manolo, lo dicho. ¿Susto o muerte?

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 4 de julio de 2010)

Mata, el rostro del futuro

La vida le reservaba un papel de secundario de lujo. Su nombre nunca figuró en la selecta lista de los elegidos para la gloria. Pero bajo el sencillo ropaje de este Clark Kent del siglo XXI anida un héroe. O al menos eso se espera de Juan Mata, porque él es la piedra sobre la que Manuel Llorente ha decidido edificar el nuevo Valencia.

Cuando emergieron las miserias del club, la militancia blanquinegra se enfrentó a una escalofriante disyuntiva: ¿A quién vender, a Villa o a Silva? Nadie imaginaba entonces que se irían los dos y que Mata, antítesis del narcisismo futbolístico, se enfrentaría a la ingrata labor de tirar del carro.

No debería de ser obstáculo insalvable para el más antidivo de los murciélagos que ha tenido el escudo del Valencia. Si algo acredita Juanín es su destreza en vivir a contrapelo. Entró en Mestalla por la puerta de servicio, como reto personal de Carboni. Todo era ruido alrededor suyo: la guerra entre el italiano y Quique con Sneijder de proyectil, la multimillonaria apuesta por Zigic, el azaroso aterrizaje de Wollstein, heraldo de la decadencia del solerismo...

Mata soportó en tres meses la destitución de su mentor y la desconfianza de Quique. Pudo irse cedido en el mercado invernal, pero se alistó en la resistencia y Koeman lo rescató en su único servicio al Valencia. Esa tenacidad ha moldeado al gran futbolista por quien hoy suspira el oráculo Guardiola, un chaval que llegó en el mismo paquete que el inédito Sunny y ha multiplicado por veinte su valor de mercado.

No habrá que comprobarlo, porque Llorente ha decidido cerrar el grifo de las salidas. Por salario, implicación y humildad, Mata es la cara de un Valencia en plena reconstrucción. Pero el movimiento se demuestra andando. Otro tipo de perfil más belicoso ya habría orquestado una revolución. La desaceleración económica del club no justifica que el emblema blanquinegro sea uno de los jugadores peor pagados, con promesa incumplida incluida. Mejor prevenir ahora que lamentarse cuando acabe contrato.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 27 de junio de 2010)

Un café con mala leche

Una frase ilustra por sí sola toda la demencial historia contemporánea del Valencia. «A Cristiano Ronaldo le faltó menos de lo que vale un café para venir (a Mestalla)». La pronunció Juan Soler en una entrevista concedida en abril de 2007 a LAS PROVINCIAS. Tan aventurada afirmación, que el tiempo convertiría en vox pópuli por su condición de sandez superlativa, representaba en sí misma una bomba de relojería, no tanto por la hilarante verborrea del presidente como por lo seguro que estaba de sus palabras.

Con el entrevistador y la grabadora como únicos testigos, Soler adornó el irracional discurso con esa media sonrisa que sólo dejaría escapar un mal jugador de póquer. Y acto seguido desgranó ufano los entresijos del no fichaje del luso, por quien se creyó en posición de pagar 50 millones de euros. Cristiano Ronaldo: la penúltima pieza de la colección de castillos en el aire de don Juan, por detrás de Figo o Porchinos, por delante del nuevo estadio.

El constructor fue soberano en un reino de fantasía y así le rodaron las cosas. Pero no vivió solo en su mundo irreal. Dos años después, mientras él buscaba desesperadamente la salida de emergencia, sus herederos Soriano y Villalonga ofrecerían en Londres a Mourinho el banquillo de Mestalla. No quiero imaginar la pasta que pensaban soltar o el señuelo de descabellados fichajes que habría sido necesario para atraer al caprichoso portugués. Ninguno de los dos empresarios sospechaba que unos meses más tarde el Valencia dejaría de pagar a la plantilla, el ruido de máquinas se apagaría en la avenida de las Cortes y los periodistas deportivos harían cursos acelerados sobre los entresijos de la ignominiosa ley concursal.

La miseria actual es el fruto de tanto delirio de grandeza sin fundamento. El Levante ofrece un ejemplo cercano de cómo le cambia la vida a un club con la llegada de gente seria. Hará bien el Valencia en fijarse en el vecino pobre al que históricamente mira con desdén. Ah, y en agradecer que Soler no pagara aquel café. Ahora tendríamos que ir a Orriols para ver fútbol de Primera.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 20 de junio de 2010)

Mal de altura

Los médicos llamarían mal de altura a esas cefaleas que comienza a sentir Manuel Llorente. Y lo peor para el presidente del Valencia es que todavía le queda un mundo hasta que huelle la cumbre del ochomil en que se ha convertido esta sociedad anónima deportiva.

El poder erosiona. El dirigente blanquinegro lo siente en sus carnes. Ahora mismo no saldría mucho mejor parado que ZP de cualquier encuesta popular sobre valoración de liderazgos. Siempre fue un tipo duro, pero no da igual cortar el bacalao al cobijo de una dirección general que hacerlo a pecho descubierto.

Los azotes a Llorente tienen su punto de injusticia. Esta patata caliente la pusieron otros en sus manos, sigue un itinerario trazado desde la cordura y siempre podrá recordar a los descreídos que hace un año rechazó cobrar seis millones de euros por un paquete accionarial que a él sólo le costó 144.000.

Pero es impepinable que Llorente ha gestionado muy mal las dos grandes crisis, al margen de la económica, que han convulsionado su mandato. Con Emery le faltó mano izquierda y con Fernando le sobró cinismo. La paradoja para el presidente es que sale trastabillado de dos decisiones correctísimas. El entrenador debía seguir por rendimiento profesional y el director deportivo no podía continuar por alto salario y nula empatía. Pero Llorente, ducho a la hora de recitar el ‘mano de hierro en guante de seda’, olvidó que en esta ocasión la manopla tenía un agujero por el que se ha visto todo.

El patrón sale tocado de un plan de viabilidad con muchas páginas aún por descubrir y que requiere un buen ejercicio de fe. Todavía quedan por delante las acciones, el estadio, otro amargo traspaso... El contexto tampoco ayuda. Justo cuando mayor tranquilidad necesita el Valencia, el parte meteorológico anuncia chubascos. A Llorente le pueden cambiar de jefe en el banco y encima tras el telón comienzan a adivinarse maniobras dirigidas a dar un vuelco a la situación. Por el momento son clandestinas. Pero sólo por el momento.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de junio de 2010)

Soldado ya es del Valencia

«El acuerdo con Manolo (Llorente) lo solucionaré en tres minutos, eso no va a suponer ningún problema». Así se pronunciaba ayer por la tarde Ángel Torres, presidente del Getafe, cuando se le preguntaba por el estado de las negociaciones para el traspaso de Roberto Soldado al Valencia. No le faltaba razón. Al filo de la medianoche se alcanzó el acuerdo entre clubes para que el delantero recale en Mestalla como sustituto de Villa.

Aunque ninguna de las partes quiso desvelar los detalles de la operación, todo apunta a que el Valencia tendrá que pagar íntegra la cláusula de rescisión, cifrada en 10 millones de euros, aunque buena parte del importe se podrá abonar de forma aplazada, lo que supone un alivio para las arcas del club. Ya por la mañana Manuel Llorente admitía que la cuestión a salvar se centraba exclusivamente en las fórmulas de pago. El fichaje se hará oficial hoy, precisamente el día que Fernando ha elegido para romper su silencio.

Soldado seguirá cobrando los 1,5 millones netos que percibía en el Getafe, la mitad de lo que se pagaba a Villa, y ningún jugador entrará la operación para abaratarla, cuestión que desde Madrid se llegó a apuntar (se implicó en este caso a Jordi Alba), aunque todos los protagonistas lo rechazaron.

Hasta el propio Emery se atrevía ya a admitir públicamente ayer que el delantero del Getafe ultimaba su aterrizaje en el Valencia. «Soldado está preparado y las posibilidades de que venga puede que estén cada vez más cerca», manifestaba el entrenador a Canal 9.Desde su despido como director deportivo, el todavía consejero valencianista se había refugiado en el silencio. Habrá que ver hoy cuál es su posicionamiento ante la nueva coyuntura que se ha creado puesto que Fernando, salvo que renuncie a su plaza en la directiva, se puede convertir en la única voz de oposición que tendrá Llorente.

De cualquier forma, la preocupación en el seno del club está en cerrar lo de Soldado. El ex secretario técnico del club y columnista de LAS PROVINCIAS Juan Sánchez no tenía ninguna duda de su valía: «Creo que es un jugador muy interesante, un delantero joven, valenciano, que siempre ha hecho goles en todos los equipos en los que ha estado -declaró el de Aldaia en un acto público-. Es un futbolista que puede seguir creciendo y el Valencia es un buen sitio para él». De fondo sigue presente el tema de Aduriz, aunque el Valencia lo mantiene al ralentí. «Por su rendimiento merece que un club como el nuestro esté interesado en incorporarlo», opinaba Emery sobre el delantero del Mallorca, desvelando además que el Valencia busca centrocampistas para el supuesto de que Fernandes (le quedan cuatro años de contrato) encuentre destino.
Si el que saliera fuera Silva, el Valencia ya había dejado claro que la intención era quedarse de momento con Chori y Feghouli, sin buscar recambio. De momento, el nombre del mediapunta canario ha salido en la prensa italiana como uno de los futbolistas que desearía incorporar Rafa Benítez en el Inter. Y es que el presidente del equipo italiano, Massimo Moratti, anunció ayer que ha logrado un acuerdo con el ex técnico del Valencia para que entrene al equipo "nerazzurro".


(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 9 de junio de 2010)

Si yo fuera presidente

Si yo fuera presidente, que diría García Tola, habría hecho lo mismo que Llorente. La racionalización de la estructura del Valencia era imprescindible. Vender a Villa, amortizar el cargo de Fernando, recortar el gasto en la escuela... Tan impopulares medidas, a cuál más desagradable, merecen el apoyo o al menos la tolerancia de todo aquel que sienta algo por este club. También las otras muchas que aún están por venir. El primer fulano que haga una oferta sólida por Silva o Mata se saldrá con la suya, el tecnócrata Javier Gómez volverá en breve a los despachos anónimos y hoy por hoy supone una insensatez pensar en reanudar las obras de un nuevo estadio que cuando se inaugure será ya viejo.

Si algún camino conduce a la salvación del Valencia, ese es el emprendido por Llorente, pero aun así son muchas las dudas que lo angostan. ¿Tiene futuro el modelo de gestión individualista basado en un factótum que es a la vez presidente, responsable económico y director deportivo? ¿Podrá sostener a este equipo, huérfano de estrellas, una cantera en proceso de desinversión? Y, para los morbosos, ¿en cuánto se reducirá el dirigente un sueldo que era lícito hasta que los reajustes lo han convertido en excesivo? De la agilidad con que responda a estos interrogantes, y en algún caso debía haberlo hecho ya, dependerá ese crédito social que ahora atiborra sus alforjas.

La ejecución de Fernando sólo cobra sentido si Llorente tiene claro el resto de estaciones de su personal vía crucis. Pero, aunque así fuera, al presidente no le beneficia el baño de maquiavelismo con que la afrontó. Oculto en un amplio paquete de medidas, el despido del director deportivo podría verse como una decisión económica. Pero así, aislado en el tiempo y como único punto de un frío orden del día, es imposible disipar el tufillo a ajuste de cuentas. Sobre todo si se recuerda que en verano se ignoraron sus propuestas en beneficio de las de Emery; que en invierno ni se le invitó al centenario de la Federación Valenciana pese a su ilustre currículo, y que en primavera sólo ha faltado cachearlo para comprobar que ha devuelto el móvil antes de ponerlo de patitas en la calle.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 6 de junio de 2010)

Manuel Llorente: "Silva es el jugador más valioso del fútbol español"


Irrumpe apresurado en el hall del Valencia Palace, con algo de retraso y sonrisa postiza. «Esta semana es de locos. No tardaremos mucho, ¿no?», pregunta. Llorente cumplirá el 7 de junio su primer año en la presidencia del Valencia, pero ni su agenda reserva hueco para las celebraciones ni la situación del club invita a soplar velas. Reparte su atención entre el reloj y el móvil, aunque en cuanto arranque el diálogo Manuel dejará paso a Manolo. Con semblante al fin relajado, confesará sentirse cómodo y al final hasta habrá que interrumpirle para hacer una concesión al estómago. Así es Llorente, un gran conversador sin tiempo para entrevistas, un ejecutivo que vive en hora punta.

–¿Vio el final de ‘Perdidos’?
–Uf, no tengo tiempo para series.

–¿Siente que el avión de su vida se ha estrellado en una isla llamada Valencia CF y que está usted como el título de la serie?
–No, perdidos no estamos, sino muy bien localizados, con ideas claras y un proyecto definido.

–Quien eligió a Manuel Llorente para el cargo, ¿lo hizo por su contrastada capacidad para afrontar medidas impopulares?
–No me considero un tipo duro. Sólo vivo la realidad, y la del Valencia obliga a tomar decisiones lógicas y normales. Las ilógicas y anormales se adoptaron antes.

–¿Sabe que en facebook existe el grupo «Yo también tengo miedo de que Manuel Llorente me venda»?
–(Sonríe y se cubre el rostro).

–Tras la marcha de Villa, ¿nos preparamos para la de Silva?
–Ya dije que no descartamos ninguna venta. Debemos mucho dinero y las deudas se pagan con beneficios. Por eso buscamos gente que genere ingresos importantes.

–¿Le ha llamado ya Florentino?
–Nadie me ha dicho: «Quiero a Silva, dame precio». Esperábamos la visita del Manchester City, pero era institucional, aunque luego pudieran preguntarnos por algún jugador.

–¿Preferiría ver a Silva en Manchester antes que en Madrid?
–Yo quiero verlo en Valencia, pero a veces los deseos...

–Usted garantizó que Silva no se irá por menos de 30 millones. ¿Puede mantener la promesa?
–Sí. Hablamos del jugador más valioso del fútbol español.

–Estamos a 28 de mayo y ya se han ido Villa y Zigic. Percibo demasiadas prisas por vender.
–Disiento. No vendes cuanto quieres, sino cuando puedes.

–Pero renunciar al escaparate del Mundial parece un lujo.
–El precio de mercado de Villa no cambiará por lo que pase en Sudáfrica y debíamos cubrir nuestras
necesidades lo antes posible.

–A este ritmo de salidas, desmantelará el equipo.
–El Valencia seguirá teniendo una plantilla sólida, más compensada, con un estilo de juego físico. Y surgirán nuevas estrellas.

–¿Lo importante ahora es el club por encima del equipo?
–Una de las cosas que aprendí cuando empecé en esto del fútbol es que se debe conseguir el rendimiento
deportivo y económico de un jugador. Esa es la excelencia. La operación deVilla habría sido interesante aunque no estuviéramos tan necesitados. Hay que rotar las plantillas, renovarlas.

–Usted ya pasó por esto con iconos como Mendieta, pero anímicamente no era lo mismo. Entonces vendía por negocio y ahora lo hace para sobrevivir.
–Evidentemente la situación es muy distinta, pero aquella experiencia sirve para entender que la pérdida de un jugador importante no obliga a renunciar a nada.

–Rapidez en las ventas, tranquilidad para comprar. Aunque el Valencia ni quiere ni debe precipitarse,
podría llegar tarde al fichaje de Soldado y Aduriz...

–Estamos en mayo. Queda todo el verano por delante y hay muchos jugadores en Europa y en España.
Que la gente esté tranquila. A veces tomas una decisión y luego salen otras posibilidades y te arrepientes de haberte precipitado.

–¿Aguarda de ambos delanteros algún gesto que demuestre su disposición a esperar lo que haga falta para venir a Mestalla?
–Este escudo supone un plus. Abre puertas a la hora de afrontar fichajes. El Valencia es una marca asociada al éxito y deseada por muchos jugadores.

–¿Seguirá el Valencia apostando por el producto nacional?
–Nos gusta más el mercado español (hace una larga pausa). Pero en Europa también hay mucha gente que habla nuestro idioma. Buscamos jugadores con conciencia de equipo, que estén creciendo y vean en el Valencia un desafío. No nos valen los ya consolidados que vienen de vuelta.

–Parece evidente que Van Nistelrooy no encaja en ese perfil.
–Pues no. Es un gran jugador que nos han ofrecido y valoramos su interés por venir al Valencia, pero
buscamos otra cosa.

–Si el Atlético puja por Vicente, ¿hallará buena predisposición?
–No tengo ni idea. ¿Va a venir a porVicente? Este será su gran año. Todavía ha de darnos mucho.

–Estamos a final de curso. Califique a Fernando.
–Nosotros ponemos notas colectivas, y la campaña del Valencia es de sobresaliente. Todos somos importantes en la medida en que lo son nuestros colaboradores.
–Tengo la sensación de que renovó a Emery sin ganas, y no soy el único que lo ve así. ¿Hay mucho malpensado o el asunto no se llevó como debiera?
–Ni lo uno ni lo otro. El debate era mediático, en la calle no había polémica. Apostamos por no decidir
hasta contar con datos objetivos. Creo que hicimos bien.
–El Valencia presume de una cantera de élite, pero la cadena se rompe en el Mestalla. ¿Por qué el tercer club de España tiene a su filial en Tercera?
–Cedimos a chicos importantes a otros equipos, soportamos el pago de casi la totalidad de sus fichas y al final ni jugaron allí ni en el Valencia B. Tenemos una gran escuela y la cuidaremos. A partir de ahora predominarán en ella los valencianos. A veces no es bueno traer australianos con pasaporte griego. Siempre habrá excepciones, pero la filosofía es tener sólo a gente de la Comunitat.
–Usted dejó el Valencia con 128 millones de deuda y regresó con 580. Ahora vuelve a fijarse en torno a 470. ¿Es su gran aval?
–Estamos en 455. El aval de este consejo es su dedicación. Sólo nos importa la viabilidad económica.

–Le he regalado esa pregunta amable, pero ésta no lo es tanto. Reducir la deuda con una ampliación de capital y vendiendo a Villa parece demasiado fácil...
–Esa cifra no incluye a Villa. Y con los 92 millones de la ampliación pagamos deuda de la UTE, Porchinos..., al margen de que el año pasado se perdió 78 millones.

–Estableciendo un paralelismo con la exigencia a la que sometió a Emery, ¿merece Llorente renovar si no vende las parcelas, completa la ampliación de capital, reemprende el estadio...?
–No vinimos para vender las parcelas o reiniciar un estadio que no se ajustaba al modelo correcto. Nuestra obligación es ver cómo el Valencia puede acometer esos proyectos. Si quisiéramos vender las parcelas ya lo habríamos hecho, pero no al precio deseado. Sería una mala decisión.

–En marzo calculaba usted que en un mes tendría la financiación necesaria para reanudar las obras del estadio. Pasó abril y seguimos esperando...
–Marzo ventoso y abril lluvioso hacen a mayo florido y hermoso (ríe). Todas las vías de financiación las utilizamos para pagar gastos corrientes. Hoy el mercado de capitales está muy difícil y conseguir créditos es complejo para el Valencia con sus garantías.

–A Richard Ellis le resta un mes de exclusividad y las parcelas, sin vender. ¿Decepción?
–Sólo es el reflejo de la situación económica que vivimos.

–La Fundación sigue sin el visto bueno de la CNMV, lo que deja en el aire el proceso de democratización. ¿Cerrar así el ejercicio sería un fracaso?
–Antes de que termine la temporada tendremos el permiso del Protectorado, que es lo importante para vender acciones.

–Se enerva cada ve que le recuerdan lo que gana...
–Me duele que esas críticas no miren los sueldos de la gente anterior, sus indemnizaciones y lo que aportaron al Valencia.

–Vale, ¿pero se bajará el sueldo si eso es bueno para el club?
–Habrá ajustes salariales y de puestos. Nos afectarán a todos.

–¿A qué esperan para iniciar una acción de responsabilidad social contra Juan Soler por el bluf de
Valencia Experience?
–Primero vamos a ver cómo queda el pleito. Luego decidiremos.

–¿Qué contesta a quienes piensan que busca la viabilidad económica del Valencia para defender a su gran acreedor, Bancaja?
–Es la mayor barbaridad que he oído. Quien diga eso no le va bien la estructura mental. Nadie trabaja más para un banco que aquél que se endeuda mucho y paga unas cargas financieras enormes, como le pasó al Valencia.

(Entrevista publicada en LAS PROVINCIAS el 30 de mayo de 2010)

El milagro tiene un precio

El rostro de Manuel Llorente se transfigura cada vez que alguien le mienta la bicha. ¿Es ético que en plena crisis económica mundial, a la que se une la propia del Valencia, el presidente blanquinegro perciba un salario bruto anual de 360.000 euros? ¿Y que sus más estrechos colaboradores, los Gómez, incluso superen esta mareante cifra? Lo saludable para quien se adentre en el espinoso debate sería atizar el fuego y buscar el aplauso fácil; vestir el hábito del populismo para criticar una privilegiada nómina. Pero difícilmente se sostendrá la tesis sin caer en la trampa de la demagogia.

El sueldo del dirigente es, en efecto, una barbaridad, aunque no más que los seis millones que percibía Villa o los cinco que seguirá ingresando Silva si no cambia de bando. Cuando quien pasa por el tamiz del sentido común es un pelotero, los ánimos se atemperan. Son los artistas, los chicos que mantienen viva la burbuja del fútbol. Sin embargo, que unos ejecutivos se forren... Eso no está bien visto.

El argumento es falaz. Este lánguidoValencia de principios del siglo XXI está más necesitado de profesionales en los despachos que sobre el césped. La reciente experiencia con aficionados como Soler y Soriano desazona. El primero fue el problema, mientras que el segundo no aportó solución alguna.
Si Llorente salva al Valencia, su gestión no se podrá pagar con dinero. Esos 360.000 euros brutos, los mismos que cobraba en el Pamesa cuando acudieron en su búsqueda, nada que ver con los 500.000 de Wollstein, habrán sido probablemente la mejor inversión de la historia del club. El mismo argumento puede aplicarse a su mano derecha, Javier Gómez, o a Fernando, condenado a acudir con tirachinas a la cacería anual de los fichajes. ¿Y si el tránsito del actual consejo de administración no sirve para salir de la ruina? Habrá sido una decepción, otra más, quizá el golpe de gracia, y el estéril dinero del tridente se sumará al que sus antecesores dilapidaron en evitables indemnizaciones. Pero al menos valía la pena intentarlo con otro perfil de dirigentes.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 30 de mayo de 2010)

Un día para la nostalgia

Amarga efeméride. Hoy se cumplen nueve años de aquel penalti maldito que nos dejó huérfanos en Milán, del desgarrador lamento de Pellegrino, de la eufórica celebración puño derecho en alto del estrafalario Kahn. La Champions viajó a Múnich la infausta noche del 23 de mayo de 2001 mientras la afición española, roída por una decepción infinita, emprendía el retorno por la calle de la amargura. El Bayern se llevó ese asalto, pero no desposeyó al Valencia de su rol de grande de Europa. El respeto labrado con tanto ahínco no podía desvanecerse desde once metros.

Aquel equipo solemne, que había empezado a crecer años atrás de la mano de un endiablado Claudio López capaz de sonrojar con sus tropelías al cómico Van Gaal y su adlátere Mourinho en Barcelona, vivía la edad de oro. Y la bonanza se prolongaría hasta que el croché de David Navarro en el mentón de Burdisso, en una incandescente velada de fútbol-boxeo en Mestalla, anunció el albor de la decadencia.

El hado que teje el destino se maneja con maquiavélica mofa. Bayern, Inter, Van Gaal, Mourinho... Testigos hace cuatro días del mejor Valencia de la historia y protagonistas anoche de la final del Bernabéu mientras la apocada afición blanquinegra aún digiere el desencanto de ver al ídolo Villa enseñorearse del Camp Nou.

Pero es lo que hay y aceptarlo facilitará la reconstrucción. Soler hirió de muerte al Valencia y en lugar de médicos acudió en su auxilio un curandero cuyo método alternativo sólo prolongó la agonía. Con Bancaja y Llorente llegaron por fin los cirujanos y la venta de Villa ha sido la primera dolorosa amputación para salvar al club.

El Valencia continúa en estado crítico y ahora mismo nadie adivina hasta dónde habrá que cortar. Los 40 millones de Villa no dan la supervivencia, pero sí algo de tiempo para pensar. Ya no hay tanta prisa. Quien quiera a otro intocable, llámese Silva o Mata, tendrá que ganárselo, aunque ayudaría que Fernando colocara en los bajos fondos del fútbol a alguno de esos paquetes que otros trajeron y que maman de una teta ya demasiado flácida.


(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 23 de mayo de 2010)

Villa y el solar de Soler

No es fácil asimilarlo, pero la hora del adiós ha llegado. David Villa apurará esta tarde sus últimos sorbos como jugador del Valencia. Al asturiano, uno de los mejores futbolistas de la historia del club, le aguardan otros abrazos, seguramente en el Camp Nou. El vacío que su marcha dejará va a ser difícil de rellenar, pero no había elección. El Guaje es un lujo, y los lujos carecen de sentido cuando está en el aire la supervivencia.

Si ponemos grilletes al corazón, las cuentas parecen más claras. El Valencia bastante ha hecho con retrasar dos años el vuelo de su estrella. El imperialismo de Real Madrid y Barcelona no ha alterado el guión blanquinegro y al final va a ser el club de Mestalla el que decida cuándo, a quién y por cuánto vende a Villa. Como toca.

El traspaso es necesario, pero no más que el análisis de por qué se ha llegado a esta situación. La pérdida del mejor delantero de Europa simboliza el fracaso de ese modelo de gestión basado en la improvisación que ha arruinado al Valencia. Es la consecuencia de comprar un palacete sin caer en la cuenta de que antes había que vender la casa vieja; la penitencia por malgastar el dinero en evitables finiquitos e irresponsables fichajes. Los anecdóticos Fernandes y Zigic costaron 36 millones de euros, poco menos de lo que ingresará el Valencia por Villa.

A Llorente le toca afrontar la más impopular de las medidas para un presidente.Pero su responsabilidad es limitada. Sólo se le puede reprochar que no haya sido capaz de obrar un milagro. Tampoco sería justo fustigar a Vicente Soriano.Su única culpa fue alimentar la ilusión del enfermo con falsas esperanzas inspiradas en la irracionalidad.

El responsable del adiós de Villa es Juan Soler, el hombre que dilapidó las ayudas que pudieron convertir al Valencia en una de las grandes fortunas de Europa. Probablemente el constructor recurriría al bíblico «él me lo dio, él me lo quitó» para recordar que el goleador llegó de su mano a Mestalla. Pero eso que se lo susurre a Job en sus oraciones, porque si de algo anda ya justo el valencianismo es de paciencia.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 16 de mayo de 2010)

La gran decisión, tarde y mal

Sólo faltó Risto Mejide afeando con rostro circunspecto hasta la más mínima debilidad de Emery. Invitar al mediático iconoclasta a la reunión del consejo que aprobó la continuidad del técnico habría sido una guinda para la fatigosa gala de Operación Triunfo a la que éste se ha visto expuesto durante medio año.

Llorente, habituado a controlar hasta los nitratos del agua con que riega los floreros de la sede del Valencia, quiso esta vez ser uno más y acentuó así la falta de tacto con Emery. La renovación se ha abordado tarde y mal. Tarde por ética, mal por estética.

Desde hace meses intuía el presidente que tendría que ofrecer la continuidad al técnico. En privado siempre defendió su trabajo, pero en público quiso mantener ese talante severo tan característico en él, lo que convirtió al vasco en muñeco de pimpampum de grada y vestuario. Sin embargo, dando por buena la parsimonia del factótum, al menos pudo ahorrarse la sensación de juicio sumarísimo a Emery transmitida tras la clasificación para la Champions. Un profesional que cumple con creces los objetivos, que se autorrenueva el contrato con su trabajo y que es capaz de responder con silencios a la falta de cariño desde todos los flancos no merece un encierro de consejeros y dos horas de deliberación para que le ofrezcan un año más de confianza.

Porque hasta en esto falló la cosmética. Cualquier club del mundo se reúne con su técnico, alcanza un acuerdo y lo pregona en rueda de prensa conjunta. El Valencia, sin embargo, anunció una simple decisión unilateral con tufillo a falta de comunicación.

Superado el cáliz de la renovación, a partir de ahora será Emery quien aguarde noticias de ese mismo cónclave que le regateó hasta el último instante la fumata blanca. Esperará una llamada que le diga que se han vendido las parcelas y que, por tanto, no le desmantelarán el equipo. Porque ha llegado el turno de Llorente y compañía, aunque en su caso nadie se recluya en un despacho de la calle de las Barcas para decidir si merecen seguir en la academia. Esa suerte que tienen.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 9 de mayo de 2010)

Jorge Martínez 'Aspar': "Valmor seguirá en la F-1 hasta que expire su contrato"

Acude a la cita con ligero retraso. A dos meses del Gran Premio de Europa de Fórmula 1, y con el Mundial de motociclismo en ebullición, la faena se acumula para Jorge Martínez ‘Aspar’. Entre atiborradas carpetas y variados trofeos que evocan un pasado glorioso,el vicepresidente de Valmor Sports se dispone a analizar el idilio de Valencia con el Gran Circo, próximo a cumplir su tercer año. Hoy hará lo propio en el hotel Astoria, donde a partir de las 19.30 horas y con entrada libre impartirá la conferencia inaugural del ciclo de primavera del Aula LASPROVINCIAS.

–«Valencia y la Fórmula 1». Es el título de su conferencia, pero hace un lustro podía haberlo sido de una película de ciencia ficción...
–Sin duda. Si a mí mismo me lo hubieran dicho entonces, habría respondido que era imposible. Cuando al final aceptamos, todos nos hicimos cruces. Desde un punto de vista deportivo, es el reto más duro que he afrontado en mi vida.

–Superado el primer susto, ¿qué pensó cuando alguien terminó la frase y le dijo: «...y además de traer los coches, no los llevaremos a Cheste, sino al puerto?»
–En todo momento tuvimos claro que no había otra opción. O era en la ciudad o nos quedábamos sin gran premio. Existía verdadera obsesión por llevar la Fórmula 1 al puerto.

–De las carreras de 2008 y 2009, ¿con qué momento se queda?
–Estoy en parrilla el primer año, con todos los bólidos ya en sus puestos, va a darse la salida, veo las gradas llenas... Esa foto permanecerá para siempre en mi cabeza. Se me saltó más de una lágrima (todavía se le quiebra la voz al recordarlo). Fueron nueve meses infernales para finalizar a tiempo la pista. Mucha gente pensaba que no llegábamos.

–Vamos ahora a los malos recuerdos. ¿Cuál ha sido el más amargo?
–Ha habido muchísimos, aunque yo intento ser optimista. Lo negativo sólo me interesa para aprender. De lo contrario, con lo mal que están las cosas, no avanzaríamos.
–Menos calor y más vida en Valencia son ventajas que por sí solar justifican el cambio de fechas.
–Como dice, veremos una ciudad más viva, con todo abierto. Era una de las cosas que los extranjeros no entendían. Recuerdo la sorpresa que se llevó el gobierno de Singapur, un pequeño país donde todo gira en torno al comercio, al encontrarse con una Valencia prácticamente cerrada... Son cosas negativas para un evento así. Y luego está la ventaja de la temperatura, que marcará un antes y un después incluso en relación con la marina. Agosto es un mes malo para los barcos, que ya están en las islas, de vacaciones.En junio todo cambia, pues es cuando la gente empieza a salir. Por eso este año no tendrá nada que ver con los anteriores.

–¿Pero no cree que el gran premio de Valencia se aproxima ahora peligrosamente al de Montmeló en el calendario, teniendo en cuenta cómo están los bolsillos?
–No competimos con Montmeló. Barcelona tiene un circuito permanente y el nuestro es urbano. Disponemos de barcos y marina, estamos dentro de la ciudad... Contamos con unos privilegios increíbles: el enclave, la visibilidad, la accesibilidad, no hay atascos, se puede ir en taxi o metro hasta la misma puerta del circuito. Eso no existe en Montmeló, sin que se entienda como una crítica negativa. Aunque lo idóneo sería separar las fechas, es mucho más positivo estar en junio que ir a septiembre u octubre.
–Cada vez que Ecclestone habla sube el pan. El magnate de nuevo insinúa que Valencia puede perder la Fórmula 1. ¿Le preocupa?
–En ningún momento ha hablado de Valencia. Dice que quiere veinte grandes premios y, como España cuenta con dos, existe la posibilidad de que uno de ellos termine. Pero nosotros tenemos contrato para siete años, nos quedan cinco y los cumpliremos. Incluso contamos con una opción de ampliación. Vamos a estar cada vez más consolidados y espero que todo esto nos dé fuerzas para continuar. Se ha hecho un gran esfuerzo, una gran inversión que sólo tendría sentido a medio o largo plazo.
–¿Entiende las críticas al Consell por asumir el pago de los 17 millones del canon de la Fórmula 1?
–Estoy muy decepcionado. Seamos constructivos. ¿Por qué se hace en Cataluña, Andalucía, Aragón, y Valencia no puede tener lo mismo?
–¿Debería a su juicio haberse sacado la Fórmula 1 del debate político desde el primer momento, para evitar hacer de ella un muñeco de pimpapum?
–Sin duda. Incluso me encantaría que ocurriera con nosotros como con la Volvo Ocean Race, la Barcelona Race o la America’s Cup, eventos que reúnen privilegios de cara a las empresas que invierten en ellos. En España el motociclismo y el automovilismo dejan una riqueza bestial. Tenemos circuitos increíbles que nos convierten en un lugar de privilegio de toda Europa en cuanto a marcas de coches, de neumáticos, presentaciones... Todo eso se hace hoy aquí y debería tenerlo en cuenta el Gobierno de España: lo mucho que aportamos, la gran imagen que damos del país, el dinero que entra gracias al motor...

–Como empresario, ¿fue un acto de profunda insensatez embarcarse en un proyecto de tanto riesgo económico en puertas de una crisis mundial sin horizontes?
–(Ríe) Hombre, un poco de locura sí hubo, pero los datos al final nos darán la razón. Espero que todo esto se empiece a recuperar en los próximos años y alcancemos un equilibrio total. De todas formas, si tuviéramos que hacer una campaña de este calibre para situar a Valencia en el mundo, ¿cuánto valdría?

–Pero que tengan que pagar esa campaña Aspar, Bancaja o Roig...
–Es muy duro, por supuesto, pero nos espera un futuro mejor. Sobre todo gracias a Alonso, Alguersuari, De la Rosa, Hispania... Todo ayuda.

–¿Llega el momento de que otros empresarios arrimen el hombro?
–No está siendo fácil, pero Bancaja, Fernando Roig y Jorge Martínez ‘Aspar’ no entraron en Valmor para ganar dinero.

–Tampoco para perderlo.
–Nuestra idea está clara desde el primer minuto. Y ojalá alcancemos el equilibrio empresarial de cara a los próximos años de contrato.

–El año pasado perdieron 12,5 millones. ¿No es mucho?
–Hubo un desfase económico, pero la cifra no es correcta, porque estamos ante un proyecto a siete años y las pérdidas hay que distribuirlas durante todo ese periodo. Seguro que 2010 marcará la recuperación.

–¿Garantiza que Valmor continuará hasta que expire su contrato?
–No lo dude. Ese es el plan.

–¿Es Adrián Campos una persona a recuperar para la causa?
–Somos amigos desde la infancia. Me encantaría su vinculación a Valmor y a nuestro proyecto.

–Ferrari quiere en Europa occidental un parque temático como el de Abu Dhabi. ¿En Valencia?
–La relación con Ferrari es excelente. Traer las Finales Mundiales fue un avance brutal y este año nos esperan novedades importantes en el acuerdo con ellos. Visitamos el Ferrari World de Abu Dhabi y es increíble, pero hay que estudiarlo bien y esperar. Ojalá sea en Valencia.

–Pero es una utopía o un anhelo con fundamento.
–Un sueño no es, porque hablamos de algo real. La posibilidad existe, pero hay que ser realista. La situación económica no es la mejor para empezar un proyecto tan grande.

–El año pasado hubo angustia por el pinchazo en la venta de entradas.A dos meses escasos de la tercera edición, ¿cuántas hay ya distribuidas?
–No sólo fueron las entradas. Estaban las dudas en torno a la participación de Alonso, la guerra entre la FIAy los equipos... Había una situación muy fea y perjudicial. Ahora todo es diferente. Han ganado carreras un español, un inglés y un alemán, el espectáculo está garantizado y en cuanto a público hemos vendido un 30% más de entradas que el año pasado. Ojalá gane Alonso en Montmeló. Sería muy positivo para todos.

–¿La ampliación del aforo con una grada más es la evidencia de que la prueba valenciana comienza a salir del túnel de la crisis?
–Por supuesto. Además, la Fórmula 1 no son exclusivamente las 100.000 personas que pueden venir a Valencia, sino los 600 millones de telespectadores que la siguen por todo el mundo. El nivel de gente que arrastra este acontecimiento posiciona a la Comunitat en el planeta. Y a todo esto hay que añadir que pronto vamos a conocer un par de noticias muy positivas alrededor de la Fórmula 1. Si aunamos fuerzas y somos constructivos, todos ganaremos.

–¿Perjudicó a Valencia la apresurada comparación con Mónaco?
–En absoluto. En asistencia de público y como circuito, estamos muy por encima. Otra cosa es que ellos cuenten con el glamur de sus barcos, el casino y gente de un nivel distinto al que tenemos hoy por hoy aquí, pero llevan 70 años y nosotros acabamos de empezar.

–¿Qué error del pasado le obsesiona y qué mejoras debemos esperar para esta tercera edición?
–Es importante ser humildes, como hicimos el primer año con los problemas de visibilidad de la tribuna del puente. Ahora todavía se seguirá mejor la carrera, porque las gradas serán más altas y estarán mejor ubicadas. Queremos perjudicar lo menos posible a la gente en materia de accesos, montaje y desmontaje. Una de las novedades es que planeamos que se pueda pasear gratis por dentro del circuito el viernes y sábado.
–Muchos pilotos muestran recelo ante los trazados urbanos, la última debilidad de Ecclestone. ¿Qué opinaría Aspar, un hombre vinculado a Cheste, si no estuviera implicado en la organización del Gran Premio de Europa?
–El nuestro no es un circuito urbano. Está construido dentro de la ciudad, pero con una seguridad increíble, con un ancho que en su punto mínimo tiene casi 13 metros, más que Montmeló. Si Ecclestone hubiese dicho: «Puedes hacer el circuito urbano o aprovechar el permanente», yo habría modificado este último y se acabó. Pero la Fórmula 1 va en otra dirección. En la nuestra.
(Entrevista publicada en LAS PROVINCIAS el 4 de mayo de 2010)