El mundo según Unai Emery

Una hora con Emery dura más de sesenta minutos. Hiperactivo y entregado a su trabajo hasta bordear la obsesión, medita cada palabra. Pero lo hace a tal velocidad que de su supersónico discurso, torrente de oraciones que sólo adquiere pleno sentido cuando se plasma sobre el verde folio de 108x70, es difícil extraer un desliz. Emery representa el culmen del método, la antítesis de la improvisación. Y tres principios inspiran su vademécum.

El primero de ellos dicta que el pasado no existe y el futuro es el presente. Por eso se enerva cuando le preguntan por ese contrato que, salvo renovación, pone fecha al final de sus días en elValencia: 30 de junio de 2010. Emery anhela seguir, pero sabe que no depende de él, sino de los hados del fútbol, de la voluntad de Fernando, del plan de viabilidad de Llorente y hasta de la crisis de la construcción. Demasiadas variables. Si un problema no tiene solución, inmediatamente deja de serlo. De ahí que Unai no mire más allá del próximo partido. Reducido al absurdo, ya piensa en el Lille... aunque por ahora sólo en el primer cuarto de hora.

Segunda evidencia: el fútbol es una disparatada montaña rusa en la que estás arriba y a los cinco minutos tienes la cabeza en los pies. Sólo así se entiende que los pitos de hace meses den paso a comparaciones con San Rafael Benítez. Como Unai lo sabe, hacen falta bisturí y anestesia general para extirparle un trémulo «podemos ganar la Liga».

No es conformismo, sino prudencia. En términos futbolísticos, todos los caminos van en línea recta. El tiempo erosiona las curvas, los vericuetos de técnicos hoy elevados a los altares. Nadie recuerda que Cruyff ganó tres ligas sobre la bocina y una Champions en la prórroga. El esplendor de un Dream Team avanzado a su tiempo sepulta tropiezos humillantes velados por el éxito final. Benítez rozó el despido antes de su primer título y lo pasó mal el año siguiente, previo al doblete.

El último postulado establece que las comparaciones, más que odiosas, son una estupidez. Unai no es amigo de paralelismos y hasta trata de reprimir la sonrisa cuando le parangonan con el técnico del Liverpool. Intenta ahogarla, porque no lo consigue. En el fondo le gusta. Y no por los éxitos del madrileño, sino porque, como él, es un obseso del fútbol.

(Artículo publicado en LAS PROVINCIAS el 29 de noviembre de 2009)

No hay comentarios:

Publicar un comentario