Marcelino vs Emery

Lo que es y lo que pudo haber sido. Mestalla no presenciará hoy un examen, pero sí un morboso reencuentro. En un banquillo se sentará Marcelino, el técnico que hace dos primaveras estaba llamado a sacar al Valencia de su traumática depresión post Koeman. En el otro, Emery, quien finalmente asumió el reto tras la espantada del asturiano.

De un análisis frío se desprende que a Marcelino le sobraron las razones para dar calabazas al Valencia. Cuando ya estaba en el altar vestido de pingüino le cambiaron la novia. Sólo en el habitualmente protocolario acto de la firma de contrato le revelaron que el club vendería a Villa, Silva, Joaquín... y a todo aquel jugador por el que llegara una oferta interesante. Simples minucias, debió de pensar Soler. Marcelino no se fue por miedo. Lo hizo por dignidad. El ambicioso proyecto que le vendieron durante semanas y semanas de negociación era evanescente.

Dicta el tópico que cuando una puerta se cierra otra se abre. Y la renuncia de Marcelino situó a Unai Emery ante el reto de su vida. Asturiano y vasco son dos técnicos cortados por el mismo patrón. Abordan su trabajo con enfermiza meticulosidad. Enaltecen los detalles. Viven para el fútbol.

La relación con el Valencia evidenció sin embargo una brecha entre ambos técnicos. Se llama ambición. Pese a ser comprensible, nunca entendí la decisión del hoy entrenador del Zaragoza, a quien la posibilidad de dirigir a uno de los grandes de España le llegó mucho antes de merecerlo. Su currículo era brillante, cierto, pero tres excelsas campañas en equipos humildes no siempre permiten hollar la cima. Además, el Valencia no mintió a Marcelino. Simplemente se había convertido en tal jaula de grillos que nadie sabía un lunes lo que acontecería el miércoles.
Unai, más consciente de su realidad, sí aceptó el reto. Soportó los movimientos sísmicos, hoy entrena a uno de los grandes de España y tiene a Villa, Silva y Joaquín entre sus cromos.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 8 de noviembre de 2009)

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