La volatilidad del fútbol

El fútbol ha sido justo con el Valencia. El rodillo de Benítez no merecía otro premio que la victoria liguera, tras protagonizar un final de temporada inmaculado. Mientras en Madrid se adoraba al becerro de oro, Mestalla ha disfrutado de un equipo con menos glamur, pero de estructura rocosa, fiel exponente del fútbol total.
El desenlace liguero ha puesto de manifiesto muchas realidades. Una de ellas, la valentía y la honestidad de Benítez. Para un técnico al que se niega el pan y la sal en el capítulo de refuerzos, nada hubiera sido tan fácil como jugar siempre con su once de confianza, olvidar las arriesgadas rotaciones y precipitar así un seguro fracaso deportivo más nocivo para el consejo que para un entrenador con coartada.
Otras muchas conclusiones se pueden extraer del triunfo del Valencia, pero casi todas ellas conducen a un principio general: la volatilidad del fútbol. ¿Quién hubiera intuido este orgasmo balompédico aquella ya lejana noche del 28 de enero, cuando la eficacia del Madrid ahogó los sueños de remontada en la Copa del Rey y la fiesta del valencianismo se tornó en un velatorio con gritos contra el consejo de administración?
Poco más de tres meses después, el Valencia es campeón de Liga, acaricia un doblete histórico y el presidente de aquel vituperado grupo rector se ha erigido en un dios para la afición. Si se quiere entender este mundo de locos, a veces no queda más remedio que recurrir a la tópica filosofía de Boskov: fútbol es fútbol.
No sólo Ortí ha comprobado la ilógica lógica de un deporte tan visceral como éste. Roberto Fabián Ayala ha pasado en pocos meses de portar el estigma de pesetero e ingrato a convertirse en lo que nunca dejó de ser: un profesional que dará todo por el Valencia mientras porte su escudo en el pecho. Y eso es mucho cuando se habla del mejor defensa central del mundo.También Rufete sabe lo que significa la transición de villano a héroe. Y Curro Torres... Y el mismísimo Valencia, por quien nadie hubiera apostado tras la concanetación de derrotas frente al Barcelona y el Espanyol.
La resurrección en la Liga tuvo día y hora. El punto de inflexión llegó en Mestalla ante el Deportivo. Aquella noche el Valencia, a ocho puntos del líder, ganó sin merecerlo. Con un jugador más que los gallegos, su agonía hizo prever un desfondamiento letal.
Pero este equipo se confeccionó con la misma madera que su técnico. Se rehizo, recogió de los suelos la autoestima y convirtió el tramo final de la Liga en un espectacular eslalon, fruto de obstáculos que sorteó sin vacilar.
El Valencia superó las lesiones, sobre todo la de su estrella mediática. Aguantó los embates procedentes de Madrid. Soportó arbitrajes demenciales. Se abonó a los récords y reconquistó la Liga como lo hacen los grandes equipos: sin esperar a la photo finish. Enhorabuena, campeones.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 14 de mayo de 2004)

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