Cambio de ciclo

Llegó la hora de creer, recita el grupo valenciano 'Despeinados' en el que ya es uno de los himnos no oficiales del Mundial de Sudáfrica. La letra bien podría habérsela escrito Manuel Llorente en el supuesto de que su agenda dejara resquicios para la lírica. Porque si algo necesita ahora mismo el Valencia es un ejercicio de fe. Para comprar el pase en un contexto económico que invita a no levantarse de la cama. Para olvidar a los que ya no están. Para creer.

Los prebostes blanquinegros pasaron meses mirando recelosos a su particular caja de Pandora, aunque siempre encontraban un argumento con el que retrasar la apertura. El primero fue la ampliación de capital sui géneris que extrajo de la manga Javier Gómez para ahuyentar varios fantasmas: el de la ley concursal, esa especie de desfibrilador económico capaz de resucitar a un muerto, y sobre todo el del advenimiento de Dalport y su heraldo Soriano. Mas la maldita caja seguía ahí, aguardando paciente su momento. Llorente le dio postrero esquinazo al retener a sus cotizadas estrellas fugaces. Había que regresar sí o sí a la meca del fútbol. Pero no se huye hacia delante sin correr el riesgo de descalabrarse. Por eso, ya aposentado el Valencia entre los nobles de Europa, el presidente se armó de valor. Abrió la caja y esperó a que brotaran de ella todos los males.

Si aplicamos a este deporte una lógica matemática, da para echarse a temblar. La realidad dicta que el Valencia ha sufrido una descapitalización deportiva escandalosa. Inevitable pero brutal. Partiendo según la clasificación de la última Liga a 28 y 24 puntos de distancia de las dos potencias económicas, el tiro de gracia era perder a Villa y Silva, las dos bajas realmente insustituibles en este verano de cambalaches.

Pero el fútbol es una ciencia demasiado inexacta. Y aun a riesgo de que esto pueda parecer un capítulo más de esos libros de autoayuda que gozan de tanto predicamento entre los peloteros, la teoría dice que se ha fichado bien. O al menos lo mejor que se podía, dadas las estrecheces económicas de un club que no ha vendido por hacer negocio, sino para sobrevivir.

El análisis por líneas ejerce un efecto analgésico. La portería se ha reforzado, aunque sólo sea desde una perspectiva numérica. Guaita eleva la competencia. En defensa, más de lo mismo. Dos por uno, habida cuenta de que Marchena nunca fue para Emery un central. La baja del inadaptado Alexis, el último de la fila en la retaguardia, queda más que compensada con los fichajes de un presunto titular, Ricardo Costa, y de un versátil comodín, Marius Stankevicius.

El meollo del fútbol, el centro del campo, tampoco ha salido malparado de este lifting. Se van dos históricos y ocupan su plaza sendas promesas. Al calor de Albelda y Banega, Topal y Tino Costa tienen tiempo para adquirir el nivel exigible en quienes están llamados a heredar los aplausos de Marchena y sobre todo Baraja. Lo de Feghouli es de momento una esperanzadora apuesta.

La disección de la delantera debe hacerse desde un prisma conservador. Si la venta de Villa y Silva era inevitable, el Valencia ha fichado los mejores delanteros a los que podía aspirar. Soldado tiene madera de ídolo y Aduriz aportaría hasta cojo mucho más que Zigic.En un deporte tan mercantilizado como el fútbol querer no es sinónimo de poder, pero al menos hay que intentarlo. Levantarse, coger la bufanda y pronunciar dos palabras que resumen un estado de ánimo. «Yo creo».

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 13 de septiembre de 2010)

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