Atrapados en el tiempo

En una de las comedias más hilarantes de los noventa, Bill Murray encarnó a un periodista que quedó atrapado en el tiempo y cada mañana, al abrir los ojos, revivía el día anterior. Todo se repetía y debía afrontar una jornada tras otra las mismas experiencias. Al final, pese a su absurda situación, se las ingenió para sacar partido de la misma y pasar, de una vez por todas, la hoja en el calendario. En definitiva, aprendió.
Algo así ocurre en la Comunidad Valenciana, salvo que aquí la capacidad de reacción parece nula, la sensación de impotencia se acrecienta y estamos condenados a vivir eternamente, como Murray, nuestro particular Día de la Marmota. En efecto, abordar una vez más las perniciosas consecuencias de un temporal puede sonar, por reiterado, a la cantinela de siempre. Sin embargo, mirar por el retrovisor semanal y obviar esta cuestión sería absurdo.
Queramos o no, es lo que hay. Esta tierra de luz y calor se convierte, cada vez que a Eolo, Thor y su cohorte de aguafiestas se les va la mano, en un infierno. Otra vez las lluvias han azotado Valencia, Alicante y Castellón. Y de nuevo se ha activado, como un autómata, la máquina de las desgracias: daños materiales cifrados en millones de euros, playas destrozadas antes de que diera tiempo a regenerarlas, tres muertos en carretera, otro engullido por un río, las suspicacias de siempre en torno al despliegue del operativo de seguridad...
La visita a la hemeroteca confirma la excepcionalidad del enésimo temporal que ha zarandeado sin piedad la Comunidad. Desde mediados del siglo pasado no se vivía una primavera tan lluviosa.
De nuevo la zona más dañada ha sido esa franja maldita, cuando de mirar al cielo se trata, que se extiende entre la Ribera y la Marina. Veinte mil personas se quedaron el lunes sin luz, el granizo apedreó la Safor con saña y hubo que amarrar la flota. El martes todo se escapó de las manos: seis comarcas a oscuras, 50.000 vecinos Ðcómo no, de la MarinaÐ sin agua potable, siete puertos cerrados, desalojos en urbanizaciones, ríos y barrancos desbordados, pluviómetros enloquecidos que alcanzaron los 700 litros, una cárcel como la de Picassent desprovista de sus alarmas...
Tras el temporal meteorológico llega, como casi siempre, el dialéctico. Obvio es que no se puede hacer nada para evitar que llueva o truene. Pero, ¿no hay forma humana de prever los embates del tiempo y atenuar sus efectos? ¨Deben los valencianos resignarse a pasar de la sequía a las inundaciones sin hallar un equilibrio? Quizá en ambos casos se tenga que asentir, pero aun así quedan demasiados interrogantes abiertos.
Habría que plantearse por qué no se alcanza de una vez el acuerdo que permitirá construir la línea de alta tensión que acabará con los apagones letales para la hostelería; por qué el Consorcio de Bomberos de Valencia no refuerza su plantilla en plena alerta; por qué se permite urbanizar zonas anegables; por qué no se renuevan las conexiones de la red de aguas pluviales en algunas carreteras conflictivas, antes de que inunden viviendas y talleres, como ha ocurrido en Pego... Sólo son unas cuantas sugerencias.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 12 de mayo de 2002)

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