La (re) Fundación del Valencia

Maquiavelo legó a la humanidad una máxima que nunca salió de su pluma, pero que compendia la esencia de su pensamiento político: el fin justifica los medios. A lo largo de la historia muchos totalitarismos encontraron legitimidad en esas cinco palabras, y a ellas se encomendó hace un año el Valencia para salir del atolladero social.

El papel interpretado por la Fundación en el cierre de la ampliación de capital se inspiró en el principio del mal menor. El organismo que preside Társilo Piles se inmoló, avalado económicamente por la Generalitat y con la anuencia de toda la sociedad civil valenciana, que hizo frente común ante la fantasmagórica irrupción de Inversiones Dalport. Era el prototipo de situación en la que el fin justifica los medios. Todos así lo entendimos y lo entendemos.

Pero desde aquella magistral maniobra urdida en los más importantes despachos de la capital ha transcurrido ya un año y la inquietud popular es lícita. La Fundación no puede hacer frente a sus compromisos de pago con Bancaja, como cabía temer cuando se dio tan arriesgado paso. El club se ve jurídicamente incapacitado para insuflarle oxígeno económico y así el problema de una sociedad anónima deportiva está a un paso de convertirse en el de toda una comunidad autónoma.

El nudo gordiano son obviamente esos 74 millones que la caja de ahorros dejó en manos de una fundación sin más garantías que el patrimonio de los valencianos. Pero a ello se unen, y merecen respeto, alegaciones de tipo ético como las que acaban de morir en los tribunales. Aquella ampliación de capital presagiaba la democratización del club, una apuesta por quitar a los ricos el control para distribuirlo entre todos los pobres, y a día de hoy tan nobles principios son papel mojado.

El arisco menosprecio de Társilo Piles a los disidentes sirve de poca ayuda. «Hay gente que quiere construir y una minoría intenta destruir», acusa el dirigente. Debería hablar con su amigo Juan Soler, profesional del ladrillo. Él le explicará que la clave de todo edificio reside en los cimientos, y obrar sobre una ciénaga está más cerca de lo segundo que de lo primero.

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