Diez años en 365 días

La felicidad, como todo estado de ánimo, es subjetiva. El más afortunado puede sentirse desgraciado mientras un paria disfruta con deleite de su austera existencia. Sin embargo, hay momentos en los que uno debe ser objetivamente feliz. Sí o sí. Es el caso del Valencia en el arranque de 2010.

Basta con remontar doce páginas en el calendario para comprenderlo. Ha pasado un año, pero parecen diez. La fotografía del 3 de enero de 2009 es desoladora. El Valencia ultima la documentación para convocar el concurso de acreedores. La plantilla no cobra. En los despachos se barrunta la paralización del nuevo estadio. El imperio de Juan Soler se resquebraja y amenaza con sepultar al club bajo sus ruinas.

Si se hurga en los pequeños detalles de esta envejecida imagen, la penumbra deja entrever la silueta de un presidente acorralado, cuyo rostro refleja el descrédito por las promesas incumplidas y el orgullo herido. Unos meses antes se sentía el rey del mundo, cual Di Caprio en la proa del Titanic. Ahora permanece postrado ante un benefactor que ni hace ni deja hacer. Enemigos íntimos en el fondo, guardan las formas. Soriano masculla por su infortunio mientras agradece que Soler le mantenga la respiración artificial.

Por suerte el Valencia de 2010 es más fotogénico. Cuestión de credibilidad. La guadaña concursal sigue blandiendo sobre su cabeza, pero ya nadie la teme. El estadio está paralizado, si bien pronto se retomarán las obras. El suelo de Mestalla no se ha vendido, aunque al fin comandan la operación profesionales. Y se ha recomprado a Soler su parcela para no tener que agradecerle nada.

Hay argumentos para estar felices... sin caer en la autocomplacencia. Lo advirtió Benedetti. Defendamos la alegría de la propia alegría, porque Llorente lo ha tenido más fácil que sus antecesores. Si ellos contaron con ayuda política y financiera, lo de ahora es una intervención en toda regla. Y queda lo más duro, las medidas impopulares. Habrá que afrontarlas con la misma firmeza. Una vez asido el salvavidas, no es cuestión de soltarlo para arreglarse el pelo.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 3 de enero de 2010)

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