
Lo que ocurre con el joven campeón del mundo daría trabajo a un gabinete de psicoanalistas. El Valencia ve en él un empleado ejemplar, la afición lo idolatra y el futbolista completa el triángulo amoroso al aceptar su rol de buen grado. ¿Dónde está entonces el problema? Ni siquiera el desfasado contrato debería romper la armonía. Mata entendió hace un año que no era momento de demandas salariales y condujo su queja por la senda de la elegancia. Como el club, que admite la injusticia y lleva meses prometiendo subsanarla.
Pero algo falla en esta ‘love story’. Al Valencia le ha mejorado la vida. Ahora hay liquidez, dinero para fichajes, y el adagio de que las palabras se las lleva el viento atrona en los oídos de un agente que además es padre del futbolista. Juan Manuel Mata se equivocó al lacerar la imagen de su hijo con un discurso incendiario la noche de su bautismo como icono de Mestalla. Pero el error es humano. Si la agenda de Llorente ya reserva un día de septiembre para renovar a la estrella, sólo el orgullo impide adelantar la fecha e iniciar la Liga en paz. Sería el justo premio a quien acaba de firmar otro ejercicio de lealtad abstrayéndose de los cantos de sirena que sí hipnotizaron a Villa.
Lo contrario es arriesgarse a que alguien susurre al oído del jugador que lo inteligente sería no renovar, aguantar hasta el próximo verano con su sueldo de becario y entonces, a un solo año de acabar su contrato, hacer la de Özil. No creo que Mata actuara así, pero comprobarlo parece una temeridad.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 22 de agosto de 2010)
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