La gran decisión, tarde y mal

Sólo faltó Risto Mejide afeando con rostro circunspecto hasta la más mínima debilidad de Emery. Invitar al mediático iconoclasta a la reunión del consejo que aprobó la continuidad del técnico habría sido una guinda para la fatigosa gala de Operación Triunfo a la que éste se ha visto expuesto durante medio año.

Llorente, habituado a controlar hasta los nitratos del agua con que riega los floreros de la sede del Valencia, quiso esta vez ser uno más y acentuó así la falta de tacto con Emery. La renovación se ha abordado tarde y mal. Tarde por ética, mal por estética.

Desde hace meses intuía el presidente que tendría que ofrecer la continuidad al técnico. En privado siempre defendió su trabajo, pero en público quiso mantener ese talante severo tan característico en él, lo que convirtió al vasco en muñeco de pimpampum de grada y vestuario. Sin embargo, dando por buena la parsimonia del factótum, al menos pudo ahorrarse la sensación de juicio sumarísimo a Emery transmitida tras la clasificación para la Champions. Un profesional que cumple con creces los objetivos, que se autorrenueva el contrato con su trabajo y que es capaz de responder con silencios a la falta de cariño desde todos los flancos no merece un encierro de consejeros y dos horas de deliberación para que le ofrezcan un año más de confianza.

Porque hasta en esto falló la cosmética. Cualquier club del mundo se reúne con su técnico, alcanza un acuerdo y lo pregona en rueda de prensa conjunta. El Valencia, sin embargo, anunció una simple decisión unilateral con tufillo a falta de comunicación.

Superado el cáliz de la renovación, a partir de ahora será Emery quien aguarde noticias de ese mismo cónclave que le regateó hasta el último instante la fumata blanca. Esperará una llamada que le diga que se han vendido las parcelas y que, por tanto, no le desmantelarán el equipo. Porque ha llegado el turno de Llorente y compañía, aunque en su caso nadie se recluya en un despacho de la calle de las Barcas para decidir si merecen seguir en la academia. Esa suerte que tienen.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 9 de mayo de 2010)

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