Los 'miniporchinos' se diluyen

Abril de 2005. Día 12. Juan Soler por fin descubre sus cartas y, en un almuerzo con la prensa, confirma sin tapujos que los terrenos adquiridos en Ribarroja se destinarán a la construcción de una nueva Ciudad Deportiva. La pregunta es obligada: ¿Qué pasará ahora con Paterna? El entonces presidente garantiza sin titubeos que las actuales instalaciones del club en el municipio de l"Horta no serán desmanteladas. Al contrario, pasarán a formar parte de una red destinada a potenciar el fútbol base blanquinegro por toda la Comunitat.
El máximo accionista evitó dar datos, porque en aquel momento no le interesaba, pero el proyecto que traía entre manos iba mucho más allá de una iniciativa de promoción de la cantera. Convencido de que el plan de Ribarroja permitiría dejar a cero la deuda del Valencia el 30 de junio de 2005 (nada que ver con la realidad), Soler comenzaba a tejer una nueva actuación urbanística. El constructor, instalado en sus mejores días como presidente, quería promover seis miniporchinos que reportarían al club entre 108 y 144 millones de euros, según el optimismo con que se realizara los cálculos.
El plan debía ser un éxito garantizado. En pleno auge de la construcción, Soler planeaba crear media docena de escuelas de fútbol en la Comunitat, dos por provincia. En el caso de Valencia, una de ellas sería la de Paterna, en los terrenos de la actual Ciudad Deportiva.
Para ello necesitaba de nuevo apoyarse en la Administración. El primer paso era conseguir la recalificación de los terrenos contiguos a esas instalaciones. El segundo, construir urbanizaciones de lujo. Y el negocio ya estaba hecho. Bajo el delicioso reclamo de "venga usted a vivir junto a la escuela de fútbol del Valencia", el presidente calculaba que el club ingresaría por cada uno de esos seis proyectos entre 18 y 24 millones de euros.
Soler no comunicó, por desconfianza, sus planes al consejo de administración. Sin embargo, su proyecto era algo más que un boceto. Había perfilado hasta los pequeños detalles. Al frente de estas seis escuelas de fútbol se situarían ex jugadores del club que atravesaran problemas económicos. Además, el club ya manejaba el ofrecimiento de algunos alcaldes deseosos de que el Valencia aterrizase en sus municipios.
En octubre de ese mismo 2005, al cumplir un año en la presidencia, Soler afirmaba con la tranquilidad de quien cree tener todo bajo control: "Trabajamos en otras operaciones que, aparte de la de Porchinos, sirvan para generar ingresos." Esta era la más sólida.
El Valencia, sin embargo, prefirió posponer su actuación por una cuestión de imagen y también debido a un error de cálculo. Las críticas por el pelotazo en Ribarroja eran tan agrias que Soler optó por esperar a que vinieran tiempos mejores. La llegada de nuevas recalificaciones habría sido una medida demasiado impopular. Pero además el constructor no pronosticaba en esos momentos una crisis como la que aguardaba a su sector. Por tanto, entendió que siempre habría tiempo para poner en marcha sus miniporchinos. Era dinero seguro y fácil, que estaría al alcance de la mano cuando fuera necesario.
Dos años y medio después, nada se parece al escenario que dibujó Soler. La deuda del club se ha disparado y el entonces presidente ha añadido un ex a su cargo mientras busca comprador para sus acciones. Pero sobre todo en la coyuntura económica actual es impensable afrontar un proyecto como el de la red de escuelas de fútbol, al menos sin reconsiderar el optimismo económico con que se ideó.
(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 2 de mayo de 2010)

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