Todos llevamos un viejo encima

La soledad puede ser maravillosa. Sobre todo cuando el individuo la elige libremente y, además, es capaz de renunciar a ella en el momento en que le plazca. Pocos instantes hay tan deliciosos como aquel en que uno se ensimisma y se despoja del agobio del día a día para bucear un poco en su interior.
Sin embargo, cuando esa misma soledad llega impuesta se convierte en veneno y transforma la vida en un horrendo callejón sin salida. En esa situación se halla uno de cada seis jubilados valencianos, olvidado por sus congéneres y condenado, en muchos casos, a morir sin encontrar unos ojos conocidos a los que dedicar la última mirada.
De ahí que sean plausibles iniciativas como la que ahora prepara el Ayuntamiento de Valencia y que desde hace más de un año se aplica en Castellón. Alojar a los estudiantes que residen fuera de la ciudad en casas de personas mayores constituye el más entrañable ejemplo de simbiosis humana. Juventud y madurez van de la mano y cada una aporta a la otra cuanto necesita. La primera, alegría de vivir; la segunda, un hogar y, en el mejor de los casos, la impagable experiencia acumulada durante décadas.
Cualquier implicación en este problema es poca. Por eso, a pesar de la buena voluntad que se supone a los poderes públicos, chirrían datos como el que revela que el 90 por ciento de las personas mayores sin compañía carece de ayuda a domicilio. Si es por falta de información, pediría a los políticos que difundan su mensaje con la misma ilusión con que lo harían en una campaña electoral; si por el contrario se debe a constricciones presupuestarias, que hagan modificaciones de crédito o expriman las piedras.
Quienes menos merecen verse desterrados al olvido son los mayores, junto con los niños las personas más necesitadas de atenciones. Aunque sólo sea por egoísmo. Parafraseando a Serrat, cada uno de nosotros debería ser consciente de que lleva un viejo encima.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 6 de mayo de 2002)

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